CULTURA / ESPECTáCULOS › CIUDAD DE ROSARIO: EPISODIO II. UN RECORRIDO IMPERDIBLE EN EL MUSEO DE LA CIUDAD
La muestra incluye originales postales centenarias, que portan ciertas marcas del paso del tiempo pero que también fueron preservadas de sus peores estragos por los expertos en conservación formados por la escuela de Museología.
"Poblado imprevisto, surgido sin regla ni concierto en una planicie elevada sobre un puerto natural en el desvío de un camino entre ciudades con certificado de fundación, Rosario creció indómita a los planes a partir de la subdivisión de tierras privadas. Se expandió plena de contrastes, desde sus inicios entre el Bajo y la parte alta de la barranca, hasta hoy entre los barrios cerrados y la renovación del frente costero con sus torres y las villas de emergencia en sus bordes", escribe Ana María Rigotti en el capítulo "El río como argumento", del libro Ciudad de Rosario (Museo de la Ciudad, EMR, Rosario, 2010), cuyo material fotográfico, organizado según un didáctico montaje con textos que incluye obras del arte local, puede observarse en una muestra en el Museo de la Ciudad (Oroño y Riobamba, Parque Independencia). El horario de verano es de martes a viernes de 9 a 15 y los fines de semana y feriados de 14 a 20.
Ciudad de Rosario: Episodio II, ofrece un imperdible recorrido por aquellas originales postales centenarias, que portan ciertas marcas del paso del tiempo pero que también fueron preservadas de sus peores estragos por los expertos en conservación formados por la escuela de Museología del propio Museo. Esa valiosa colección de fotos es parte de un gran archivo fotográfico que constituye la memoria visual de la ciudad y merece que los rosarinos la hagan parte de su identidad. Más bella aún es la colección de obras de arte decorativo y de arte moderno, catálogos de salones y otros documentos que ilustran la investigación de Pablo Montini sobre los principales representantes del coleccionismo local, sobre las redes sociales entre mecenas que posibilitaron esta práctica en el ámbito privado y sobre qué hizo con ese acervo el sector público, que no siempre tomó las decisiones más afortunadas.
Una ciudad es muchas ciudades. Rosario, en el cautivante panorama histórico que Ana María Rigotti desarrolla en el ensayo citado, fue primero la ciudad de los artesanos. Después fue la ciudad de los palacios (Palacio de Justicia, Bolsa de Comercio, Palacio Minetti); luego la de los "adefesios urbanos", como llamó el filisteísmo de la época a obras estilo Modernismo Catalán como "la casa de los dragones" que alberga al bar La Sede; después vino la especulación inmobiliaria (ver recuadro) y hoy la recuperación de la costa. En una ciudad "sin escudos ni blasones", los vectores impulsores de estos cambios fueron las políticas municipales y el desarrollo de la burguesía. Esta última, según cuenta Montini, empleó parte de su riqueza económica para amasar un capital simbólico de obras de arte, materializado en las colecciones de arte que hoy conforman un patrimonio "para el pueblo" exhibido en sus museos del Parque Independencia.
Rigotti informa que de esos museos, tanto el Julio Marc como el Castagnino, lo mismo que el nuevo edificio de Tribunales, pertenecen al estilo littorio de los años 30. Pablo Montini, en el mismo libro, cuenta quiénes y cómo formaron sus colecciones. Montini rescata además la triste historia de las colecciones perdidas que terminaron yendo a subasta, como la heterogénea y multidisciplinaria del abogado Antonio Cafferata. O la del médico y terrateniente de humilde origen genovés Bartolomé Vassallo, quien mandó construir el palacio que hoy es el Concejo Deliberante Muncipal.
La historia de Rosario es en gran medida la de sus tensiones políticas, sus luchas de poder (agro versus industria, peronismo versus antiperonismo) y las otras ciudades que Rosario pudo ser y no fue. Borradores arrojados y recobrados un día del fondo de la papelera, como la costanera parquizada con vista al Paraná y sus islas, que el arquitecto francés Joseph Bouvard proyectó para la intendencia de Isidro Quiroga hacia 1925: "una idea (escribe Rigotti) que recién se concretó en las últimas décadas del siglo XX con la reurbanización de las tierras antes ocupadas por las viejas instalaciones del sistema ferroportuario" desmantelado a partir de la nacionalización del puerto en 1942.
El sesgo del nuevo relato oficial encarna la mentalidad de cierta clase media local, revisa críticamente la utopía industrial suburbana de mediados del siglo XX y explica algunos discursos con que los rosarinos se piensan a sí mismos: desplazados por Buenos Aires, paradójicamente empobrecidos por la mezquindad, pero también envidiados por las vistas y paseos junto al gran río que las políticas urbanas del gobierno actual embellecen y realzan, retomando los sueños fundacionales de sus primeros ricos.
A lo largo de su historia, la ciudad de los bulevares "no careció de proyectos que sucesivamente procuraron introducir orden y calidad en el tejido urbano. Todos ellos tuvieron el río como argumento. El plano de Nicolás Grondona (1858) fue el primero que señaló su posible trazado como una cuadrícula de límites abiertos perpendicular a la curva del río, imaginando su extensión a través de la adición de manzanas a los lados de la continuación virtual de las calles", resume Rigotti, recordando que hacia 1875 el concejal Manuel Coll prefiguró "una estructura por sucesivas rondas de bulevares unidas por una costanera longitudinal que ciento treinta y cinco años después sigue operando como modelo implícito del desarrollo urbano". En suma, un relato para debatir y reflexionar, sin dejar por eso de disfrutar el aura mágica de sus documentos.
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