CULTURA / ESPECTáCULOS › PRESENTAN LAS TRES NOVELAS GANADORAS DEL PREMIO MUSTO 2010, PUBLICADAS POR LA EDITORIAL MUNICIPAL DE ROSARIO.
Marcelo Britos, María Laura Martínez y Nicolás Doffo tienen entre 27 y 42 años y si bien las tres obras que construteron son muy distintas entre sí, comparten, a través de diversos grados de realismo, una intensa sensación de realidad.
› Por Beatriz Vignoli
Mañana a las 9 de la noche, en el bar de Callao 120 bis, en pleno Pichincha y en un ambiente que se promete descontracturado y nada solemne, se presentarán las tres novelas ganadoras del Premio Musto 2010, publicadas por la Editorial Municipal de Rosario. Tal como se reseñara en estas páginas el 21 de julio de este año, Marcelo Britos, María Laura Martínez y Nicolás Doffo fueron los ganadores del concurso de novela de la Editorial Municipal. Marcelo Britos (Rosario, 1970) ganó el primer premio por su novela Empalme. María Laura Martínez (Casilda, 1968) recibió el segundo por Patas de rana. Y Nicolás Doffo (Casilda, 1983) obtuvo una mención especial del jurado por El Molino, la más extensa. Si bien las tres obras son muy distintas entre sí, comparten, a través de diversos grados de realismo, una intensa sensación de realidad.
Todas las tapas fueron diseñadas por Verónica Franco en base a fotos de texturas de vidrios o mosaicos. El director de la EMR, Oscar Taborda, y su colaborador Juan Manuel Alonso salieron a caminar por la ciudad, cámaras en mano, para registrar fachadas de casas rosarinas que tuvieran ese revestimiento. La idea, según el editor, fue despegarse de la imagen de las ediciones anteriores, con la banda negra cubriendo la mitad de la tapa. Ese diseño cumplió su ciclo, sentencia Taborda, quien tiene la costumbre de salir con su equipo a caminar y charlar (o a pasear en auto y charlar) para resolver ciertas cuestiones. La deriva abierta a lo que aparece como un modo de sondear realidades urbanas es además una poética que surge en varios proyectos de la EMR, como el libro Rosario esta ciudad o la Colección Naranja de crónicas. Taborda como poeta y novelista registra en su propia obra recorridos, tanto urbanos como periféricos.
En las suyas, Britos, Martínez y Doffo construyen personajes y universos. Si bien en Marcelo Britos hay una intención de denuncia, explicitada en las entrevistas, la ficción de Empalme está muy lejos de ser pura crónica. Hay un drama: una mujer moribunda y pobre que es visitada por amigos de la juventud (no tiene otros: es joven) y esta historia sin futuro transcurre sobre el final del menemismo en una densa atmósfera donde las pinceladas de realidad son reescritas por una voz amarga, desencantada y que resplandece con el lirismo del tango. A ese mundo lo surca un personaje desarraigado, cargado de muerte y de muertes: un jornalero que duerme en las estaciones de tren y que a lo largo de la novela cae desde el mundo perdido del trabajo hasta el submundo del crimen. Agonía y homicidio pueden ser leídas aquí como alegorías de la destrucción neoliberal del país. Lo que prevalece sin embargo no es el contenido sino el lenguaje, de una rara belleza, tan intensa que deja tras la lectura la huella de una experiencia poética. Britos reconoce la influencia de un amigo poeta, Mario Trejo, quien guió sus lecturas.
Si la prosa de Empalme es cadenciosa e hipnótica, en la de Patas de Rana es un placer zambullirse. (Hay que saltar, eso sí). El segundo premio dialoga con toda una zona de la poesía local: la relación con la poesía es común a los dos primeros premios, que se destacan por la cuidada ambición literaria del lenguaje. María Laura Martínez envió su novela al concurso a instancias de la escritora Verónica Laurino. Tanto Martínez como Laurino y Doffo concurrieron al taller literario de Marcelo Scalona, una formación que se percibe en el sólido oficio con que abordan su producción. La prosa de Martínez tiene su propia música: hay en su escritura una voz que parece dejarse llevar por los afectos que la surcan y que, cuando se conoce personalmente a la autora, se descubre que esa voz y esa respiración son una lograda y fiel traducción de la verdadera voz propia. Nadar, beber, mantenerse a flote, la presencia constante del agua, toda una redundancia de lo líquido articula el universo de esta novela polifónica, acuática (la más nouvelle vague de las tres) en la que cada personaje cuenta su parte y no puede decirse en realidad que suceda algo en el sentido de la peripecia clásica, sino que el acontecer es el mero estar juntos, cerca unos de otros, existiendo en esa respiración colectiva que tiene su símbolo en la lluvia (una constante garúa de verano, muy rosarina) y su sede en el natatorio donde ellos, un pequeño grupo de amigos y amigas, se encuentran, charlan, nadan, se emborrachan, viven amores inútiles o puramente subjetivos, y se acompañan en un difícil asirse al mundo que tiene su metáfora privilegiada en la frase del título. Los diálogos de estos seres ociosos son chispeantes, llenos de complicidades y guiños. (Pueden leerse algunos primeros borradores en http://amandapoliester.blogspot.com).
Hacer pie en la ciudad es especialmente difícil para Martín, el protagonista de El Molino, quien abandona la carrera de Psicología en Rosario y decide volver a su pueblo natal, cuyo nombre es el del título del libro. (Su historia es casi un reverso de la biografía del autor, quien está por recibirse de psicólogo en la UNR y es uno de los editores de la revista de narrativa En voz alta). Doffo sitúa el comienzo in media res, durante una visita a la líder natural de El Molino: Elenita, una curandera con habilidades menos mágicas que políticas. En una tautología que dice mucho sobre la economía de la región, esta localidad sin locos se organiza alrededor de un molino arrocero, cuyos poderosos propietarios celebran una boda en la familia a la que asiste todo el pueblo. Martín y su amigo Darío (psicólogo recién recibido en busca de trabajo) están entre los testigos que vieron enloquecer en la fiesta a un misterioso personaje, cuyo paradero será el enigma que los ponga en acción. Narrado en una prosa ágil, en un lenguaje coloquial y amigable con el lector, contado en un tono íntimo y natural que parodia con humor cervantino a los maestros del policial negro, El Molino es en la superficie una sátira costumbrista y un thriller tranquilo, valga la paradoja. En lo profundo, es un bildungsroman de la desilusión, que despliega la fascinante psicología del joven y neurótico narrador protagonista a medida que éste se integra en la vida de su pueblo santafesino, desde su depresión en un colchón en el piso de la casa que comparte con su hermano y sus padres hasta un lugar en la sociedad molinenese, al que su cinismo le hace preguntarse si realmente deseaba llegar allí. Son más de trescientas páginas por donde desfila todo un mundo filtrado por la psiquis de un individuo, tan precisos y creíbles uno y otra que dejan una entrañable (casi dickensiana) sensación de realidad.
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