Jue 12.01.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › GRAN DESPLIEGUE DE PRODUCCION EN UN CLASICO

Un mercader al estilo Hollywood

Otro de los estrenos que acceden a la cartelera rosarina es la versión holywoodense del clásico de Shakespeare, El Mercader de Venecia (Merchant of Venice. Gran Bretaña--Estados Unidos--Italia--Luxemburgo, 2004).

Con Al Pacino y Jeremy Irons encabezando los créditos, el director Michael Radford (El cartero) se traslada a la Italia del siglo XVI para ubicar allí precisamente en la ciudad de las góndolas a Shylock, un prestamista de origen judío a quien el destino lo coloca en la posición de cobrar venganza por uno de los tantos insultos que le profieren por esa "doble" condición.

Así es que Antonio (Irons), un comerciante cristiano, decide salir de fiador en el préstamo que su buen amigo Bassanio (Joseph Fiennes) le pide, con el propósito de granjearse el favor de la inalcanzable Portia (Lynn Collins). Teniendo muy presente una ocasión en la que Antonio lo denigró públicamente, Shylock le pide una garantía extraordinaria: si Bassanio no paga en tiempo y forma, Antonio deberá pagar con una libra de carne..., de su carne.

Con todos los ingredientes, este Mercader de Venecia es un típico tanque de época: monumentales escenografías --a las que se suma la natural belleza de la ciudad de los canales--, muy elaborados vestuarios y una ajustadísima interpretación de los barrocos textos de Shakespeare. Esto es: fiel a la receta que ya le ha dado millones en otras oportunidades (Hamlet, Sueño de una noche de verano, Macbeth, etc.) la industria ha aprendido a respetar el espíritu de la letra en los clásicos a rajatabla, repitiendo mucho más que "adaptando".

En el mismo tono de comedia dramática con que la pergeñó el gran William, en la obra concurren una rica variedad de sensaciones: de lo cómico a lo trágico, pasando por un puñado de los más bajos sentimientos que, si bien el dramaturgo no vacila en adjudicar a los semitas --en una postura muy acorde a la idiosincracia reinante en la Europa del siglo XVI--, el director y guionista se cuida bien de poner en perspectiva, a través de un par de licencias.

Aunque como es de suponer, los "solos" de Pacino constituyen lo más jugoso del menú, Irons --que sutilmente sugiere estar metido en tamaño aprieto por algo más que amistad--, Fiennes y compañía, también hacen lo suyo. La fotografía de Benoît Delhomme, el montaje de Lucia Zucchetti y la música de Jocelyn Pook asisten en la tarea.

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