CULTURA / ESPECTáCULOS › OBSERVACIONES FILOSóFICAS SOBRE LA PALABRA Y OTRAS COSAS
El libro de Neldo Candelero es el segundo de una trilogía que integra la colección de ensayos Fundamentos. Aunque induce a prejuicios, es necesario leerlo con atención porque el autor es uno de ésos raros que al escribir hacen o deshacen.
› Por Beatriz Vignoli
"Dijo estas cosas, no estas palabras": el verso de Borges viene a la mente ante este libro, formato salterio, cuya tapa es verde claro con finas rayas negras, como los ojos abiertos de un gato en la luz diurna. Así observan, más bien acechan sus temas estas Observaciones filosóficas sobre la palabra y otras cosas (2010, Rosario, Ciudad Gótica, 232 páginas) de Neldo Candelero (Cruz Alta, 1965). Licenciado en Filosofía, radicado en Casilda (provincia de Santa Fe), Candelero es docente de Estética en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Obra inicial de la nueva colección de ensayo Fundamentos, este libro es el segundo de una trilogía de su autor.
El primero, Observaciones filosóficas sobre lo biológico (Ciudad Gótica, 2008), se inspiraba en el etólogo austríaco Konrad Lorenz y en Felipe, el perro del autor. Si los ensayos más impresionistas y literarios, menos académicos de aquel primer volumen se centraban en la intimidad de la vida doméstica (celebrada con la alegría de quien ya no esperaba la felicidad), la parte, por así decirlo, "blanda" del segundo está, al igual que la parte "dura", dirigida a sus alumnos o basada en sus propias clases. Esta zona más estructurada del nuevo libro es un ensayo en el que Candelero fundamenta un modo de pensar el lenguaje donde la representación es sólo una de sus funciones; las otras son expresar (como en la oración) y apelar (como en el grito). En estas dos instancias no representativas, el lenguaje es "táctil" e inseparable de su coyuntura existencial: "el grito contacta". Hay en juego un concepto de lo espiritual que evoca los primeros trabajos sobre filosofía del lenguaje de Walter Benjamin ("Del lenguaje en general y del lenguaje de los hombres en particular"). Ya desde el prólogo, Candelero advierte "que no todo lo extra científico es 'pseudociencia', que no todo lo que aparece irracional va contra la razón, que no es que lo obscuro sea nada, que simplemente es otra cosa".
El particular método de pensamiento de Candelero, un método fenomenológico de búsqueda de la verdad, opera sobre lo inmediato, lo próximo, lo cercano, eludiendo las abstracciones que podrían falsearla. Es de esperar entonces que si su tomo sobre lo biológico transcurría su discurrir en la casa y el del lenguaje en la cátedra, el libro por venir, Observaciones filosóficas sobre lo religioso, se sitúe en el ámbito (¿templo, dojo, gimnasio?) donde el autor practica hata yoga, disciplina que le habilita una vía "corporal" de superación del dualismo cartesiano, ese sistema moderno occidental de ideas según el cual el hombre es un extraño en su propio cuerpo. ("Voy hacia lo que menos conocí", escribía Viel Temperley en Hospital Británico; "voy hacia mi cuerpo").
Al igual que las páginas más inspiradas de la anterior, Observaciones filosóficas sobre la palabra y otras cosas es la obra de un escritor que sale a buscar la verdad con la intención de poder decir algo sobre ella, y se encuentra con la belleza, sobre la que nadie pudo nunca decir nada, excepto los poetas y (es el caso de Candelero) los filósofos cuando hablan como poetas. Esta gnoseología que felizmente "fracasa" en los términos de una cosmovisión occidental y moderna, triunfa como una estética, que a su vez es una ética del detenerse. Es un libro para detenerse a leerlo y su lectura deparará inmensas satisfacciones, si bien al comienzo no es nada fácil. La escritura está trabada por los guiones y paréntesis que caracterizan a las traducciones al castellano de las obras de Martin Heidegger y otros posracionalistas. Entre ésta y otras influencias explicitadas, la del biólogo y epistemólogo chileno Humberto Maturana y su discípulo Francisco Varela parecen haber sido decisivas. Súmense las referencias a la fe cristiana, a la meditación, a los dibujos animados, al perro del autor (musa constante), a las Torres Gemelas, o a esa honestísima psicoanalista no freudiana ni lacaniana que es Alice Miller (fallecida en abril de este año), y el lector razonable y bienpensante saldrá corriendo a buscar la ristra de ajos o la escopeta de dos caños: hojear este libro induce a prejuicios.
Dicho así parece una obviedad, pero hay que leerlo para comprender de qué se trata. Su estilo es fragmentario y acá el fragmento es tanteo tentativo, no es parte de un sistema. Candelero es uno de esos raros autores que, al escribir, hacen o deshacen: acarician o derriban, bendicen o subvierten ideas en lo real de lo que estas ideas han producido, en cómo encarnaron en el cuerpo. Su escritura (como la de Artaud, como la de Deleuze) es táctil. Entrega su sentido con lentitud, de manera "tardía". Tiene instantes maravillosamente humildes y momentos de tono profesoral: serenos los primeros, molestos hasta lo irritante los segundos. El libro exige un lector a la espera, atento, capaz de "atender para entender", como la madre al niño; leerlo es raspar, es insistir, es casi orar. Pero una vez que el sentido resplandece, el asombro ilumina la conciencia en forma de estallido, luz de Bengala o lo más parecido que la filosofía haya podido dar hasta ahora a un poema del siglo veintiuno o una canción del Flaco Spinetta.
Algunos pasajes sobre animales son especialmente felices: "Los gansos nacen sabiendo rezar". "El perro no tiene mundo, pero tiene al otro". "La vaca hace yoga. Ve pasar el tren sin atenerse. El tren no la entretiene". Hay que leer a Candelero, autor ni joven ni viejo, autodenominado "tardío". Detenidamente y con paciencia. Leerlo hace bien. Leerlo es hacer bien, es hacer sin hacer. Pensamiento posmodernista desde la otredad, desde el cuerpo; lúcida crítica al subjetivismo antropocéntrico moderno, o más bien el relato de su superación a manos de las condiciones materiales de producción de la posmodernidad, no les toca a los ensayos de este libro tirar abajo nada, porque ya avisó en el prólogo su autor que no es el profeta de nada: "apenas soy el que anduvo por allí".
Y vale la pena seguirle los pasos. Porque lo que brotará de estas andanzas será un pensamiento cuyo fin no sea distanciarse del mundo, sino celebrarlo para habitarlo.
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