CULTURA / ESPECTáCULOS
Raúl Barboza vuelve mañana a Rosario para dar un concierto gratuito. "La vida me ha dado mucho, tanto, que a los 70, sigo tocando", dijo.
› Por Fernanda González Cortiñas
Siempre es un placer hablar con Raúl Barboza. Su tono amable, pausado, su indeleble sentido del humor, la infinita paciencia con la que desglosa anécdotas, esa deliciosa impronta, erudita y a la vez profundamente humilde, que le sabe imprimir a la charla, sobre música o sobre cualquier otro tema, hacen de él, un entrevistado ideal. No sabé a ciencia cierta cuándo fue la última vez que vino a Rosario y pide le recuerde cuándo es que debe venir. Se disculpa. "Sabe qué pasa, a mi edad, llevar la agenda en la cabeza no es sencillo". No es sencillo, seguro que no. Sobre todo para alguien que en Europa la tiene casi cerrada hace rato, con conciertos desperdigados por medio continente.
Después de llevarse todos los aplausos del Festival del Chamamé en Corrientes, Barboza llega a Rosario para presentarse, mañana a las 21, dentro del ciclo que organiza la Secretaría de Cultura Provincial en la Plaza Cívica (San Lorenzo 1949). "Voy a ir con el trío, esto es: con Horacio Castillo, que es un guitarrista misionero y Osvaldo Avena, que es percusionista y con quien yo empecé a trabajar hace más de 30 años", dice este porteño con sangre guaraní, y se olvida de mencionar a El Morocho, el acordeón que lo acompaña desde hace largos años, probablemente desde que reemplazó al que le regaló su padre cuando cumplió ocho años.
--¿Qué trae a Rosario?
--(Piensa)... Y, de todo un poco. Algunos temas que no tienen larga data, cosas que empecé a componer cuando llegué a Francia (en 1987), cosas que me salían y que después, con el tiempo, les fui dando forma. También habrá temas de cuando yo era un muchacho, temas de un corte no tan tradicional, que trato de hacerlos como hace 40 años. Por supuesto, también habrá temas tradicionales, esos que surgen del silencio, esos que alguien pide entre el aplauso y el próximo tema. Y yo nunca me puedo negar a hacer.
--Digamos que va a hacer una suerte de "grandes éxitos"...
--Yo pienso que cada noche es distinta. A cada público la música le llega de manera diferente y eso hay que irlo manejando en el camino...
--Más que por temas le preguntaba por géneros, si se iba a animar a hacer algún tango, por ejemplo...
--(Risas)... y sí, puede ser que haya algo de eso, si me lo piden... Mire, a mí hay una cosa que me da curiosidad: ¿por qué yo no encuentro nunca a un tanguero que pueda hacer un buen chamamé? Yo puedo, si quiero, tocar un tema de Piazzolla por ejemplo, pero no está en mi cabeza hacerlo para ganar el aplauso fácil de la gente, no. Simplemente lo hago porque alguien me lo pide, o sencillamente porque tengo ganas, porque me parece que hay clima. Creo que es bueno sorprender al público, salir de los cánones; eso por supuesto si se hace con el debido respeto. Por supuesto que esto sólo se puede hacer con la complicidad del público; si se trata de un público abierto, que esté deseoso de conocer lo nuevo pero que sepa apreciar lo viejo, entonces se compatibilizan los gustos.
--En este sentido, ¿es lo mismo tocar en un teatro parisino que en el Festival de Chamamé, por mencionar un ejemplo?
--Desde luego. A lo mejor en Europa puedo hacer una entrada un poco más lenta o ahondar en la historia de un tema, pero nada más. Yo no especulo con lo que le gustará más a un público u otro. Yo pienso que el arte tiene que ver con saber manifestar los sentimientos. Si esos sentimientos, que se transforman, en mi caso, en música, y van hacia los sentimientos de quien escucha, son profundos y sinceros, no hay nada que adaptar, no hay nada que explicar. Es un lenguaje de sentimiento a sentimiento. Como en el amor: quizá baste con una mirada. Si hay conexión, las palabras sobran.
--Cuando estuvo en la Argentina el año pasado dio varios conciertos digamos, de tinte "social"; uno en defensa del monte nativo, en Misiones, en una cárcel y en la ex Gatic. ¿Cuál cree que debería ser el compromiso de los artistas, en tanto intelectuales, en este sentido?
--Creo que cada uno debe hacer lo que le dicta su conciencia. Hay artistas que creen que esto es un trabajo, un trabajo como cualquiera que sirve para darle de comer a la familia y punto. Yo pienso que cuando un artista establece, a través de su arte, una relación de compromiso con la sociedad en la que vive, involucrándose con su pluma, con su música, con su canto, en cuestiones que van más allá de ese arte pero que sin duda lo atañen a él como individuo, como ciudadano, entonces ese discurso debe ser refrendado con hechos concretos, con acciones. Yo no soy de los que aviso cuando voy a un lugar así, porque yo no comercializo con eso; eso no forma parte del negocio, forma parte del oficio. Por supuesto que siempre hay alguien que se entera y al final uno termina saliendo en los diarios, pero esa no es nunca la intención original, al menos en mi caso.
--En este sentido, días atrás fue convocado para participar de la última marcha de las Madres de Plaza de Mayo...
--Por ejemplo... Bueno, en esa convocatoria hubo gente que no quiso que yo estuviera, porque decían que yo no era un militante. Como si militar fuera sólo andar con banderas por la calle, cantando consignas. Yo creo que he militado, si esto es vivir como se piensa y pensar como se vive, lo he hecho, desde lo mío que es la música.
--En año pasado estuvo nominado a los premios Konex. Cuando recibe este tipo de reconocimientos, ¿no le dan ganas de volver para quedarse, y ya no sólo para huir del invierno europeo?
--(Risas)... Es cierto que el frío no me gusta y que trato de escaparle lo más que pueda. Y no porque me enferme. Es más, cuando me fui en el 87 viví siete años allá sin volver a la Argentina, y no me enfermé nunca. Lo que ocurre es cuando viajo a la Argentina, o cuando estoy aquí y me voy a algún otro país, no hago nada distinto de lo que he hecho desde que tengo ocho años: viajar, viajar para poder tocar. Pero después de todo, podría ser sólo una cuestión de interpretación, porque sólo dejo la Argentina por cinco o seis meses. Y lo hago porque tengo que trabajar. Por ejemplo, yo tengo contratos en Europa firmados en el 2004 para actuar en el 2006. Acá las cosas son muy distintas, no con mala intención, pero acá es muy difícil trabajar en serio.
--Acá en Rosario lo tenemos al Cholo Montironi, que a pesar de padecer esas mismas precariedades, siempre vuelve...
--Bueno, ahí tiene. El Cholo en Europa es un maestro. Yo le cuento que el Cholo entra a la Radio en Londres y --y disculpe el exabrupto-- ¡carajo!, la Sinfónica en pleno se levanta y lo aplaude de pie. Y acá apenas si le dan pelota. Y cuando va a Alemania pasa lo mismo. Y es que el Cholo es capaz de pasarse una semana sin dormir haciendo un arreglo para una orquesta si se lo piden. Acá lo llaman para tocar en un boliche y no sabe si le van a pagar los 20 pesos que le dijeron...
--Bueno, entonces no se siente tan solo...
--Noooo... para nada. Yo no me siento solo, ¿y sabe por qué? porque cada vez que toco, al final aparece alguien que me quiere saludar y me dice: "Barboza, yo vengo desde Usuhaia para verlo". Yo toco para ellos. Por eso no me preocupa si me pagan o no, yo toco porque amo lo que hago.
--Por estas mismas cosas que tiene la organización cultural en la Argentina, va a actuar el mismo día que el Chango Spasiuk...
--Sí, qué lástima. El Chango es un colega que respeto mucho. Yo no he tocado jamás con un sentido de competencia, porque creo que todos somos aprendices frente a la vida, así que poco haría si no lo aplaudiera con todas mis fuerzas. Porque yo creo que uno debe agradecer lo que la vida le da, y a mí me ha dado mucho. Tanto, que a los 70 años, sigo tocando.
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