CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. EXPONEN LA SEGUNDA BIENAL DEL FIN DEL MUNDO HASTA EL 31 EN EL PARQUE DE ESPAñA
La muestra sólo incluye obras en medios fríos como video y foto digital. Artistas de lugares diversos hacen cosas iguales.
› Por Beatriz Vignoli
La lista de instituciones impresiona. Detrás de la segunda edición de la Bienal del Fin del Mundo se encuentran dos fundaciones: Patagonia Arte & Desafío, y la Memorial del Parlamento Latinoamericano de San Pablo (Brasil). Participa también el Instituto Goethe, uno de cuyos directores, Alfons Hug (dos veces curador de la Bienal de San Pablo) es curador general. No podía faltar el propio CCPE/AECID ni la Municipalidad de Rosario, cuyo actual secretario de Cultura, Fernando Farina, oficia de curador por Argentina. Se suma además la Dirección Nacional del Antártico, que en el marco de la Bienal presentó el Primer Museo Polar de Arte, Tecnología y Medio Ambiente de la Antártida a través de su programa Arte en la Antártida. Y la fundación Goodwill aprovechó para organizar el 1° Encuentro Internacional de Curadores de Arte Contemporáneo puestos a chupar frío en Tierra del Fuego. La bienal itineró por Río de Janeiro, la Antártida, San Pablo, Ushuaia (sede oficial), El Calafate y ahora, estresada por tanto shock climático, recala hasta el 31 en el Centro Cultural del Parque España (Sarmiento y el río), Rosario.
Mejor tendría que haberse llamado "Helarte", pero no hay lugar para el humor aquí. Lo que puede verse en los túneles oscurecidos es muy serio. La muestra sólo incluye obras en medios fríos (video y foto digital), los nombres de cuyos autores se avistan bajo unos diodos mortecinos. El carácter euro y global de la Bienal está dado porque artistas de sitios tan diversos hagan cosas tan iguales, algo que sucede en todas (hay 200 en todo el mundo, según Gerardo Mosquera). En los videos prevalece un tono profético de advertencia, más lo que podría llamarse una autorreferencia penitencial o un potlach sagrado. En el de Alexander Nikolaev (Uzbekistán) la nieve cae y cae sobre la barba de un orante (¿el artista mismo? ¿Quién más haría algo así?). Guillermo Srodek Hart (Argentina) se duerme ante la cámara en trípode abrazado a una cabra. Simon Faithful (Inglaterra) se mete con dos lobos marinos en una casa abandonada en medio del campo, con la nevisca y la llovizna cayendo por los techos rotos. Y Hassan Darsi (Marruecos) se arriesga al infarto, a la jaqueca y/o a la ruina construyendo un camino de oro que brilla al sol en la costa de Tenerife, para denunciar la explotación minera. ¡El mundo se acaba, el planeta se muere, el tiempo se termina! Por eso Shin Kiwoun (Corea) destruye un despertador analógico en una prensa. Michael Sailstorfer y Jürgen Heinert (Alemania) deshacen digitalmente una cabaña a puro plano fijo y pixel. Reynold Reynolds y Patrick Jolley (Estados Unidos) queman una casa completa con dos actores y dos actrices adentro, usando efectos especiales muy creíbles; los actores se comportan con una indiferencia que obviamente simboliza la de la humanidad ante la destrucción del planeta.
La música es lúgubre, dark, en modo menor: el lamento de Afel Bocoum para el video de Mamary Diallo se mezcla con una percusión en metales de Nick Cave. Las imágenes toman su inspiración del cine para lograr un tono ominoso. Guido van der Werve (Holanda) habría sido tocado por el genio de Werner Herzog para su brevísimo film en loop eterno de un rompehielos que avanza con un tipito delante que también avanza, caminando sobre las aguas; se proyecta en la entrada a toda pared y hay bancos de madera (duros, de iglesia) para sentarse a inmolar un preciosísimo tiempo meditando en su contemplación. Pero más que el de Herzog, es el espíritu del primer Lars von Trier ("El elemento del crimen"), el del último Tarkovsky ("El sacrificio") o el del peor Wim Wenders el que sobrevuela tanta pretenciosa elegancia, más glacial aún que los glaciares.
Se lucen, con sus fotos, los argentinos: Hugo Aveta deprime pero con ganas, Miguel Pereyra levanta instalaciones en la nada (recuerda un poco a Víctor Gómez), Adriana Bustos trata de volar, Laura Glusman fotografía el río y Adrián Villar Rojas sorprende con una apelación a lo maravilloso. Su tono de congoja es, paradójicamente, el más vital. Villar Rojas ancla sus fantasías apocalípticas en el duelo masivo de la infancia: su ballena de arcilla varada en el bosque patagónico, desintegrándose bajo las hojas otoñales, evoca la orfandad. Mueve al llanto animal, al llanto que desfonda lo humano y expresa lo mamífero del hombre; no por nada la figura esculpida es la de un cetáceo, un mamífero, un semejante (el título, "Mi familia muerta", puede interpretarse en el sentido taxonómico, también). Por supuesto, la imagen remite a una película de Tim Burton, "El gran pez", referencia que opera como contraseña habilitante del giro a lo fantástico.
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