CULTURA / ESPECTáCULOS › LA NOCHE DEL DEMONIO, DE JAMES WAN, SE AJUSTA A SU GéNERO
› Por Leandro Arteaga
El primer momento del film predice: lo que parece un globo blanco se invierte en lámpara de una habitación donde un niño duerme bajo la luz cálida, el travelling de la cámara conduce al espacio contiguo, reverso del anterior, cuyo tono frío oculta una silueta lejana, finalmente develada como el rostro de una anciana cadavérica. La luz de vela acompaña el rictus. Luego, el título del film, con letras rojas y música de violines estridentes. Bien clásico.
Y bien diferente de los anteriores films del mismo director: James Wan es el mismo responsable de El juego del miedo (2004) y de Sentencia de muerte (2007). Tal vez, la primera supo contar con ciertos recursos clase B, bien truculentos y gore, así como con la astucia necesaria como para volver tal propuesta una serie de éxito, donde la tortura es leitmotiv. La segunda de ellas, una buena oportunidad perdida, sobre todo cuando el miedo de clase media de su protagonista (Kevin Bacon) parecía volverse mueca crítica para, finalmente, ratificar el ojo por ojo. Un pena de film.
Pero en La noche del demonio el tema es otro, y está muy bien. Algo de casa embrujada, maldición heredada, niño poseído, y cazafantasmas freaks. Todo ello en moderadas dosis, de acuerdo con la lógica de un argumento que, pretendidamente, se emparenta con la propuesta de mucho cine B, de evidente bajo presupuesto y mucho ingenio, con sonidos de cadenas y sombras ominosas.
El devenir lo marca el niño al caer en un coma misterioso, mientras sus padres, con tantos líos propios, ya no saben cómo enfrentar el problema ni cómo soportarse mutuamente. Pero, en verdad, la historia cierta es otra, y lo que parece un coma devendrá revisión del pasado familiar y prueba marital. Mientras tanto, los fantasmas aparecen, asustan y divierten. Sin sobresaltos grandes, con pequeños momentos bien filmados, conducentes a un momento mayúsculo, aquél que supondrá un enfrentamiento final y con el malvado mayor.
Porque habrá, como corresponde, un demonio. Apenas entrevisto, más sugerido que definido. Cuyo escondite es un acierto de garras que se afilan, vitrola de música oxidada, y juguetitos que bailan al compás. Más un más allá que se viste de casa vieja, maderas crujientes, mucha niebla, infinito negro, y almas en pena. Es decir, muy pocos recursos para un más que buen film de terror, a la vieja manera y por fuera de la prédica fascistoide que habitara en Sentencia de muerte.
Como si se tratara de una hermana menor de Arrástrame al infierno, donde Sam Raimi revisitara su primer y mejor cine, de vínculos bizarros y medianoches de autocine, La noche del demonio (2009) anota un punto a su favor y permite entender a su realizador como artesano y amante del género, cuyos lugares comunes serán, hasta que se demuestre lo contrario, la manera mejor de ofrecer buenos miedos al espectador. Que se repita.
La noche del demonio. 8 (ocho) puntos.
(Insidious)
EE.UU., 2010
Dirección: James Wan.
Guión: Leigh Whannell.
Fotografía: David Brewer, John Leonetti.
Música: Joseph Bishara.
Montaje: Kirk Morri, James Wan.
Intérpretes: Patrick Wilson, Rose Byrne, Ty Simpkins, Leigh Whannell, Barbara Hershey, Corbett Tuck.
Duración: 98 minutos.
Salas: Showcase, Monumental, Sunstar, Village.
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