CULTURA / ESPECTáCULOS
"Legado de violencia", del joven David Gordon Green, es un film
más que árido en lo formal, con una tensión in crescendo y una
atmósfera espesa que tiene a un adolescente como eje central.
Entre las escasas novedades que este fin de semana llegan a las salas rosarinas está una de las últimas películas de David Gordon Green. Más conocido por estos lares recién por su cuarta película All the real girls (Todas las chicas, que se alzó con un Ombú de Plata a la Mejor Actriz en la edición 2003 del Festival de Cine Independiente de Mar del Plata), el joven realizador David Gordon Green volvió a las salas del país, pero esta vez directamente al circuito comercial. Con apenas 35 años, cinco películas estrenadas --y cuatro más en preparación, entre ellas Snow angels, con Amanda Peet--, Green llega a la Argentina de la mano de Legado de violencia. Con el tema de la violencia familiar como telón de fondo, Undertow (tal el título original, un giro idiomático que podría traducirse como "contracorriente" o "resaca", en vaya a saber cuál de sus múltiples acepciones) cuenta las alternativas que viven la familia Munn.
Disfuncional como casi todas, el clan Munn está encabezado por John (Dermot Mulroney) un joven y agreste granjero de Georgia que, a falta de mujer, se las ingenia a duras penas para ser madre y padre de sus dos hijos: Chris (un ya crecidito Jamie Bell, protagonista de Billy Elliot), un muchacho huraño y de temperamento un tanto explosivo, y el pequeño Tim (Devon Alan), un niño sensible que ama los libros y padece un mal estomacal crónico que obliga a papá a pasar mucho tiempo en casa.
Con todos estos elementos y algunos más --como el inicio del relato con la cruenta secuencia final--, esta suerte de enfant terrible del nuevo cine americano (a quiénes algunos ya equiparan con Terrence Malick, quien justamente oficia aquí como productor del proyecto) construye una atmósfera espesa en la que la misma agobiante rutina rural es la encargada de instalar un clima pertubador cuya tensión va, sutil pero implacablemente, in crescendo.
Sin embargo, los días pasan y todo parece transcurrir así, en la apacible y sórdida aislación del campo, sin entretenimientos, sin juegos, sin placeres; entre hombres, cerdos y los problemas que ambos generan en convivencia. Todo podría continuar así sino es que irrumpe en escena Deel (Josh Lucas, el impostadísimo villano de Hulk). Tío Deel es el hermano mayor de John, y además de ser un tipo realmente irascible, acaba de salir de la cárcel con ganas de un poco de acción. Un puñado de monedas de oro, una vieja deuda de polleras y el fantasma de un padre malévolo, se sumarán a las reacciones intempestivas del imberbe Chris para sacar de sus casillas a la indeseable visita.
Lejos de la prosa teen de All the real girls, incluso a distancia sideral de George Washington --la ópera prima con la que en el 2000 debutó en el tradicional encuentro indie de Mar del Plata y que no pasó por la pantalla gigante--, Green está de regreso en la pantalla gigante con un film más que árido. La asistencia de Tim Orr (fotografía) en la creación de los ambientes y el toque irritante de la coral banda de sonido de Phillip Glass se suman al sobresaliente despliegue del joven Bell en un papel definitivamente clave para la película.
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