CULTURA / ESPECTáCULOS › TODOS MIENTEN, DE MATíAS PIñEIRO, SOBRE LO NO DICHO
› Por Leandro Arteaga
Como si se tratara de un carrusel de ánimos cambiantes, pero con una cantidad de vueltas determinadas y una velocidad de fuerza progresiva, Todos mienten invita al espectador a subirse y a marearse en estos giros que llevan y que devuelven. Era en Pacto siniestro (1951) donde el maestro Hitchcock también nos hacía subir -como en todo su cine a una calesita que representaba, desde una velocidad desbocada, el clímax de la película. Allí arriba era la artimaña de realizador la que prevalecía, artesano memorable que supo cómo construir sustos e incomodidades.
En Todo mienten, Matías Piñeiro (Buenos Aires, 1982) propone una serie de enredos que sólo él sabe cuáles cauces tomarán, hacia dónde desembocarán. Aún cuando las conclusiones, por convención, no sean lo que el espectador quiera o prefiera. De lo que se trata es de asistir a este ir y venir de palabras, de gestos y de miradas.
Es un grupo de amigos el que convive durante unos días en una casa de campo, situada no se sabe muy bien dónde. Amigos de misma generación, jóvenes y con música y libros como compañía. Hay también una obra que se está escribiendo, que se está transcribiendo, y lazos sanguíneos que unen a algunos de ellos con las figuras históricas o paternas de Domingo Sarmiento y Juan Manuel de Rosas.
Desde todo esto todo el embrollo. Pero desde pautas de comportamiento de guión donde cada personaje tiene tanto protagonismo como cualquiera de los otros. En este sentido, el film no privilegia a ninguno, mientras acentúa los interrogantes sobre todos y cada uno. Todos se preguntan acerca de Helena, tanto como el espectador, mientras Helena oficia de reflejo distorsivo que devuelve los interrogantes sobre los demás. Un ida y vuelta de espejamientos.
En este sentido, es la obra de Orson Welles la que aparece cifrada, citada, homenajeada. Fraude (1973) es la mejor referencia, y Todos mienten la toma de manera conciente. La originalidad y el fraude, dos caras de una misma moneda, cuyo valor decide el que la observa. Allí entonces los propios espectadores, quienes sabrán a cuál de todos los protagonistas dar mayor crédito.
Es notable observar cómo el film busca restar importancia decisiva en cualquiera de las escenas. Cuando los personajes hablan, la cámara evita subrayarlos, a la vez que adopta otras miradas que distraen hacia lugares distintos, hacia otras acciones. De forma tal que son varias las situaciones que simultáneamente tienen lugar. Así como cuando el grupo se reúne y se lee algo para todos, pero las miradas delatan otras historias, que triangulan y ramifican hacia más interrogantes y, al mismo tiempo, hacia menos explicaciones.
Todos mienten. 8 (ocho) puntos
Argentina, 2009
Dirección y guión: Matías Piñeiro.
Fotografía: Fernando Lockett.
Montaje: Delfina Castagnino.
Sonido: Emilio Iglesias.
Intérpretes: Romina Paula, María Villar, Julia Martínez Rubio.
Duración: 75 minutos.
Salas: Arteón.
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