CULTURA / ESPECTáCULOS › PEDRO AZNAR Y DAVID LEVON ACTUARON JUNTO EN EL ANFITEATRO
El espíritu de Seru Giran sobrevoló el escenario. Evocaron y cantaron canciones de entonces, de ahora, propias y ajenas. Luego de dos horas de canciones repartidas, en el tercer tramo noche se reunieron para cantar ante un público agradecido.
› Por Leandro Arteaga
Fue como si se tratara de un recorte, de una síntesis apretada, de una porción de tanto y mucho más, cuando David Lebón y Pedro Aznar finalmente y durante el tercer tramo de la noche, se reunían dispuestos a cantar y compartir, con ellos y con el público: el riff de Dos edificio dorados, el lamento de San Francisco y el lobo, la cadencia aznariana de A cada hombre, a cada mujer. Es allí cuando, luego de dos horas de música repartidas entre ambos, se arremolinaban ante el escenario las luces celulares fotográficas filmadoras, con la vana intención de capturar algo del aura que ocurría, que inevitablemente habría de desaparecer para permanecer en (lo que se entiende como) el recuerdo.
Porque, en verdad y solamente verdad, Seru Giran dio una última posibilidad cuando, en un lejano 1992, volvieron a reunirse y pisaron el estadio de Central con un prólogo que nadie olvidará jamás, el de las imágenes en video de tantos más años atrás, entre militares, música, guerra, y Canción de Alicia como compañía.
¿Haber tenido celulares y camaritas en aquél recital para conservar algo? (Charly andaba de un lado para el otro del escenario con un teléfono rojo). ¿Y haber atendido la pantallita antes que a la mirada propia? (Muchos se animaban a saltar la valla que separaba las plateas del campo).
Sinceramente, ¿dónde van a parar tantas y tantas filmaciones caseras, oscurecidas por discos rígidos? ¿A la consulta y el archivo? ¿Al afán tutor en videos de Youtube?
Lo cierto es que la mitad de Seru estaba allí, en cuerpo y alma. Los sonidos faltantes, de todas maneras, podían reemplazarse. Porque todos saben cómo sonaba cada canción, dónde aparecía Moro, así como de la omnipresencia de García. Cuestión de reparar los espacios en blanco, una ausencia que no deja de ser presencia.
Y alguien que decía: "¡Es el tema que vos pedías!", a su amigo telépata. Como si la máquina del tiempo hiciera posible agarrar un poquito de todo lo mucho que sobre sí, desde el escenario, los músicos significan. La gente se anima y habla fuerte, y pide -a veces lo de siempre.
Pero "el tiempo es re veloz" contesta Lebón, "ya tengo cincuenta y ocho años", y "en este mismo escenario presenté a mis nietos, que eran chiquitos, y que ahora me piden autos". Lo que, inevitablemente, provoca momentos particulares, como el que Parado en el medio de la vida supo evocar. El tiempo, y algo de nostalgia, suele ser protagonista en el caso de oportunidades como la del viernes pasado. Un poquito de melancolía tiñe noches así, y no está mal, aunque de lo que se trata -Seru mediante es de salir de ella.
Durante su segmento, Lebón contó con la compañía de un teclado y de una segunda guitarra, con una voz que luchaba por sobreponerse a un resfrío prolongado, que asistía con pañuelos constantes. "Creo que ahora compongo temas para hacer solos de guitarra", dice, y es ésta la tónica que propone. Utilizar las canciones como excusas para dejarse llevar en sus momentos, que son los mejores y, se nota, son los que él aguarda. Guitarra de caudal sonoro de un recorrido que es paradigma, y que enlaza desde el justo reconocimiento que a Pappo, "mi hermano, mi amigo", le dedica.
Aznar, por su parte y a estas alturas, es una especie de hombre múltiple, capaz de hacer convivir en sus manos tantos instrumentos como le sean posibles. Su presentación la dedicó a la progresión musical que representa su último disco: A solas con el mundo, compuesto de canciones de otros autores, que tantas veces interpretara en recitales pero que nunca grabara. El solo, con guitarras, bajo, teclado, según corresponda, o con el ritmo de una caja en bagualas que despertaron tanto el ánima de Violeta Parra como el ánimo del público con sus aplausos. Aún más con su cierre, en homenaje a George Harrison y esa guitarra que llora y llora.
El tiempo juega su papel, porque ha pasado tanto para los músicos como para el público, porque no se lo niega y porque sus protagonistas están y tocan y regalan música. Seguramente, y con razón, pueda aducirse que faltaba una banda, un soporte más grande, pero la presencia sola, por separado y juntos, estuvo bien, fue como la noche suave que había.
El bis final era inevitable, también lugar común. Pero ¿cómo resistir la escucha de Seminare en la voz de origen? Más aún, muchos pibes y pibas, vestidos de ganas de escuchar, atentos a música que -por su sola historia habla del tiempo, del que ellos no vivieron, del tiempo que pasa, del que está ocurriendo ahora.
En más o menos otras palabras: Beatles, Blues de Pappo, Moro, García, todo por allí, leído en clave, por la gente y por Aznar Lebón. Recital compartido. Apretadito y simple. Más la soltura del unplugged final. Fue un pedacito de cielo el que sonó y se multiplicó. Cuánta música.
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