CULTURA / ESPECTáCULOS › HANCOCK EXPRESA LOS NUEVOS TIEMPOS POLíTICOS ESTADOUNIDENSES
› Por Leandro Arteaga
(7) Hancock. EE.UU., 2008
Dirección: Peter Berg.
Intérpretes: Will Smith, Charlize Theron, Jason Bateman, Jae Head.
Duración: 92 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
Debo confesar que luego de sufrir Soy leyenda, en donde Will Smith era la cara visible de un film-despropósito, contracara ideológica de la novela referencial de Richard Matheson, mis expectativas hacia otra película con el actor no eran las mejores. Tampoco ayuda a la memoria ese otro título reverencial y falsario que interpretara para el premio Oscar: En busca de la felicidad. Menos aún tratándose, en el caso de Hancock, de un superhéroe. Otro más. Subido al carril del filón comercial que hoy explota el cine norteamericano. Sin embargo...
Uno debe saber retractarse. Porque Hancock es, así como todo lo que un espectador de aventuras con superhéroes espera -fuerza, vuelo, invulnerabilidad, villanos, etc.-, también su reverso. Desde el vamos. Porque Hancock es negro. Y los héroes, tradicional y norteamericanamente, no lo son. Además es alcohólico, burdo, procaz, y no tiene respeto por los niños. Cada una de sus hazañas, hechas a regañadientes, provoca pérdidas millonarias a la ciudad.
En el medio de todo ello, está el lema que pergeñara Stan Lee para su Hombre Araña: "todo poder conlleva una gran responsabilidad". Definición moral que, espera uno, no tardará mucho en asumir el personaje. Con lo cual, estima también uno, el film responderá al mismo lugar común de siempre. Pero, de todos modos, cuando ocurra algo semejante será en función de otra premisa argumental. Y a partir de allí, el film adquirirá otro rumbo.
No significa esto que la película se quiebre, que se divida. De hecho, el descubrimiento personal del antihéroe no deja de estar ligado a otro de los carriles usuales en este tipo de relatos. Y que tiene que ver con la comprensión de los superhéroes como parte de una mitología moderna (sin que por ello olvidemos, claro, su genética norteamericana). Hancock no es sorpresa para nadie. Los ciudadanos están acostumbrados al hombre que vuela. Porque el "superhéroe" ya es parte del acervo cultural yanqui. (En algún momento escucharemos, deformada, una alegoría musical del Superman de John Williams). Lo que les molesta, en este caso particular, es su hediondez. Su negritud.
¿Por qué no pensar, entonces, en el contexto político actual? Y relacionar la lectura del héroe redimido y redentor con la del candidato negro como posibilidad política distinta. Toda película, aún la más comercial, nunca es ingenua. Y el cambio que manifiesta la opinión pública hacia Hancock, el superhéroe, no sería nada desemejante respecto de un factible vuelco electoral en Estados Unidos. Son sólo hipótesis.
En este sentido, el entretenimiento cinematográfico norteamericano siempre supo reelaborarse desde los distintos momentos históricos e ideológicos. Los géneros han sido su lugar expresivo predilecto. Y el cine de superhéroes se ha vuelto una de las elecciones más rentables. Algunos de estos films, los menos, poseen cierto relieve e interés. Hancock, sin dudas, está entre ellos.
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