CULTURA / ESPECTáCULOS › ANTOLOGíAS DE ARTISTAS ROSARINOS EN LA PLANTA ALTA DEL CASTAGNINO
La muestra de Xilografías de Julio Rayón reúne obras producidas entre 1997 y 2007. Desde el expresivo Vía Crucis realizado en los años de la dictadura militar hasta las mucho más coloridas de la serie "Mitos y leyendas de América".
› Por Beatriz Vignoli
Desde el viernes pasado y hasta el 12 de octubre pueden visitarse en la planta alta del Museo Castagnino (Bv. Oroño y Av. Pellegrini) dos muestras antológicas que presentan inéditos recorridos por la producción de Julio Rayón y Emilio Ghilioni (ver aparte). La Antológica 1977 a 2007: Xilografías (Vía Crucis y Mitos y Leyendas), de Rayón reúne un impactante conjunto de esculturas, grabados y dibujos producidos a lo largo de treinta años.
Julio César Rayón nació en 1949 en la ciudad de Córdoba, donde (según relata Rubén Chababo en el texto de catálogo) Marcelo Bonevardi y César Miranda fueron sus amigos y maestros. Allí también se contactó con una influencia clave: la obra del grabador mexicano José Guadalupe Posada. En 1971 se radicó en Rosario, ciudad donde desarrolló su producción artística y su labor como gestor cultural. En 1977, en plena dictadura militar, plasma en un expresivo Vía Crucis el dolor de la cárcel política y el exilio.
Esta serie se trata de una serie de xilografías apaisadas, en crudo blanco y negro (que se exponen aquí junto con algunos de los tacos originales), cuya conjunción de elegancia y patetismo evoca al simbolismo europeo finisecular.
Pero esta influencia se halla mediada por una imaginería latinoamericana que luego hallará su máxima expresión en la serie de "Mitos y leyendas de América". El dinamismo de la acción grupal, ya explorado en la obra religiosa, se enriquece con alusiones a la flora, a la fauna, al cosmos y a seres imaginarios que configuran un mundo mágico de hondo sentimiento panteísta.
Las curvas, que como vórtices o remolinos inervaban el gesto colectivo de multitudes dolientes, ahora delinean la metamorfosis de caimanes en náyades. Todo un repertorio de lo primitivo modernista se va elaborando en sus figuras enmascaradas, que encarnan fuerzas naturales: lunas que son pechos, pechos que son ojos, hojas que son bocas, cabelleras que son ríos. Sus cosmogonías inscriben de lleno a Rayón en un americanismo algo estereotipado, pero que se sostiene en una gran solvencia formal y diversifica sus posibilidades a medida que va explorando diversas disciplinas.
A los grabados les siguen entonces una serie de "Tótems" monumentales tallados en madera y otra de diminutas pero conmovedoras cerámicas que están expuestas en vitrinas como si fueran piezas arqueológicas (Rayón fue un fundador de la carrera de Museología en Rosario, como se narra en el catálogo de la muestra).
En ambas series se deja entrever la violencia del choque cultural que quedó solapada bajo la historia oficial del relato de la conquista. Pero con el cambio de siglo su obra evoluciona hacia una mayor conexión con el presente. Objetos de desecho encontrados le dan la carnadura de lo cotidiano a las inmensas estructuras metálicas de sus "Pirámides" y de sus "Tramas". Estas son piezas que parecen hallarse muy a gusto donde están. Fueron pensadas para el museo, para cualquier museo del mundo; son obras muy museables. Lo frágil y efímero se articula en ellas con materiales y formas de gran durabilidad. El color pone un acento de vida en ellas, como también lo hace en sus dibujos posteriores a la crisis del 2001. Un par de piezas de transición algo débiles son seguidas de dos series magníficas que el artista denomina "Eclosiones". La primera despliega un retablo de escenas de violencia cruel: acaso en un retorno del trauma de la dictadura (¿de la tortura?), cuerpos desnudos e inermes son atacados por perros feroces, una y otra vez, como en una pesadilla. Las figuras siguen siendo estereotipadas, si bien densas en simbolismo político. Pero luego el artista se vuelca de lleno a la observación de la naturaleza americana. Sus viajes nutren su conocimiento de primera mano de toda especie de cactus, sapos, insectos y reptiles. Todo se agita y florece. Los esquemas estilísticos rígidos quedan atrás; el lápiz color iridiscente estalla, apenas contenido por la línea negra de tinta. Las escenas siguen teniendo una estructura narrativa de fábula ejemplar, pero los detalles se cargan de vida. Y la vida canta, al fin.
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