Lun 02.06.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. LOS CRíMENES DE OXFORD, DEL DIRECTOR ESPAñOL ALEX DE LA IGLESIA

Con poco misterio y muchas palabras

Basada en el libro Crímenes imperceptibles de Guillermo Martínez, la película invita a seguir por la ciudad inglesa a dos personajes de diferente edad, conducta y temperamento en su búsqueda lógica con reminiscencias de Sherlock Holmes.

› Por Emilio A. Bellon

Los crímenes de Oxford. España-Francia 2007

Dirección: Alex de la Iglesia

Guión: Alex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarria, según la novela de Guillermo Martínez.

Interpretes: John Hurt, Elijah Wood, Leonor Watling.

Duración: 110 minutos.

Salas: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.

Calificación: 5 (cinco).

Como el protagonista, Martín, el autor de la novela Crímenes imperceptibles, Guillermo Martínez, viajó a Oxford para iniciar su doctorado en matemáticas. Y es probable que este escritor nacido en Bahía Blanca en 1962, ganador del Premio Planeta 2003, se haya sentido capturado por ese clima, por esa tradición que nos lleva a la novela policial inglesa y que golpea las puertas de los misterios y secretos de personajes modelados en la llamada novela de enigmas, en los movimientos de una razón deductiva, en los juegos de la lógica.

Así, a caballo entre Sir Arthur Conan Doyle y Lewis Carroll y en el espacio de cierta narrativa de hoy que se construye desde ciertas reglas que apuntan a descifrar símbolos, tales como El Código Da Vinci, El Club Dante, El Club París y El misterio de Vivaldi, entre tantas otras, la novela de Martínez invita a seguir de cerca a dos personajes, de diferente edad, conducta y temperamento que vuelven a transitar el camino de la novela policial clásica y que igualmente invita a los espectadores a ser protagonistas de una partida de Scrabble.

Ya desde el primer capítulo de esta novela, cuyo título lleva a reflexionar sobre el peso que a veces pueden tener nuestras palabras en quien las escucha, se nos informa sobre una noticia recibida, lo que motiva al narrador a relatar una historia que llevó a que sus protagonistas la identificara como "la serie de Oxford". Así leemos: "Las muertes ocurrieron todas, en efecto dentro de los límites de Oxfordshire, durante el comienzo de mi residencia en Inglaterra y me tocó el privilegio dudoso de ver realmente de cerca la primera".

Sin ánimo de comparar el texto literario con el film de Alex de la Iglesia, considerado como el Guillermo del Toro español, por sus diferentes propuestas, podría señalar en principio que la trama de todo relato clásico que se abre sobre un asesinato o por ser más general, una muerte, lleva a que el espectador comience a interrogarse sobre autores y móviles y más aun en este caso, si la pregunta abre a otras a propósito de si es posible conocer o no la verdad. En este sentido tanto la novela como el film cumplen con las estrategias del género y con ese primer contrato con el lector. Pero lo que el film deja de lado, es que la actitud para seguir un relato de esta naturaleza plantea ese momento, ese instante, esa pausa, que le permita al espectador ubicar su propia palabra.

El film de Alex de la Iglesia, realizador reconocido por sus singulares obras Muertos de risa, La comunidad y Crimen Ferpecto, entre otras, hábil conocedor del cine de géneros, con un número creciente de fans, adolece, creo, de un verbalismo que no permite que lo literario se recree como relato cinematográfico. Voces y acciones del joven Martín y de su admirado profesor Seldom, suerte de réplica de Sherlock Holmes y Watson, quedan encerrados en un apabullante malabarismo de palabras, en un continuo bla bla que termina por sacrificar un anunciado clima de intrigas. Tal vez sólo un espectador iniciado en el conocimiento de las reglas matemáticas, la combinatoria de números, la presencia de fórmulas, los nombres propios que forman parte de la lógica, pueda seguir más que atentamente el encadenamiento de las acciones, regla de oro del cine la narrativa clásica.

La muerte de una anciana, (dueña de la pensión que habitara el recién llegado Martín), que vive junto a su joven hija, que había llegado a descifrar en algún momento un código de la Segunda Guerra, activa un sistema de hechos homicidas que nos ubican frente a un concepto de serialidad. Ante el trágico hecho se abrirán una serie de preguntas que el profesor y alumno tratarán de someter a reflexiones de orden lógico y psicológico. Pero en este tramo, lo que ha desaparecido, es el misterio. El cine, desde su posibilidad natural de representar el llamado fuera de campo o espacio "off", ha regalado historias que nos han hecho estremecer en la pantalla, vibrar y sorprendernos. Y en numerosas ocasiones lo ha hecho sin necesidad de recurrir a la palabra, mediante silencios, sonidos ajenos, sombras proyectadas, vacío, espera.

Tal vez algo de todo esto esté presente en el film. Pero en tal caso hay que preguntarse por qué explicaciones y deducciones pasaron a primer plano, algo que también ocurre con las otras historias de orden sentimental e íntimo que van armando una trama. El film se anuncia como un thriller, pero el interés va decayendo. Poco tolerable contradicción para un relato que crea más que justificadas expectativas. Y más aun si todo transcurre en un lugar reconocido de Inglaterra.

Si en algo gana el texto literario de Guillermo Martínez es que al finalizar el film uno siente el deseo de leer la novela. Y es que entiende que lo que se ha puesto en evidencia es el poder relevante que toma aquí la palabra, objeto amoroso que se va desplegando desde el nombre de ciertos filósofos, que al principio del film saludan a ambos personajes.

En Italia el film de Alex de la Iglesia mereció el subtítulo de Teorema de un delito y tal vez esta formulación debió plantearse en otros términos, no apoyado sólo por especulaciones de orden verbal. De este diagrama, por momentos confuso y monótono, levantan vuelo sobre el final las alusiones al "efecto mariposa", que son, en definitiva, la que nos ayudan a completar los renglones en blanco.

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