CULTURA / ESPECTáCULOS › LIBROS DE DANIEL GARCíA HELDER, SERGIO DELGADO Y MARíA CECILIA MURUAGA
La Editorial Municipal de Rosario lanzó una nueva colección de relatos. Helder toma como eje el barrio ferroviario de su infancia; Delgado regresa con melancolía a un parque de la ciudad de Santa Fe; Maruaga honra a su principal influencia: Saer.
› Por Beatriz Vignoli
La Editorial Municipal de Rosario acaba de iniciar una nueva colección de crónicas, original proyecto para el cual invita a escritores de la región que asuman el papel de cronistas: además del teclado de la PC deberán empuñar la cámara digital, para tomar fotografías que ilustran los libros bellamente diseñados por Verónica Franco y Liliana Agnellini.
Los tres primeros libros son La vivienda del trabajador, de Daniel García Helder, poeta rosarino que fue secretario de redacción del Diario de Poesía y vive en San Telmo (Buenos Aires); Parque del Sur, de Sergio Delgado, escritor santafesino radicado en Lorient (Francia), y El canal de San Urbano, de María Cecilia Muruaga, autora nacida en Córdoba y criada en Venado Tuerto que estudió en la Escuela de Letras de la UNR.
Helder toma como eje el barrio ferroviario de su infancia, para elaborar un detallado inventario de materialidades productivas que abarca la ciudad en un minucioso recorrido documental, casi cinematográfico, por el cual el relato fluye desde la ventanilla del ómnibus interurbano.
Delgado regresa con melancolía, en avión y a pie con un interludio proustiano de gripe en el medio, a un parque de la ciudad de Santa Fe. Su crónica habla menos de Santa Fe que de lo que un santafesino siente por ella: la extrañeza que causa una ciudad propia pero ajena, enigmática obra siempre inconclusa y torpe de burócratas que parecen conspirar contra ella más que construirla.
Los tres autores nacieron en la primera mitad de los sesenta; si para Helder y Delgado la crónica encomendada es una excusa para remontarse hasta el lugar de origen, para Muruaga el retorno es en auto y al ámbito de su primera novela. Melincué ganó el primer premio Musto 2004 y fue publicada ese año por la EMR. La laguna de Melincué, donde en medio de unas extensas aguas quietas se alzan las ruinas de un hotel, al que se llegaría por un puente que está cortado, es el paisaje que fascina y obsesiona a la escritora. Sus dos libros constituyen una breve saga que comparte personajes pintorescos. La idea de saga, la contemplación, la prosa cadenciosa, la presencia ominosa de la naturaleza, el oído atento a conversaciones banales pero que revelan una atmósfera local: todos esos son rasgos que comparte la obra de Muruaga con la de quien parece ser su principal influencia, el escritor santafesino Juan José Saer. Una noción similar de literaturnost a la que anima la obra de su maestro rige la cuidada prosa de Muruaga, cuya mayor preocupación parece ser la de inscribirse formalmente en una tradición moderna, cosa que logra sin estridencias pero también sin demasiados rasgos singulares más allá de un humor levemente amargo.
Delgado se sueña más bien integrado a la tradición de los escritores viajeros ingleses, cuyo último exponente fue Bruce Chatwin. Incluso, desde un cierto espíritu fetichista, bromea con eso: su libreta negra sería una "versión pobre" del cuaderno Moleskine. La tesis casi cuántica de su relato es la del retorno imposible a un origen que ya no existe en el tiempo y del que el lugar es un resto. El propio padre es una presencia fuerte en el libro de Delgado, es un epígrafe parco y preciso en el de Helder y era una ausencia cuyo vacío central estructuraba la novela de Muruaga.
En la crónica de Helder campea un aliento completamente distinto al de las otras dos. Es la mejor, la más vigorosa, la de mayor riesgo estético, la menos autorreferencial, la menos sentimental y, paradójicamente la más intensa. Toda esa insistencia en el detalle objetivo que en su poesía era ferruginoso lastre muerto carente de todo lirismo, aquí es inventario vertiginoso cuyo ritmo insufla velocidad a una prosa que toma sus metros del oído de poeta bien entrenado. Oficio, maestría y convicción (tanto estética como política) se conjugan en torrentosas oraciones de varias páginas para lograr un libro novedoso y contundente. La tesis subyacente es la de un materialismo histórico que postula las condiciones objetivas de producción como condiciones de posibilidad del paisaje urbano y suburbano. Cada detalle es un trampolín desde donde se lanza el documentalista a desenterrar los cimientos históricamente constituidos de lo visible. Por ejemplo, el que la biblioteca de un historiador que vivía a la vuelta de la casa de su niñez reaparezca en una librería de viejo a la vuelta de su nueva casa no es interpretado como azar providencial sino que es un revelador hilo a rastrear en lo real. Seguirlo conduce por los cambios económicos y sociales de la urbe. Reclamando para sí el lugar del intelectual, de autoridad sobre la realidad, Helder incluye además una polémica entre historiadores que se remonta a Juan Bautista Alberdi y llega hasta los contemporáneos.
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