CULTURA / ESPECTáCULOS › "FLORES QUE PREFIEREN ABRIRSE SOBRE AGUAS OSCURAS" DE SONIA SCARABELLI
Son poemas que recorren las paradojas del tiempo para, desde un instante de silencio, zambullirse en lo profundo de la memoria de la infancia y contemplar desde allí el borde del círculo, nombrando en poquísimas palabras la propia vida entera.
› Por Beatriz Vignoli
Flores que prefieren abrirse sobre aguas oscuras (Bajo la luna, Buenos Aires, 2008) es el tercer libro de la poeta y crítica literaria Sonia Scarabelli, nacida en Rosario en 1968. Con el anterior, Celebración de lo invisible, obtuvo el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana 2003. Ya desde el primero, La memoria del árbol (2000) se perfilan sus temas, su particular mirada sobre la naturaleza y, sobre todo, su ritmo: versos breves, percusivos, que insisten. Pero lo que en los primeros libros era reflexión casi abstracta en torno a una imagen concreta, aquí es palabra fulgurantemente verdadera que se abre paso en el silencio del pensamiento. La de Scarabelli en este libro es palabra poética genuina, que explora y logra expresar la dimensión de la experiencia cuya hondura se sustrae al logos. Esas son las aguas oscuras del título: esas profundidades del alma adonde no llega la luz de la razón pura, y en cambio alienta el espíritu, igual que en el origen del mundo. Estos poemas de estremecedora belleza son mínimas cosmogonías que cantan el vértigo del misterio, desplegando una música celebratoria de lo esencial.
No se trata de "lo doméstico", sino de lo fundamental, lo fundante, aquello que nos hace ser. Son poemas que recorren las paradojas del tiempo para, desde un instante de silencio, zambullirse en lo profundo de la memoria de la infancia y contemplar desde allí el borde del círculo, nombrando en poquísimas palabras la propia vida entera y su sagrada singularidad. Una proeza poética sólo comparable al parto, pero al parto ideal: aquel donde se pare y se nace rodeados de muda reverencia y tibia penumbra, aquel instante primordial en que la cifra de la vida es revelada y se asiste al milagro. Esa conciencia de lo indecible del sentido más profundo encuentra aquí, en la de Sonia Scarabelli, una voz capaz de cantarla. Y que todo eso esté dicho en versos de concisión extrema y palabras sencillas, es un doble milagro.
Los poemas retratan aquel instante de arrobada lucidez "cuando del denso espejo/ de la superficie azogada/ que prospera/ en toda vida /emerge un ciego /resplandor de plata" y el asombro lanza "hacia el batiente y mudo/ corazón del misterio" a la conciencia, que medita en la duración de las cosas interrogándose sobre la propia finitud: "los años venideros, / ¿qué dirán de esta luna?". Ese lugar donde son indisociables el yo y el mundo, y donde inclusive el mundo sin el propio yo puede volverse pensable: desde ese lugar se constituye el misticismo de lo profano y secular que la poesía de Scarabelli, en sus pasajes más gloriosos, alcanza y además alcanza a formular con belleza inspirada.
Pero esto no es logrado desde la soledad. Por el contrario, la de esta poeta es una voz que se reconoce parte de un linaje de madres, padres e hijos, no sólo literario sino real. Es el amor de la madre, simbolizado por una flor sin nombre, el que pone en movimiento esta posibilidad de habitar la plenitud de la propia existencia. Amor que sólo es comprendido en su retorno a través de la maternidad fraterna de la poeta, quien al amar a sus hijos (en realidad, sus sobrinos) logra iluminar aspectos no pensados de aquella madre que la fundó: "cuando/ comprendo / la mañana era todo lo que había". En poemas como Los comedores de papas, la banal queja pseudo sociológica por la pobreza del origen es reemplazada por el reconocimiento, dolorosamente tardío, del don que eran y el legado que son aquellos alimentos sencillos. El poema reivindica lo materno y lo paterno al evocar la entereza de los padres al no quejarse ante los hijos, cuidándoles así la inocencia de la infancia.
La cadencia de los versos, sus temas intimistas, su nostalgia, recuerdan un poco al César Vallejo de Los poemas humanos: pero su acento no es doliente sino luminoso, no es un lamento sino que hace las paces. La discreción con que aborda la biografía familiar le permite a Scarabelli no patinar en el suelo resbaloso de la autorreferencia directa, sino hablar por medio de datos sesgados y alusiones oblicuas que el lector comprende conmovido en su sentido esencial. Los rasgos de los nietos espejan al abuelo que pese a su ausencia se continúa en ellos. Es precisamente "este plagio inefable" el que le permite a la poeta decirle a su propio padre: "No te vas todo" y comprender que "El círculo se cierra/ para volver a abrirse// me lo enseñaste vos /que ahora das tus frutos /en una tierra incógnita". Así, la finitud individual es redimida por la continuidad de las generaciones. Una voz capaz de cantar el mundo que continúa más allá de la propia muerte: así es, en este libro maduro, la joven voz de Scarabelli, quien eleva a un verdadero estatuto poético, rescatándola de su extravío en una inmediatez vacía y en la banalidad de un presente sin trascendencia, a la poesía de su generación.
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