CULTURA / ESPECTáCULOS
› Por María Cecilia Muruaga *
"De todas formas avanzamos hacia el hotel antiguo; las maderas tenían ojos oblongos en cantidades inciertas, rajas en los vértices de los agujeros, algún tarugo de hierro oxidado sosteniendo la misma nada. Comenzaron, de a poco, a mostrar la base ennegrecida por la humedad, en tramos recubierta con verdín; restos de ladrillo o piedras se habían ubicado contra los tablones a causa, creo, de una correntada que era incapaz de descifrar, pero que, rebasando por derecha e izquierda, nos cortó el paso. Nos detuvimos porque el barro nos impuso alguna reflexión o mesura. Colonias de jejenes habían batido la tierra reblandecida; construían ciudades regias para larvas que, una vez nacidas, incomodarán a los turistas en verano. Caminando sobre dos perfiles de madera colocados de canto atravesamos el charco y anduvimos algunos metros más, no sé cuántos. El fin se presentó abrupto: no más tierra, una empalizada vertical; detrás, un canal cruzado por vigas inclinadas, de unos tres metros, que apoyaban en la empalizada de enfrente, melliza de la que nos impedía el paso. El hotel estaba todavía lejos".
* Fragmento de El canal San Urbano.
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