CULTURA / ESPECTáCULOS › EL SABOR DE LA NOCHE, RECOMENDABLE PELíCULA DEL DIRECTOR WONG KAR WAI
El realizador nacido en Shangai realiza otro film sobre los deseos, esta vez en inglés, como un tributo a los melodramas de los años 40 y 50. Hilvana historias de personajes en crisis, en imágenes agrietadas sobre amores truncos y esperas.
› Por Emilio A. Bellon
El sabor de la noche
("my Blueberry Nights"). Hong Kong-Francia, 2007
Dirección: Wong Kar Wai
Guión: Wong Kar Wai y Lawrence Block, según una historia del primero.
Intérpretes: Norah Jones, Jude Law, Natalie Portman.
Duración: 90 minutos.
Salas: Del Siglo, Showcase y Village.
Calificación: 7 (siete)
A diferencia de otros realizadores que viajaron a Estados Unidos para continuar con su obra, Wong Kar Wai, nacido en Shangai en 1958, no se ha dejado tentar por el canto de sirenas de la industria y del mercado de Hollywood y ha renunciado a ser su nuevo sirviente. Y si bien, no he experimentado ante El sabor de la noche aquello que me atravesaba en films tales como Happy together, Con ánimo de amar y esa historia sublime que es La mano, que forma parte de la trilogía de Eros; no obstante, el film es una pieza destacable frente a una cartelera que exhibe sus más repetidos clichés.
Si nos ubicamos frente al afiche del film, compuesto y diseñado desde los reflejos de las luces de neón y el juego convocante de colores, si miramos más de lejos, sus personajes que ponen en movimiento la duración de un beso prolongado, vemos como ya desde aquí están presentes los rasgos que definen la poética de este realizador, refinado y elegante, atento a los encuadres y los acompañamientos musicales, a la luminosidad de los planos detalles, a la cadencia de los movimientos. Los títulos de presentación del film se abren desde el afiche original (respetado en la difusión local) con una conjunción de tiempo y color que nos permite reconocer sus trazos autorales.
Historias de personajes en crisis son las que se van sucediendo en este mapa de corazones quebrados. De costa a costa, de este a oeste, a través de una discontinua trayectoria, que marcara un punto de retorno, El sabor de la noche se abre desde una convocatoria a los sentidos, en el interior de un bar nocturno. Este es el universo elegido por Wong Kar Wai para presentar estos retratos fragmentados, estas imágenes agrietadas sobre amores truncos y sobre esperas. Las imágenes se ralentizan, los gestos se aquilatan ante nuestra mirada, los mostradores de los bares y estaciones de servicio, los casinos, orquestan una puesta en escena de voces aguardentosas y miradas vacías, ausentes. Cerca esta el desierto.
Como en una pintura de Edward Hooper, con los ecos de los films de Wim Wenders y Robert Altman, un crítico español definió, en febrero de 2008, al film como "Aves nocturnas", aludiendo al título de una obra del pintor. Wong Kar Wai va escenificando esa declaración suya que se publicó en el press book cuando el lanzamiento del film en el Festival de Cannes del 2007, en la noche de la apertura del mismo: "La distancia física entre dos personas a veces puede ser corta, pero la distancia emocional se puede medir por kilómetros".
De esta manera cobran otros sentidos los carteles indicadores y las referencias geográficas citadas en el film. El personaje de Elizabeth, que interpreta Norah Jones, la hija de Ravi Shankar, el maestro de George Harrison, nos sorprende en el primer momento solicitando algo fuera de la lista del menú y frente a su ruptura sentimental; relación que aun se sostiene en un juego de llaves. La elección de la cantante, en carácter de primera actriz por parte del realizador, fue algo que lo obsesionaba desde hacía mucho tiempo y rodar en inglés era una manera de encontrarse con la lengua de los viejos melodramas de los 40 y 50 que había visto en su adolescencia. Otro de los puntos de partida de este film.
Enmarcado en la estética postmoderna, según criterios que definen su obra y configuran su poética, El sabor de la noche acentúa el trabajo sobre la imagen desde perspectivas sensoriales que reencuadran lo fragmentario y lo nostálgico, y que se yuxtaponen. Y el título original en inglés alude a la torta de arándanos, el blueberry, y en relación con esto "noches con sabor a arándanos", expresión que nos lleva a ese postre que se elabora pacientemente en función de un regreso. Su hacedor es Jeremy (Jude Law), ese encargado de aquel bar nocturno que encontramos al iniciarse el film, interlocutor de esas cartas que se van recibiendo con cierta frecuencia.
El personaje de Elizabeth se dispone a trabajar en espacios cerrados al paso, lugares de comidas rápidas, con el sueño de comprar su auto y recorrer desconocidas geografías. A lo largo de la carretera, de esta velada roadmovie, la mirada de Wong Kar Wai, focalizada en el personaje femenino, nos va acercando a otros personajes que no siempre están tratados con igual profundidad. En este sentido, y desde mi elección, elijo el que compone David Strathairn (Arnie), el policía que en horas de la noche, acodado junto al estaño, en un espacio de alcohol y violencia, está atento a la posible llegada de la mujer que aún ama. Despierto, insomne; con los ojos abiertos, espera.
Frente al episodio de la jugadora de Poker (Natalie Portman), excedido en detalles secundarios, que rechaza a su padre, que expresa un desenfado e indiferencia, y que igualmente esta ahogada por la soledad, el que corresponde a Arnie y Sue Lynn (nombre que nos lleva a los melos del 40 y 50), merece valorizarse desde los ecos de un relato que potencia la acción dramática hasta más allá de la desesperación. Es el episodio que en sí mismo, como en La mano, redescubre la capacidad narrativa de un guión que, por momentos, queda subordinado al fetiche de las formas.
Como en anteriores films de Wong Kar Wai, también El sabor de la noche se puede pensar como un film sobre los deseos. Y allí están objetos, gestos, y una torta de frutos del bosque mostrada en su interioridad, apuntándolo. Están esos movimientos de cámara que capturan, que nos llevan al centro mismo de esos deseos que laten, desde sus giros circulares. Y el color, vibrante, remarcando contornos, proyectando a la realidad externa como un abanico de coloridos reflejos que se multiplican.
Film nocturno y de distancias, de geografías que se desdibujan en horizontes borrosos, de palabras que quedan suspendidas.
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