CULTURA / ESPECTáCULOS
Miles de chicos y grandes de la ciudad recibieron su regalo, de parte los vecinos que construyeron con sus manos obsequios especiales. Una exitosa idea comandada por Chiqui González.
› Por Fernanda González Cortiñas
La imagen no podría ser más obvia, teniendo en cuenta la época del año. Una larga fila de gente ubicada en serie, haciendo juguetes; cientos de personas cortando, armando, pegando, cosiendo y envolviendo trompos de madera, collares de cuentas, animalitos de felpa, instrumentos de lata, globos de vidrio, títeres de dedo. Una canción navideña al piano matiza el ruido de los taladros y los serruchos. Sobre el fondo de la interminable línea de producción se recorta la rotunda silueta de un personaje que siempre munido de una gran sonrisa y alguna palabra cariñosa, imparte directivas.
No, no es el Polo Norte sino la Isla de los Inventos. Tampoco son duendes obreros, sino boy scouts, jubilados, maestras y hasta un experto alemán que enseña a los jóvenes el delicado oficio del vidrio soplado. Quien ríe y organiza, ultimando detalles aquí y allá, es Chiqui González, que si bien no es Papá Noel, en esta ocasión lo suple, y con creces.
El proyecto surgió allá por el mes de noviembre: conformar una suerte de sociedad transitoria pero de responsabilidad ilimitada; ser socios para la navidad, reunirse y erigir juntos una fábrica de afecto donde los rosarinos que quisieran sumarse construirían obsequios especiales, únicos, irrepetibles. Y como todas las convocatorias de Chiqui, la idea tuvo una inmediata y masiva acogida. Más de dieciocho mil personas se organizaron en tres turnos para construir, a lo largo de cuatro días, cinco mil regalos de navidad, cinco mil obsequios hechos a mano y para entregar con el alma. Regalos hechos por los grandes para los chicos, pero sobre todo, de los chicos a los grandes.
"La idea era que nadie se quede afuera y que la entrega de regalos fuera personalizada. Por eso elegimos fundamentalmente las escuelas, los clubes y las plazas, pero también los bares y los hospitales, todos esos espacios tradicionalmente destinados a la integración social, lugares donde todos podemos convivir, templos profanos de la ciudad que nos han reunido en el pasado y resisten con estoicismo el avance de la posmodernidad", explica Chiqui.
Finalmente, ayer, en una extenuante jornada que comenzó a las 10 de la mañana con una marcha hasta la cancha de Central Córdoba, y culminó con la caída del sol en la Plaza 25 de Mayo, se cerró el itinerario de esta "Ruta del afecto", un recorrido a plena luz del día y sin trineo, en el que miles de chicos y grandes de la ciudad recibieron su regalo, y no de un personaje vestido de rojo y con un gorro de piel, sino de un coterráneo, de un vecino, de alguien a quien no conocían pero que seguramente desde ahora ocupará un lugar muy especial en sus recuerdos.
"Había que ver la cara de los mozos del bar Las Heras cuando los chicos, esos chicos que solo entran a los bares para pedir monedas, entraron con bolsas con títeres, con trompos y se las daban a los viejos mozos --recuerda Chiqui con la voz quebrada--. '¿Por qué nosotros?', preguntaban. 'Porque sí, porque este es un regalo en homenaje al trabajo, un regalo para ustedes los trabajadores', les decían los pibes". La escena se sucedió a lo largo del día. En la fábrica Briket, en el Hospital Carrasco, en el Mangrullo, por la calle, en la plaza de los jueves, donde las Madres y los Hijos también fueron agasajados con muñecas de trapo y caleidoscopios.
En la línea de los teóricos de la Escuela de Frankfurt, González y su equipo, "sesenta y dos personas que durante casi un mes no pegamos un ojo, aunque todo ese tiempo estuvimos soñando" --apunta la directora de La Isla, felizmente exhausta--, se propusieron recuperar el valor intrínseco del objeto artístico, el aura del acto creativo, a lo que se sumaría el plus afectivo de la entrega personal, rescatando la posibilidad de dar y recibir mirándose a los ojos, comprometiendo el agradecimiento.
"Estamos muy contentos porque hemos repartido todo lo que teníamos y sin embargo no nos quedamos vacíos. Al contrario, ahora tenemos más que antes --cuenta Chiqui--. Todo esto ha sido muy movilizante. Desde la respuesta de la gente, hasta la recuperación de los viejos juegos de la infancia, pasando por lo que yo creo más importante, que es la reunión de la gente, que como dice Rajne la auténtica inclusión no es los unos con los otros, sino cualquiera con cualquiera".
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