Miércoles, 1 de marzo de 2006 | Hoy
La nueva edición del festival en Villa Giardino, que terminó el sábado pasado, fue una de las más sólidas a nivel de programación y respuesta. El desempeño de los rosarinos.
Por Julio Cejas
El sábado pasado finalizó en la localidad serrana de Villa Giardino una nueva edición del tradicional "Festival de Teatro del Valle de Punilla" que cumple 14 años de ininterrumpida labor al servicio de la difusión del teatro regional y nacional. El balance de este año arroja un saldo ampliamente favorable para los objetivos de los organizadores de este encuentro que reúne variadas propuestas que cotejan sus producciones más allá de la habitual programación y las actividades paralelas.
Si hay algo que caracteriza a este inédito festival de teatro, es la selección de las obras y los grupos que representan a localidades de zonas teatrales con diferentes formaciones y estéticas propias. En el marco de la organización dispuesta por la Biblioteca Popular "Leopoldo Lugones", los vecinos de Villa Giardino, a través de su voto, seleccionan a los elencos y a las obras que integrarán la cartelera. Una modalidad eminentemente popular que prescinde de jurados especializados y que deposita en la comunidad el delicado mecanismo de selección y legitimación de la producción teatral.
Esto tuvo algunos inconvenientes en los primeros años del Festival, ya que se priorizaba, como se sigue haciendo, la presencia del teatro de la región, cualquiera sea el nivel de preparación y formación de sus artistas. Elencos en su mayoría integrado por talleres de localidades como La Falda, Huerta Grande, Capilla del Monte, San Marcos Sierra, cotejaban sus trabajos frente a grupos más sólidos de ciudades como Córdoba, Rosario o Buenos Aires. El desafío estaba en la preocupación por difundir un teatro menos técnico pero con auténticas raíces y con intentos por demostrar que podían aprender de sus pares y de las discusiones que se generaban en las devoluciones.
Este año el Festival capitalizó errores y demostró que esta estrategia permitió el crecimiento y la reflexión, llegando a una de las ediciones más sólidas a nivel de programación y respuesta de público. Una clara muestra de esto fue el trabajo que abrió el Festival: Padre nuestro (nunca nadie dijo nada) a cargo del Grupo El Ojo Teatro, un elenco integrado por representantes de La Falda y Villa Giardino. Un auténtico producto de creación colectiva que resignificó la tan trillada dramaturgia del actor a partir de un juego actoral sostenido por Ana Elizondo, Emilia Gómez y Gabriela Winnicki. Tanto las actrices como la directora Maria Cecilia Cravero son verdaderos puntales en el trabajo cultural de la región, participando en diversos proyectos de bibliotecas populares y en algunos casos, como el de Ana Elizondo, desde la gestión oficial. La actriz Emilia Gómez demostró que además de ser una de las piezas fundamentales de la organización del Festival de Villa Giardino puede dar cuenta de una ductilidad y un histrionismo que recogió el aplauso del público local.
Otro elenco de La Falda, Momo, sorprendió con Los 7 pecados maritales una desopilante farsa escrita por Mauricio Martínez, autor e intérprete junto a María Varia y con dirección del propio grupo. En el rubro unipersonal, que abarcó diferentes trabajos, la localidad de Capilla del Monte estuvo representada por Pablo Solís, un notable actor que se perfeccionó en Buenos Aires y que sorprendió con dos trabajos de diferentes registros.
En El indio camina contra el viento retrabaja una historia a partir de mitos y leyendas de algunas culturas aborígenes donde pone a prueba sus recursos técnicos y corporales, mientras que en El Cigarrito, una adaptación libre de textos de Antón Chéjov, se muestra como un ingenioso animador dotado de un humor que contagia y prepara el terreno para la participación de su compañero Germán Riveros.
De Córdoba, uno de los grupos de trayectoria, el Zeppelín Teatro dirigido por Jorge Villegas, presentó una inteligente adaptación del texto de Darío Fo, La Tigresa, interpretado por el joven y dúctil Rodolfo Ossés. Otro acierto de la programación estuvo a cargo de la actriz porteña Carolina Tejeda con la obra Harina, escrita y dirigida por Román Podolsky, una poética visión del terrible desamparo de los habitantes de un país que se quedó sin trenes.
También de Buenos Aires, un unipersonal que cautivó tanto a teatreros como al público local: Réquiem nupcial, impactante performance de Marta Paccamici, basado en textos poéticos y en la capacidad de esta actriz que comienza su itinerario en la calle, buscando desolada al hombre que la lleve al altar.
Otro de los trabajos más aplaudidos y reconocidos fue Reconstruyendo A B del grupo Maraña de San Luis, una exquisita propuesta de teatro-danza que toma al mundo de Beckett como disparador para rescatar aquella emblemática espera godottiana que siempre retorna. Un equipo de trabajo de alto nivel técnico compuesto por Laura Veiga, coreógrafa, creadora e intérprete junto a Titito Akerman, de un producto que desmitificó al género tantas veces bastardeado a partir de su difícil conexión con el espectador. Entre los espectáculos infantiles se puede destacar una propuesta que trasciende el género y se ubica como espectáculo para todo público: Amores gauchos (en el campo y la ciudá), creación del grupo Impresentables de Córdoba.
La delegación rosarina, una de las más numerosas, tuvo como siempre el reconocimiento del público local, pero en esta oportunidad algunos trabajos como PopChoclo de Esse est percipi, que cerró el Festival, no alcanzó la adhesión de anteriores producciones de uno de los grupos más esperados del Festival. El Grupo La Caterva dirigido por Aldo Pricco, debutó con buenos comentarios con su puesta de la obra Fuera de Cuadro, de Javier Daulte y Enrique Gabenara, que dividió las aguas entre los que disfrutaron y los que quedaron afuera de su obra Té de pelos.
Resulta significativa la respuesta de un espectador que año tras año acumula información y que puede divertirse y disfrutar pero al mismo tiempo sin dejar de exigir ciertos compromisos a elencos de sobrado nivel y de trayectoria a lo largo del Festival.
El sábado pasado finalizó en la localidad serrana de Villa Giardino una nueva edición del tradicional "Festival de Teatro del Valle de Punilla" que cumple 14 años de ininterrumpida labor al servicio de la difusión del teatro regional y nacional. El balance de este año arroja un saldo ampliamente favorable para los objetivos de los organizadores de este encuentro que reúne variadas propuestas que cotejan sus producciones más allá de la habitual programación y las actividades paralelas.
Si hay algo que caracteriza a este inédito festival de teatro, es la selección de las obras y los grupos que representan a localidades de zonas teatrales con diferentes formaciones y estéticas propias. En el marco de la organización dispuesta por la Biblioteca Popular "Leopoldo Lugones", los vecinos de Villa Giardino, a través de su voto, seleccionan a los elencos y a las obras que integrarán la cartelera. Una modalidad eminentemente popular que prescinde de jurados especializados y que deposita en la comunidad el delicado mecanismo de selección y legitimación de la producción teatral.
Esto tuvo algunos inconvenientes en los primeros años del Festival, ya que se priorizaba, como se sigue haciendo, la presencia del teatro de la región, cualquiera sea el nivel de preparación y formación de sus artistas. Elencos en su mayoría integrado por talleres de localidades como La Falda, Huerta Grande, Capilla del Monte, San Marcos Sierra, cotejaban sus trabajos frente a grupos más sólidos de ciudades como Córdoba, Rosario o Buenos Aires. El desafío estaba en la preocupación por difundir un teatro menos técnico pero con auténticas raíces y con intentos por demostrar que podían aprender de sus pares y de las discusiones que se generaban en las devoluciones.
Este año el Festival capitalizó errores y demostró que esta estrategia permitió el crecimiento y la reflexión, llegando a una de las ediciones más sólidas a nivel de programación y respuesta de público. Una clara muestra de esto fue el trabajo que abrió el Festival: Padre nuestro (nunca nadie dijo nada) a cargo del Grupo El Ojo Teatro, un elenco integrado por representantes de La Falda y Villa Giardino. Un auténtico producto de creación colectiva que resignificó la tan trillada dramaturgia del actor a partir de un juego actoral sostenido por Ana Elizondo, Emilia Gómez y Gabriela Winnicki. Tanto las actrices como la directora Maria Cecilia Cravero son verdaderos puntales en el trabajo cultural de la región, participando en diversos proyectos de bibliotecas populares y en algunos casos, como el de Ana Elizondo, desde la gestión oficial. La actriz Emilia Gómez demostró que además de ser una de las piezas fundamentales de la organización del Festival de Villa Giardino puede dar cuenta de una ductilidad y un histrionismo que recogió el aplauso del público local.
Otro elenco de La Falda, Momo, sorprendió con Los 7 pecados maritales una desopilante farsa escrita por Mauricio Martínez, autor e intérprete junto a María Varia y con dirección del propio grupo. En el rubro unipersonal, que abarcó diferentes trabajos, la localidad de Capilla del Monte estuvo representada por Pablo Solís, un notable actor que se perfeccionó en Buenos Aires y que sorprendió con dos trabajos de diferentes registros.
En El indio camina contra el viento retrabaja una historia a partir de mitos y leyendas de algunas culturas aborígenes donde pone a prueba sus recursos técnicos y corporales, mientras que en El Cigarrito, una adaptación libre de textos de Antón Chéjov, se muestra como un ingenioso animador dotado de un humor que contagia y prepara el terreno para la participación de su compañero Germán Riveros.
De Córdoba, uno de los grupos de trayectoria, el Zeppelín Teatro dirigido por Jorge Villegas, presentó una inteligente adaptación del texto de Darío Fo, La Tigresa, interpretado por el joven y dúctil Rodolfo Ossés. Otro acierto de la programación estuvo a cargo de la actriz porteña Carolina Tejeda con la obra Harina, escrita y dirigida por Román Podolsky, una poética visión del terrible desamparo de los habitantes de un país que se quedó sin trenes.
También de Buenos Aires, un unipersonal que cautivó tanto a teatreros como al público local: Réquiem nupcial, impactante performance de Marta Paccamici, basado en textos poéticos y en la capacidad de esta actriz que comienza su itinerario en la calle, buscando desolada al hombre que la lleve al altar.
Otro de los trabajos más aplaudidos y reconocidos fue Reconstruyendo A B del grupo Maraña de San Luis, una exquisita propuesta de teatro-danza que toma al mundo de Beckett como disparador para rescatar aquella emblemática espera godottiana que siempre retorna. Un equipo de trabajo de alto nivel técnico compuesto por Laura Veiga, coreógrafa, creadora e intérprete junto a Titito Akerman, de un producto que desmitificó al género tantas veces bastardeado a partir de su difícil conexión con el espectador. Entre los espectáculos infantiles se puede destacar una propuesta que trasciende el género y se ubica como espectáculo para todo público: Amores gauchos (en el campo y la ciudá), creación del grupo Impresentables de Córdoba.
La delegación rosarina, una de las más numerosas, tuvo como siempre el reconocimiento del público local, pero en esta oportunidad algunos trabajos como PopChoclo de Esse est percipi, que cerró el Festival, no alcanzó la adhesión de anteriores producciones de uno de los grupos más esperados del Festival. El Grupo La Caterva dirigido por Aldo Pricco, debutó con buenos comentarios con su puesta de la obra Fuera de Cuadro, de Javier Daulte y Enrique Gabenara, que dividió las aguas entre los que disfrutaron y los que quedaron afuera de su obra Té de pelos.
Resulta significativa la respuesta de un espectador que año tras año acumula información y que puede divertirse y disfrutar pero al mismo tiempo sin dejar de exigir ciertos compromisos a elencos de sobrado nivel y de trayectoria a lo largo del Festival.
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