Domingo, 20 de septiembre de 2009 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › 17ª EDICIóN CONSECUTIVA DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESíA DE ROSARIO
El Festival mostró la impronta del recambio generacional. En los nombres de los invitados hubo un fuerte sesgo latinoamericano y argentino, además del desembarco masivo en los espacios oficiales de jóvenes protagonistas de la poesía.
Por Beatriz Vignoli
La decimoséptima edición consecutiva del Festival Internacional de Poesía de Rosario muestra la impronta del recambio generacional. La decisión de ofrecer eventos simultáneos en dos centros culturales, el tradicional Bernardino Rivadavia y el recientemente incorporado Parque de España, junto con la de empezar el encuentro en Buenos Aires, marcan un antes y un después. Lo mismo puede decirse de la abrumadora mayoría de poetas jóvenes, activos invitados o asistentes a las mesas de la tarde y encantados protagonistas o escuchas del democrático "trasnoche" en el bar Tercer Mundo. Se continuó y amplió el concepto de sedes descentralizadas en los barrios y no faltó la ya tradicional visita a la Unidad de Detención Nº III, donde coordina un taller la poeta Susana Valenti. Las mesas de discusión ardieron y continuaron sus pasiones, ya más atemperadas, en las mesas de las cenas. Los libros se lucieron como nunca antes, ya no sólo pasando de mano en mano o disputándose el reducido hall del CCBR sino extendiéndose como un arco iris multicolor por toda una galería del CCPE; verdadera cantera de tesoros, incunables o recién salidos de la imprenta, que dejó a muchos poetas preguntándose por qué uno no será millonario sólo para comprarlos todos. El mayor espacio dado a las editoriales prestigiosas pequeñas y medianas, tanto de Rosario como de Buenos Aires, habla de una conciencia de la poesía como industria y de los lectores como mercado.
Esta noción excede la simple celebración corporativa oral de las lecturas, que sigue siendo central en el Festival, y donde algunos brillaron, como Diana Bellessi o José Kozer. Tuvieron un lugar destacado esos y otros poetas que fueron mentores e influencias para los que hoy están en la mediana edad, y en el mapa que se deja leer en los 40 nombres de los invitados hay un fuerte sesgo latinoamericano y argentino. Este es, al fin, el Festival de Poesía de la generación Jones, los cuarenticincuentones, que organizaron el evento con oído atento a las voces más ricas y originales de entre sus propios coetáneos y sucesores. También hubo talleres de edición de libros, actividades para niños, proyecciones de cine y conciertos de música, todo a cargo de poetas invitados que tienen otras actividades además de la poesía.
Los responsables de la programación fueron Osvaldo Aguirre, Daniel García Helder y Pablo Makovsky, tres poetas nacidos a comienzos de los años sesenta y fuertemente vinculados al Diario de Poesía. Esto encendió la mecha de una pregunta: ¿Este es un festival neo objetivista? La pregunta apareció a partir de una mesa redonda dedicada a "La poesía argentina del siglo XXI", donde por supuesto fue imposible no hablar una vez más de "la poesía de los 90". Pero se habló de los 90 como nunca se había hablado antes en Rosario, es decir: no de los 90 como la novedad que todavía se duda en aceptar, sino de los 90 como el pasado sobre el cual se constituyen los espacios y horizontes del presente y el futuro. Esto fue posible ya que este Festival logró al fin adelantar el reloj local y ponerlo en hora con las discusiones de Santa Fe y Buenos Aires, donde el calendario marca que el siglo XX se terminó hace casi 10 años. Hubo esta semana un desembarco masivo, en los espacios oficiales de Rosario, de jóvenes protagonistas de la poesía que venían articulando un campo literario en los intersticios de lo oficial, con discusiones, producciones y modos de circulación particulares, que dan identidad a una década que está por terminar y aún no tiene nombre. El dream team de Helder y Aguirre logró traer todo eso por unos días al centro del campo cultural local. La articulación entre lo oficial y lo alternativo, complementándose ambas instancias en vez de ser antagonistas, es un signo de los últimos 20 años que el Festival al fin ha asumido, ya que los "trasnoches" de lecturas de poesía no tuvieron lugar en un bar cualquiera sino en un espacio como Tercer Mundo, que viene brindando su propia oferta de ciclos de lectura y diagramando sus propias antologías de voces nuevas.
Y la respuesta a la pregunta de más arriba es positivamente negativa: se concluyó, en una sobremesa de la noche del panel en cuestión, que este Festival fue pluralista. Lo abrió Kozer, cubano y pope del neobarroco, y lo cerró una figura consagrada del objetivismo, la poeta argentina Juana Bignozzi. En otras mesas leyeron ex integrantes de la revista El Lagrimal Trifurca: cotidianistas de los 60 como Elvio Gandolfo o Hugo Diz. O voces certeras y luminosas formadas en la difícil Santa Fe de los años 70, como las de Estela Figueroa y Celia Fontán. Hubo espacio para una gran diversidad, que convocó desde los nuevos ganadores del premio Felipe Aldana, los jóvenes Leandro Llull y Florencia Volonté, hasta jóvenes de más trayectoria como Daniel Durand, Irene Ocampo, Francisco Garamona, Marcelo Díaz, Cecilia Pavón, Verónica Viola Fisher, Rosario Bléfari, Cristian De Nápoli, el chubutense Ariel Williams (el patagónico que garantiza el federalismo, como bromea el propio poeta) o el santafesino Francisco Bitar. No deslumbró, salvo por sus letras, la música de Palo Pandolfo, quien fue capaz de articular la palabra "bardo" en todos sus sentidos.
Los extranjeros y extranjeras llegaron de lugares tan europeos como Luxemburgo, tan lejanos como Finlandia, tan cercanos como Chile o tan intensos como El Salvador, Colombia, México, Brasil, Guatemala, Cuba, República Dominicana o España. Brilló por su ausencia la lengua inglesa, una deuda que habrá que saldar en próximas ediciones, ya que en ésta no hubo buena llegada con las instituciones especializadas locales ni un profundo conocimiento de la amplia oferta de las mismas, desaprovechándose espacios posibles que ni siquiera fueron contactados. Una pena porque la traducción sí tuvo una mesa para sus "tradittori" en un espacio coordinado por la poeta, editora y traductora Mirta Rosenberg, integrante fundadora del Consejo de redacción del Diario de Poesía.
En resumen, un lujo. Pero, parafraseando un viejo dicho de los recitales de rock en tiempos difíciles, había más poetas que gente: una imagen que el visitante se lleva de este festival es la de José Kozer preguntando, con suavidad casi inaudible desde lo alto de su humanidad de gigante de ojos azules, dónde está la gente de la calle. Acaso por tratarse de un banquete en torno a la figura de un muerto, Francisco Urondo, se logró concertar una endogamia lo más saludable posible; ahora resta esperar al gran público.
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