CULTURA / ESPECTáCULOS › TRES MUESTRAS DE FOTOGRAFíA DE AUTORES JóVENES EN EL CEC
Si Pastorino fotografía el puro presente en toda su belleza casual y Borgatello logra la proeza melancólica de fotografiar el pasado, Villar Rojas abre el obturador de la cámara nada menos que al futuro. Los trabajos se exponen hasta el 18 de este mes.
› Por Beatriz Vignoli
El azar y lo residual, el tiempo y lo urbano configuran los ejes de un "sentido común" que permitiría leer como una sola exposición colectiva las tres sólidas muestras individuales de fotografía de autores jóvenes que se exponen hasta el 18 de este mes en el espacio del CEC, Centro de Expresiones Contemporáneas (Sarmiento y el río).
* Los encantos del azar es el título de la muestra de María Laura Pastorino, que lleva un epígrafe de Roland Barthes sobre "la presión de lo indecible que quiere ser dicho". Para Pastorino, el azar parece ser la vía regia a una belleza urbana moderna: la de lo que se cruza por casualidad y forma una constelación fugaz. Ella sorprende con la cámara estos encuentros entre fulgores diversos y compone al instante con ellos una escena precaria, donde algún sentido parece estar a punto de una revelación. Son fotografías elegantes, sin referencias precisas, que podrían existir como fotogramas de los tiempos narrativamente "muertos" pero poéticamente vivos, cargados de expectativa trascendente, de una película. Puntúan el recorrido de una mirada. Una mirada formada en las matrices pictóricas del impresionismo (como lo demuestra un soberbio puerto en tonos sepia tras un vidrio empañado) y que logra pulsar en la deriva urbana una cuerda lírica más o menos inefable. Aunque sean fotos del propio lugar, son fotos de viaje.
* El azar, a través de una compra efectuada en una casa de antigüedades, fue lo que habilitó la irrupción en la vida de Silvestre Borgatello de 8 gastadas cajas de cartón con 12 placas de vidrio de principios del siglo XX en cada una. Fueron recuperadas de un volquete que acumulaba escombros, y otros desechos de desmantelamiento total, frente a la casa donde habían sido tomadas las fotografías, casi noventa años atrás. Estos negativos habían sido realizados con la técnica de emulsión de plata; plata que se oxidó, y cuyas rajaduras funcionaron en la copia como la materialización misma del paso invisible del tiempo. "Plaques au gelatin. Bromure d`argent" se leía en un rótulo. Eran retratos de rostros infantiles, pero que el tiempo había ido resquebrajando, dejando signos comparables a las arrugas en un rostro: las fotos envejecieron contra toda voluntad de eternidad de sus autores. Para peor, los modelos cayeron en el olvido y su anonimato sabotea la intención documental original. Sin nombre, lo hallado sigue perdido: la pieza historiográfica deviene el objeto del melancólico. El pasado cercano emerge así como ruina. Lo que hace Borgatello en sus Memorias de plata es recuperar para el arte contemporáneo, mediante procesos que no borran tales accidentes sino que tienden más bien a exacerbarlos, estas ominosas imágenes. Ya había presentado casi "crudos" estos objetos encontrados, dando más información sobre el hallazgo, en el concurso "De las sombras a la luz" (CEC, 2006). En aquel contexto, las fotos se cargaban de un denso sentimiento de ausencia que las acercaba a las de los desaparecidos.
* Si Pastorino fotografía el puro presente en toda su belleza casual y Borgatello logra la proeza melancólica de fotografiar el pasado, Sebastián Villar Rojas abre el obturador de la cámara incorporada en su teléfono móvil nada menos que al futuro, o al falso futuro del terror del trauma, que "objetivamente" es el pasado. Bajo el título de El proletariado quiere orden y progreso mientras espera el momento de la sangre, Villar Rojas (hermano de Adrián) presenta un manifiesto vanguardista, fragmentos de cuyo texto dicen: "No hay más técnica que el sentido común en el que confluyen todas las artes. Sentido común en 2 sentidos: 1) como dominio de una técnica común: la condensación dramática y 2) como pulsión común a todas las artes: condensar la vida si el origen de la vida es el encuentro espontáneo de sustancias y fenómenos físico químicos, estas fotos no son otra cosa que encuentros espontáneos de elementos insignificantes y dispersos, en el extremo en que la voluntad de sacar una foto no existe". Y la verdad es que las mejores de estas fotos digitales tan low fi, copiadas a papel y pegadas así nomás a la pared, provocan un cosquilleo en las palmas de las manos cuya explicación es casi imposible de formular en palabras. ¿Qué se pone en juego ahí? ¿Qué clase de alquimia o de big bang? ¿Será el celular la máquina de Dios de los artistas pobres? ¿Y qué tiene que ver esta experiencia estética, genialmente cruel, con la categoría sociopolítica de proletariado? ¿Configuran estas fotos, como promete ambiciosamente su autor, "la voluntad política del proletariado contemporáneo"?
"Esto del proletariado tiene que ver con Rosario como una ciudad obrera, donde predominan la cultura popular y la cultura del trabajo en todas las clases sociales. Mi `teoría` del proletariado es una metáfora, que parte de un lugar irónico ante el berrinche generalizado que pide un baño de sangre (y nada de orden ni progreso). Las imágenes no explicitan el título sino que lo contradicen, y ahí es donde aparece lo de la narración: una concentración de elementos que dispara sentidos", cuenta el artista a Rosario/12, dando alguna pista. La clave entonces se hallaría en la economía, o en su negación.
Claramente, las mejores de las fotos de Sebastián Villar Rojas apuntan certeras en dirección de aquellos agujeros negros donde nada es aprovechable ni asimilable, donde todo es residuo. La composición de sus fotos callejeras (las más logradas de la muestra) suele tener como centro un vacío que aparece enmarcado por materiales heteróclitos. Son pedazos de marcos, partes de feos carteles; cosas del orden de la escoria absoluta, de lo que ni siquiera sería reciclable para el gusto como trash (un estilo hoy muy de moda) y que para la economía no tendría sentido: se trata de cosas que hasta los cartoneros desecharían, ellos que todavía (en los márgenes) son actores socioeconómicos. Esta abyección, esta ausencia extrema de todo valor económico o incluso político, esta imposibilidad de ponerle precio a lo que se ofrece a la mirada, hace de los fragmentos mostrados en estas fotos los portadores de una inmanencia radical. Es precisamente ese peligro de caída en la insignificancia más irredimible lo que conmueve, por dos razones: porque es de un error en la nada de donde podría haber surgido el universo, según el mito moderno, y porque hoy (después de Auschwitz) el que un ente encarne la nada, desfondando el ser, es una posibilidad del hombre. Y por eso, evitar que sus composiciones se fuguen hacia lo sublime es un logro ético del autor.
Sebastián Villar Rojas además es escritor, formado en el taller de Alma Maritano. Cuentos suyos fueron incluidos en la antología De las sombras a la luz en 2006. La urgencia casi violenta de sus fotos tomadas en la calle y las tremendas posibilidades de aniquilación que éstas revelan son, lamentablemente, estabilizadas por instancias más sentimentales y hogareñas, menos originales, que endulzan la contemplación a la vez que aluden a tics propios de otros fotógrafos locales, como los medallones de luz directa filtrados por una persiana que ya se han visto en obras de Gonzalo Casadidio. Este intimismo "sucio" remite no sólo a ciertas tendencias internacionales en fotografía propias de los años 80 y 90 sino también a cierta tradición de la pintura local. Y un gato gris que mira siempre a la cámara parece decir, como Fito, que no todo está perdido.
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