CULTURA / ESPECTáCULOS › HISTORIETAS Y PINTURAS DEL MULTIFACéTICO MAX CACHIMBA
Protagonista de dos muestras en actividad, el dibujante rosarino desparrama su arte entre galerías, páginas de historietas y patos depravados. "Una cosa muy personal es que no tolero la tragedia", sostiene desde la palabra y cada una de sus imágenes.
› Por Leandro Arteaga
Max Cachimba es genial. Seguramente, cuando el dibujante lea estas líneas, adoptará una pose huidiza, humildemente al margen de tamaña descripción. Pintor, ilustrador, animador, músico y, desde no hace mucho, artista de varieté ambulante (al ritmo del cha-cha-cha y la habanera), Max Cachimba (seudónimo de Juan Pablo González, 1969) ha delineado un mundo hipnótico y alegre, habitado por pollos bailarines, teteras que sonríen, enanos de jardín, y cornetas sopladas por el culo. El singular ratón conductor del exitoso programa Cabeza de ratón (próximo a iniciar su segunda temporada por canal 5) es uno de los muchos habitantes surgidos de su fauna particular.
"La verdad es que comencé dibujando como cualquier niño -cuenta-, como una cosa divertida". "También leía mucho, por gusto y entretenimiento. Me interesaba poder contar, con el dibujo y algunas palabras, una historia; es por eso que, básicamente, me interesó mucho la historieta, tanto como autor y como lector. Yo leía una historieta y entonces me interrogaba acerca de cómo estaba armada, de cómo se hacía; fue una especie de aprendizaje que después, puesto a hacer mis propias historietas, me daba un montón de recursos que ya tenía vistos. Copiaba y observaba cómo se resolvían ciertas situaciones".
Lo cierto es que Max arriba al mundo de los cuadritos desde el ya iniciático concurso que la revista Fierro (que actualmente ha relanzado Página/12, bajo la coordinación de su director original Juan Sasturain) realizara en 1984, lugar del que surge a la luz pública, también, el escritor Pablo de Santis, con el que Cachimba sabrá colaborar luego en la historieta Rompecabezas y en el libro Transilvania Express (ambos editados por Colihue).
"La Fierro es como una revista que apunta a cierto conservadurismo, porque va a recordar una y otra vez todo tipo de eventos pasados, creo que un poco por lo que es la historieta, que tuvo su época de oro hace mucho tiempo. Lo del concurso, en su momento, me sorprendió por ganar un premio que me parecía inverosímil. Inclusive es una idea que tengo creo que lo gané por ciertas cualidades o propiedades que ni siquiera estaban en ese trabajo puntual, como si fuesen más especulativas. Sí había algo fluido en lo narrativo, con cierto desparpajo, pero era más potencial que verdadero".
-¿Esa espontaneidad es algo que te planteás o que simplemente se da?
-Simplemente se da. En realidad me siento bastante conservador en todos los aspectos. Soy medio obsesivo y cuidadoso con muchas cosas, con la escritura, con la narración, pero no puedo entender cómo todo eso se transforma para que alguien lo pueda ver como "novedoso". En realidad, creo que tiene que ver con ciertas referencias que tengo.
-¿Y cuáles son?
-Muchas, me interesan muchas cosas. Siempre voy trabajando sobre lo que me gusta. No se trata de inventar nada nuevo, todo tiene que ver con algo que ya se hizo antes, por eso digo que en algún punto soy conservador, me gusta retomar o citar a partir de lo hecho. No es mi intención hacer cosas innovadoras.
-¿Cuál era tu lectura durante la niñez?
-Leía Billiken y Anteojito. También mucho las revistas de Columba (El Tony, D'Artagnan, Fantasía), que fueron mi escuela de historieta. Todo lo que aprendí fue a través de las revistas de Columba, más alguna otra cosita que ya vi de grande, en alguna revista española. Sí ignoré durante mucho tiempo a los clásicos norteamericanos. El underground es una de mis referencias esenciales, pero ésas son cosas que ya conocí después.
-¿Y cómo llegás a la pintura?
-La decisión adulta de pintar o de hacer una historieta tuvo que ver con los circuitos y los mercados. Algo para publicar en la gráfica es inseparable de aspectos como la venta, la distribución, con si se va a mostrar de cierta manera. Lo mío es producir imágenes. Inclusive dentro de la pintura, sigo siendo bastante narrativo. Mis pinturas son imágenes que, de alguna manera, cuentan cosas. El trabajo íntimo, creativo, es bastante parecido en ambos casos. En la historieta, por ahí, tengo que ser más enfático, contar con cierta precisión, o ser capaz de redondear una historia; en la pintura todo puede ser más difuso, puede haber algo que tenga que ver más con el color o con la forma, además de la anécdota. Pero, básicamente, el tema de hacer funcionar a la historieta y a la pintura tiene que ver con una actividad de gestión. Cada uno implica diferentes procedimientos de trabajo. Aunque creo que no puedo dibujar más historietas, ya estoy grande y las historietas necesitan muchas energías. Creo que se me acabaron las ideas.
-No estoy de acuerdo pero, a propósito, ¿cómo se fue gestando la fauna que habita tu mundo de imágenes?
-Todo ese mundillo imaginario debe simbolizar algo, pero yo no sé qué (risas), eso se ve desde afuera. De todas maneras, siempre cito un montón de referencias caprichosas, arbitrarias, incidentales, que son todo lo que me gusta. Para mí, esa especie de mundo subjetivo es una cosa natural, que me sale espontáneamente.
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