Lun 01.09.2008
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA MUJER PARTIDA EN DOS, IMPIADOSO TíTULO DE CLAUDE CHABROL

La burguesía entre la decadencia y el puritanismo

› Por Leandro Arteaga

Una mujer partida en dos. (La fille coupée en deux) Francia/Alemania, 2007

Dirección: Claude Chabrol.

Guión: Cecile Maistre, Claude Chabrol.

Intérpretes: François Berléand, Benoît Magimel, Ludivine Sagnier.

Duración: 115 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.

8 (ocho) puntos

La manera impiadosa de Claude Chabrol de mirar y mostrar la burguesía nos sigue deleitando. Aristocracia decadente y podrida, nido de víboras que maneja, todavía, los hilos sociales desde la utilización de diferentes máscaras -Máscaras (1987) es el título, también, de otro film de Chabrol, todavía impecable respecto de la televisión y sus artificios criminales-.

Aristocracia, decíamos, que se revela desde retazos de alcurnias polvorientas, más el prestigio del que se revisten pseudo﷓pensadores que escriben best-sellers, viven fuera de la ciudad en sus burbujas de idolatría, y encarnan una burguesía neo-aristócrata, merced al brillo del nombre comercial impreso en libros en serie, plenos de literatura banal.

Entonces, por un lado, tenemos al escritor cincuentañero (François Berléand), de renombre mercantil ilustre, con pareja feliz y falsa. Por el otro, el hijo de familia adinerada (Benoît Magimel), snob estúpido que sólo sabe, literalmente, chuparse el dedo. En el medio, una ascendente figura televisiva (Ludivine Sagnier), niña de veinte años rubios y radiantes, capaz de informar el pronóstico meteorológico sin tartamudear, imagen que la televisión acaricia y premia con nuevos programas igual de vacíos, aunque llenos de palabras y entrevistados que dicen mucho de nada. Ambos tiran de ella y ella dice estar enamorada de uno, mientras se debate y juega las reglas de un amor enrarecido y fragmentado.

"¿Qué tema le preocupa en este momento?", pregunta el conductor televisivo e ignorante, el escritor responde: "si Francia se dirige al puritanismo o a la decadencia". Mientras él, el escritor, será motor de esta decadencia de aristócrata nuevo, perverso, preocupado por mantener un manto de simulacro, nube que le permita seguir el juego de las reglas sociales, apariencias que le aseguren un respeto social mientras oculta en su club de amigos los vicios más privados, ocultos también para la cámara de Chabrol, ocupada de la plasmación moral de un mundo inmoral. Mirada de un realizador que sobresale como autor, artífice y responsable de cada uno de sus planos cinematográficos, de cada uno de sus sesenta y dos films.

En otras palabras, estamos ante un film que se asume como cine, como una película capaz de jugar con sus recursos narrativos, hábil en sus intenciones discursivas -cifradas en lecturas interlineadas-, carente de la necesidad retórica de declamar o explicar. Dado el caso, y como broche, un truco de mago podrá ser situación que actúe como ciclo que culmina y vuelve a iniciar. Como cinta boba que reitera el hecho, mientras inunda fatalmente a sus protagonistas.

Mediocres por altaneros, con nada que les justifique una pretendida "grandeza", el escritor y el niño mimado son dos puntas de un mismo ovillo, artífices del tedio y la moralina que todo lo cubre, culpables de la decadencia y el puritanismo de ya no sólo la sociedad francesa. La televisión, recordemos, tiene en el film un lugar relevante, medio referencial para la expresión sintomática de la debacle aludida.

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