CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. LOS HIJOS DE SEYMOUR, DE MARTíN KAISSA.
Hijo de rosarinos, nació y creció en El Bolsón, ciudad que dejó para estudiar Psicología en la UNR. En su primer libro de cuentos, Kaissa propone ficciones atravesadas por lo autobiográfico, en las que esquiva bajadas de línea moralistas.
› Por Beatriz Vignoli
"La memoria es inmediata. El otro río, aquel de agua cristalina, las truchas que saltaban, verlas entre las piedras, algún pozón en el que estaban tranquilas, inmutables ante mi asombro", escribe Martín Kaissa en una entrada de su blog (http://algunosescritos.wordpress.com), una breve crónica titulada "Diario de isla". La infancia es la patria del escritor, dice un lugar común. La de Martín Kaissa comenzó en 1985 en El Bolsón. Hijo de jóvenes migrantes internos de clase media que en los años 80 dejaron Rosario en pos de ese último resplandor de utopía que se vislumbraba en los bosques del sur, cursó la secundaria en un colegio basado en la ideología "autosuficiente" de John Seymour y retornó para estudiar Psicología en la ciudad de origen de sus padres, donde vive y está por recibirse.
Su primer libro de cuentos, Los hijos de Seymour, circula por estos días en Rosario de una manera que no sólo en el título reconoce aquellos orígenes. El libro fue diseñado y realizado artesanalmente por el autor, quien recibe los pedidos a través del correo electrónico que figura en su blog y entrega los ejemplares en bicicleta y a domicilio. Martín Kaissa es un seudónimo, autoimpuesto por razones profesionales.
Los hijos de Seymour reúne un puñado de cuentos a los que cuesta reconocer como ficciones, dado su vívido naturalismo y la eficaz sencillez de su estilo, más próximo al casi grado cero del testimonio o la crónica de calidad literaria que a los virtuosismos y búsquedas formales de la narrativa moderna. El que da título al libro es el primero y el más autobiográfico, basado en un recuerdo cercano de juventud. El núcleo central está compuesto por una saga de relatos ambientados en el universo de la particular niñez del autor, quien off the record advierte a la cronista que las anécdotas son completamente ficticias, creadas a partir de fragmentos de experiencia, propia o contada por otros.
Estos cuentos retratan con descarnada objetividad a los "jipis", nuevos hippies o downshifters, quienes tenían en las bibliotecas de sus cabañas en medio del campo los libros de John Seymour, en particular El horticultor autosuficiente. Guía práctica ilustrada para la vida en el campo. "Gente que abandona trabajos estresantes y competitivos para llevar una vida simple y tranquila", los define Wikipedia, aunque nada fue tan simple ni tan tranquilo.
"¿Acaso Pedro y yo no habíamos visto ya miles de veces la escena de las dos manos que toman el terrón blanco, como si fuera azúcar, y sobre un espejo van serruchando con la gillette hasta reducirlo a polvo, y después una tarjeta de crédito que abre el montoncito, como quien abre el mar, separa la porción y dibuja una línea?", pregunta el narrador de "Dolores". La mujer del título genera en el niño de doce años (recordado por el adulto, sin demasiadas mediaciones) una "oscura admiración". "Dolores tenía una voz ronca y una boca gigante, fea, con labios que parecían dos bifes rancios; siempre con jeans mugrientos y pelo sucio. Le encantaba el whisky, pero no le hacía asco a nada. Ella fue la primera mujer que vi vomitar; nunca voy a poder sacarme esa imagen de la cabeza, ella doblada al medio tratando de agarrarse de un árbol con una mano y con la otra sosteniéndose los rulos así no se los enchastraba. El ruido era visceral, no era un ruido de mujer, era un sonido espantoso. Por suerte fue tanto el asco que cerré los ojos", escribe Kaissa.
Lo que duele al leerlo es que sean los ojos de un niño. Lo que sorprende es la ausencia total de reproche en esa voz. Nada más alejado de las ficciones autobiográficas, rencorosas y críticas, de la década pasada, como las de Augusten Burroughs o Michel Houellebecq; sí una madura inocencia más cercana a la de Lorrie Moore.
"Debo reconocer que cuando empecé a escribir ('Dolores' es el primero en la serie cronológica) las versiones me quedaban muy críticas, muy rencorosas, como vos decís", dice el autor. En otro de los cuentos, "Los sueños de Klauss", la desidia y el azar conspiran para que dos niños queden solos en el bosque; sin embargo, el autor pone especial cuidado en que al retrato del padre y la madre, sumidos en una separación tormentosa, no le falte ningún indicio de que cumplieron como mejor pudieron sus funciones. Le importa mucho a este autor la posición de sujeto del narrador.
"Y aunque los cuentos sean ficciones, yo me tengo que hacer cargo de la fantasmática que los sostiene --concluye--. Así que estuve reescribiendo bastante. Ya los otros cuentos no salían tan duros al respecto. Lo que pienso es que el personaje vive algo que se le escapa de las manos, que no puede aprehender y lo que pide el personaje con el relato es un testigo: alguien que vea (lea) eso que a él le pasó. Trato de evitar la moralidad. Si alguien tiene que juzgar (porque alguien lo va a hacer) que sea el lector. No se trata de mostrar buenos o malos padres (eso sigue siendo cómplice de una posición de hijo). Lo que me interesa es mostrar unos padres, en sus brillos y sus miserias, haciendo lo que pueden por llevar adelante una vida con hijos, problemas económicos, amor, presencia de drogas, bosques, lagos. En fin, vidas".
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