Lunes, 27 de febrero de 2006 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › EL HIJO, DE LOS HERMANOS DARDENNE, CON UNA MIRADA SUBJETIVA
La película es parte de una trilogía que
se centra en seres desvalidos, quebrados,
abiertos hacia la ternura y el asombro.
Por Emilio Bellon
El hijo (Le fils). 8 puntos.
Bélgica-Francia, 2002.
Guión y dirección: Luc y Jean Pierre Dardenne.
Intérpretes: Olivier Gourmet, Morgan Marinne, Isabelle Soupart.
Duración: 110 minutos.
Sala: El Cairo.
Será necesario que algún día podamos ver ese filme largamente postergado de los hermanos Luc y Jean Pierre Dardenne, guionistas y directores, llamado Rosetta, cuya historia nos ubica en el terreno de Recursos humanos, en el renglón del llamado "ocupación: trabajo basura", como me lo señaló una amiga, recién llegada de España, que tuvo oportunidad de ver este film en aquel país. Igualmente, fue en noviembre de 2005 cuando se presentó en ese mismo país -con elogio absoluto por parte de la crítica-, la última obra de estos hermanos (en el cine, pensemos en los Taviani, en los Coen) que lleva por título El niño. En la sección de Críticas de la revista Fotogramas de este mes, la nota firmada por Nuria Vidal destaca el carácter de esta trilogía que recupera la idea de problemática familiar. El trío de films incluye El hijo, el segundo en la línea cronológica, que puede verse en el cine El Cairo por estos día.
En los tres films, continúa la autora de la nota, sus personajes son seres desvalidos, un tanto quebrados por sus historias pasadas, abiertos a la ternura y al asombro. Y al hablar de personajes señalemos que en El hijo, los Dardenne eligen el plano medio corto, este que permite que el rostro ocupe gran parte del plano y que permite que asome en la pantalla sólo una pequeña porción del torso de los actores.
Con cámara en mano, y con un acercamiento que participa de una casi mirada subjetiva, que permite seguir de cerca los gestos y el ritmo respiratorio, El hijo es un relato que se va construyendo desde la figura de protagonistas que, en su mayor parte, nos muestran su espalda. Parte del cuerpo expuesta al imprevisto, al violento y callado golpe; recorte de un cuerpo que a veces no puede mirar de frente.
Si como señalan sus directores, en la construcción de sus personajes se intuye la mirada de Bresson y Truffaut respecto de los niños y adolescentes, debemos pensar que aquí lo que se subraya es el vínculo de indiferencia que los adultos entablan con ellos. En El hijo, film que recupera la instancia y transmisión de un tiempo real, que desglosa analíticamente los espacios y actitudes, lo que se nos propone es la construcción paulatina de un nuevo espacio, desde la manera en que se nos insinúa cierta línea de intriga en el espacio de los afectos negados.
Si el personaje adulto duda, vacila; si este hombre llamado Olivier, dueño de una carpintería que tiene a su cargo un número limitado de aprendices (entre ellos, un inmigrante árabe llamado Omar) será la puesta en escena, la cámara, las que traduzcan estos estados. Con cámara en mano -como ya se señaló- sus directores recrean algunos aspectos del Dogma 95, en un relato que se sostiene en una tensión continua, sujeta a la próxima respuesta, el acto de mirar, a esa palabra que espera ser dicha. Todo este clima transcurre en la película sin música de fondo.
Del que se habla en el título del film es un continuo "fuera de campo". Y desde esta figura, que está definida por una situación involuntaria y trágica, todo el relato apunta a un encuentro y a una revelación. De espacios de uno, el film se proyecta hacia un posible diálogo.
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