CULTURA / ESPECTáCULOS › MAX PAYNE, BASADA EN UN VIDEO JUEGO, CON ALGUNOS ACIERTOS
› Por Leandro Arteaga
Max Payne. EE.UU./Canadá, 2008.
Dirección: John Moore.
Guión: Beau Thorne.
Fotografía: Jonathan Sela.
Montaje: Dan Zimmerman.
Música: Marco Beltrami, Buck Sanders.
Intérpretes: Mark Wahlberg, Mila Kunis, Beau Bridges, Ludacris, Chris O'Donnell, Olga Kurylenko.
Duración: 100 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Village.
6 (seis) puntos
Las referencias inmediatas para acercarse a ver Max Payne no pueden ser más desalentadoras: basada en un video-game, con título de héroe contundente, armas por doquier, más el agregado del "dolor" (payne) en el mismo rótulo. Sin embargo...
No todo es tan terrible. Porque la película, al menos, no está mal. Lo que es decir mucho, dado el legado de films de índole semejante. El policía Max Payne -aún cuando recorra los lugares comunes como personaje- se encuentra más cercano a un tipo malogrado, cargado de resentimiento (el rostro siempre ceñudo), capaz de recibir tanto golpes como balas. La invulnerabilidad no es, justamente, su característica.
En todo caso, el rasgo imbatible viene dado por la contraparte, por el proyecto de construcción científica, vía suero-adictivo, de súper soldados que pierdan el miedo a la batalla. Para tales fines se han embarcado corporaciones de la medicina junto con el mismo gobierno, mientras los soldados, títeres que sufren delirios de persecuciones apocalípticas, se encuentran en un callejón sin salida.
Tenemos entonces, aún en el caso de un film poco destinado al recuerdo como éste, una mirada, por lo menos, inteligente y acorde con tramas que nos recuerdan -que se me permita la referencia, por favor- la mismísima El embajador del miedo (si no la original, por lo menos su remake, con Denzel Washington). Lo que no deja de ser, a su vez, el reverso de la historia del popular Capitán América, soldado súper fuerte producto de similares experimentos.
En Max Payne, justamente, el proyecto no sale como se esperaba. Los soldados terminan locos y adictos. La tortura, comandada por uno de ellos, el más poderoso, es divertimento sádico. La operación destinada a silenciarlo culminará por anudarse con la historia oscura del propio policía. Más el hallazgo que supone la plasmación de las visiones aludidas, ausentes en el videojuego: seres alados y oscuros, sombras que detallan pesadillas y auguran un cataclismo final. Todos elementos que permitirán al film obtener una estética no necesariamente ligada al frenesí de los video-games, sino más emparentada con las historietas.
En Max Payne asistimos a encuadres que emulan viñetas de comic. Con una tonalidad que rememora la utilizada por un film hoy de culto, y también basado en un comic, como El cuervo (1994). Responsabilidad que le cabe al fotógrafo Jonathan Sela, también a cargo de dicha tarea en la reciente The Midnight Meat Train, a partir del relato escalofriante de Clive Barker.
En suma, Max Payne permite un disfrute que nuestras intenciones primeras no garantizaban. Más la vuelta a la pantalla de Beau Bridges, en plena forma, con mucho más carisma que el que exhibe el fallido Chris O'Donnell, el otrora Robin de aquellas espantosas Batman Forever y Batman y Robin.
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