CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. EPISODIO I DE LA MUESTRA DEDICADA A LA HISTORIA DE LA CIUDAD.
Fotografías, pinturas, dibujos y objetos forman parte de la exposición del Museo de la Ciudad donde se aborda desde los inicios de la villa hasta 1940. Forma parte del trabajo de cuatro historiadores que se plasmará en un libro.
› Por Beatriz Vignoli
"Representar la historia de la ciudad desde diversos e inéditos aspectos" es la consigna que guía a la muestra titulada Ciudad de Rosario, la cual (con el Bicentenario como "excusa"), luego será un libro del mismo título. ¿Qué sucesos que hicieron posible la construcción material y simbólica de la ciudad? Esta la pregunta de donde partieron los cuatro historiadores locales (doctores en Historia en sus respectivas especialidades y temas de estudio) quienes con edición de Daniel García Helder, escribieron el libro. Surgida de una iniciativa de su director, Raúl D'Amelio, la exposición ocupa cuatro salas del Museo de la Ciudad (Bv. Oroño y Riobamba, parque Independencia) e incluye fotografías, pinturas, dibujos y objetos. Recorrerla, deteniéndose en sus detalles, deja la sensación de estar ante apenas una ínfima parte de algo inmenso, casi inabarcable, y que es ni más ni menos que el suelo donde se habita.
Episodio I, en exhibición, aborda aspectos de Rosario desde sus comienzos hasta 1940. Se basa en trabajos realizados, para la primera parte del libro y de la muestra, las investigadoras en historia social de Rosario Alicia Megías y Agustina Prieto. Episodio II se inaugurará en septiembre y tratará sobre coleccionismo, a cargo de Pablo Montini, y sobre arquitectura y urbanismo, por Ana María Rigotti. El libro llevó un año, pero se basa en temas de estudio que cada uno viene trabajando. Como Agustina Prieto, quien trata el mundo del trabajo y la cuestión obrera y lo hace visible a través de unas conmovedoras fotos de los obreros y obreras de la Refinería Argentina del Azúcar, aporte del Museo Itinerante del Barrio de la Refinería. Las acompaña una fuerte denuncia de Bialet Massé sobre las condiciones de su trabajo a principios del siglo XX: trabajo de 6 a 6, jornadas efectivas de diez horas y media, niñas de diez o doce años bajo esa presión: "anémicas, pálidas, flacas, con todos los signos de la respiración incompleta". (Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República).
"El desafío fue poner en imágenes estas investigaciones", cuenta Montini a Rosario/12. De diversos archivos, principalmente archivos públicos, proceden las imágenes. El Museo Histórico Julio Marc aportó dos de las reconstrucciones históricas que la pintora francesa Léoni Matthis (1883-1952) hizo de la Plaza 25 de Mayo y de le Iglesia Catedral en 1840 y 1880 con la técnica del gouache en 1935. Léoni Matthis (cuenta Montini) vivía en Buenos Aires, estaba casada con Francisco del Villar y pintaba a partir de documentos, por encargo. Gozó de mucho prestigio en los años 20. En la misma sala y también gracias a un préstamo del Museo Marc, una firma ilegible que deja a su autor en el anonimato rubrica una vista del puerto de Rosario con motivo de los festejos de su declaratoria de ciudad. El óleo sobre tela, de estilo ingenuo y vista a vuelo de pájaro, fue pintado en Rosario en 1852 y donado por Antonio J. Rafuls. "Este cuadro fue pintado con motivo de los festejos del 3 de agosto de 1852 cuando la villa del Rosario era llevada a la categoría de ciudad", se lee en una plaqueta de metal y no lejos de allí campea un objeto sorprendente: la ley que erigió en ciudad la villa del Rosario es preservada como sacra reliquia en una vitrina y un pedestal que la contiene.
"El río detenido y transfigurado, tapizado de barcos policromos, gallardamente empavesados, agitando cientos de banderas multicolores desde el tope de los mástiles hasta la cubierta", escribe Angel Guido, bajo el seudónimo de Asor Onir, en una novela titulada La ciudad del puerto petrificado. El extraño caso de Pedro Orfanus, un ejemplar de cuya primera edición, en Rosario, en 1954, puede verse en otra de las salas. Texto bajo seudónimo y cuadro anónimo forman una unidad elegante y bella gracias al trabajo del equipo de montaje del Museo. También León Pallière (1823-1887), en unos ya amarillentos dibujos en lápiz sobre papel, ofrece dos vistas del muelle de Rosario a mediados del siglo XIX, de la colección del Museo Marc y donadas por Antonio Santamarina.
Los amplios espacios fluviales de estas primeras representaciones del puerto (apenas un muelle), o las evocaciones en suaves tonos pastel de la ciudad portuaria pero chata de Matthis, contrastan intensamente con la composición, también obra de Angel Guido, que ilustra la tapa de su novela: siluetas reiterativas de grúas, silos y edificios que simbolizan el puerto pujante y la ciudad mercantil que crece a su compás. Tales son las representaciones de Rosario que le sirvieron a la ciudad para pensarse a sí misma en la primera mitad del siglo XX, y que también están presentes en los dibujos de Wladimir Mikelievich para la revista Cinema para todos entre los años 1933 y 1937. Dibujos que el equipo de diseño del Museo amplió a gran escala formando un mural efímero en una de las paredes. "La guerra iniciada en 1939 provocó una retracción en la actividad portuaria que no tuvo vuelta atrás", se lee sin embargo en un texto de Agustina Prieto en uno de los ploteados, que cuenta cómo a partir de entonces el puerto, iniciado con los muelles de 1859, ya no fue la razón de ser de la ciudad más que en su imaginación.
Pero los sueños parecían no tener techo. Guiado por su espíritu mercantil, Rosario, como vaticinaba Estanislao Zeballos a mediados del siglo diecinueve en La región del trigo (Buenos Aires, Hyspamérica, 1984) "ostentará la poderosa fisonomía de la sociedad norte americana". Para Zeballos, quien es una de las fuentes que trabaja Alicia Megías (miembro del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario) la sociedad rosarina era un agrupamiento "sin unidad en el pasado" que había crecido sin "protección oficial", por obra de "la acción individual" y de "la asociación de fuerzas privadas" aglutinadas en un "desideratum único: la riqueza en el porvenir por medio del trabajo en el presente". Así lo consigna Megías en un pasaje, citado textualmente, de Modernización y problemas regionales. Santa Fe, 1850 1860.
Hacia el Centenario, Rosario era un emporio comercial, con un sistema portuario ferroviario, que recibe a miles de inmigrantes y adquiere un aspecto afrancesado, como atestiguan las postales de 1900 a 1910 donde ya se divisa la Bola de Nieve de Laprida y Córdoba, entre tantas otras formas arquitectónicas que siguen estando y son parte del presente. La muestra pone en evidencia los violentos contrastes entre el refinamiento y la Refinería, o entre la sofisticación del centro y los brotes de epidemia de cólera que del año 1867 al 68, del 1886 al 87 y del 1894 al 95 arrasaron los barrios obreros, lo mismo que la epidemia de peste bubónica en enero de 1900. ¿Causas? Hacinamiento en conventillos, falta de red de agua corriente y cloacas. Una caricatura en la tapa de la revista Caras y Caretas del 10 de febrero de 1900 satiriza las promesas del cordón sanitario, que finalmente derivaron en una red de agua corriente y cloacas y la Oficina de Higiene, luego Asistencia Pública Municipal (ex Palacio Canals).
Siguiendo con los contrastes, el libro Hojas secas (1930), de Arturo Suárez Pinto, muestra una foto impresa de la familia de Mercedes Virasoro de Vila junto a un objeto preciado del Museo de la Ciudad: el daguerrotipo de alrededor de 1860 que retrata a la familia del brigadier general Benjamín Virasoro con nodriza de leche y todo, y que María Antonia Amuchástegui Vila, designada ciudadana ilustre de Rosario en 1995, donó en 1982 junto a otros bienes familiares. En síntesis, ver esta muestra imperdible permite observar y conocer la constitución de la identidad local de la ciudad y su gente.
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