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Domingo, 5 de junio de 2011

CULTURA / ESPECTáCULOS › A LOS 85 AñOS, JORGE RIESTRA FUE INVITADO POR PRIMERA VEZ PARA DISERTAR EN LA ESCUELA DE LETRAS DE LA FACULTAD DE HUMANIDADES Y ARTES DE LA UNR.

"Escribir sin aventura y riesgo no vale la pena"

Autor, entre otros, de los libros de relatos El espantapájaros (1950) y El taco de ébano (1962) y de las novelas Salón de billares (1960) y El opus (1986), Riestra fue galardonado con el premio trienal "Carlos Alberto Leumann", en 1963, y el Nacional de Literatura de la Secretaría de Cultura de la Nación, en 1988. Ciudadano ilustre de Rosario desde 1992, el pasado miércoles por la noche llegó al salón de actos de Humanidades para participar de las "Primeras Jornadas Académicas La Literatura de Rosario".

 Por Jorge Riestra*

"Me disculparán la voz porque estoy tomado por una especie de gripe. Esta mañana, 1 de junio de 2011, escribí, de una obra ya en camino, nueve líneas. Estaba cansado y con nueve líneas dije: 'Está bien, mañana sigo'. Entonces me acordé que, apenas 62 años atrás, estaba escribiendo El Espantapájaros. Tenía 22 años y, con mucha garra, con mucha fuerza, trabajaba todas las tardes entre las tres de la tarde y las seis. Y también a lo mejor escribía doce líneas y me decía: 'Está bien, suficiente'. Me ponía contentísimo porque había hecho doce líneas. Entonces pensé esta mañana cuánto ha entrado en esos 62 años y medio que transcurrieron entre aquella tarde que escribí El Espantapájaros y las nueve líneas de hoy. Cuánta vida, cuánto país, cuánto mundo, cuánta ciudad, cuánta gente... que ya no está. Muchos ya no están".

"No tengo muchas ganas de discutir hoy en día el tema de la difusión de la obra. El país que me tocó es un país muy difícil, terrible a veces. Conocí un país político tremendo. Este es un país económico, pero yo conocí el país político, el de los golpes de Estado, la represión, la persecución, el miedo, el terror. Cuántas cosas han pasado, ¿no?. Y pensé en Rosario cuando yo tenía 18, 19 años (ya escribía desde los 14, que me sentaba a trabajar, pantalones cortos de paso...), ¿qué era Rosario en el 47, 48, 49 en el área de la cultura o, digamos, la literatura? Muy poco, casi nada. Una ciudad, digamos, dormida. La ciudad en sí no despertó, no dio respuesta a la gente que trabajaba. No sé cuánto da hoy en día de respuesta una ciudad muy consustanciada, muy dependiente todavía. Yo recuerdo que había una revista que circulaba por allí, la revista Espiga, había escritores que nadie conocía. Doy una opinión. Rosario, durante mucho tiempo, produjo creadores silenciosos, que no buscaron el triunfo, el aplauso. Como es el caso de Musto, Schiavoni, y piensen en Gambartes, piensen en Grela, y piensen en Herrero Miranda en la plástica. Trabajaron en silencio. Schiavoni y Musto murieron solos, como perros, la ciudad fue totalmente indiferente a aquellos retiros. Y sabemos que Schiavoni es un gran maestro en la pintura argentina, pero no sé cuántos cuadros vendió en su vida. Musto murió loco, de soledad. Y yo, muchacho, era amigo de Rodolfo Vinacua. Ya escribía, tenía cuentos, y hablábamos a veces de literatura. Yo de muchacho iba al Café de Billares y tenía amigos músicos, no tenía amigos escritores. Amigos talentosos, pianistas, guitarristas, cantores. Era el único escritor de un grupo de músicos de alto talento. Rosario era una especie de ciudad dormida en muchos aspectos. Cuando Vanzo, que tuvo una vida más mundana, dijo 'Rosario es una ciudad sorda'. La pucha. Yo en mi cuaderno de notas puse la frase de Vanzo, un punto, y agregué: 'Y también muda'. La ciudad no se juega, está esperando que la Capital Federal avale el aplauso".

"Cuando publico El Espantapájaros, en el 50, se vendieron 300 ejemplares, fue leído acá cuando salió. Lo mandé a un concurso a Buenos Aires y saco la primera mención. Me invitan a la entrega del premio, y en el jurado eran todos porteños. Escuchen bien esto: el concurso para cuentos y relatos largos lo gana Beatriz Guido con un libro de cuentos, y hubo dos menciones, una para Diego Oxley, narrador santafesino, muy buen narrador santafesino, y El Espantapájaros. Tres santafesinos ganaron el premio, y el jurado era porteño. Eso hoy es inconcebible. En el 60, cuando saco la mención del concurso Salón Editor por Salón de Billares, la segunda mención fue para Roger Pla, rosarino. Con un jurado porteño. Hoy también inconcebible. Algo ha pasado en el mundo y en el país, ¿no?".

"Entre el 50 y el 60, entre El Espantapájaros y Salón de Billares, escribo cinco libros en total silencio. Un libro cada dos años. No había editoriales, nada. Tenía cinco libros de cuentos cortos y una novela. Sale el Salón y ahí quedo con cuatro. Diez años escribiendo en total silencio. Ahora tengo cuatro libros inéditos, casi repito la década del 50. El país es un país cíclico. Yo también vivo lo cíclico".

"Fui muy leído en la ciudad. El Salón... fue texto en la secundaria, El Taco... texto en la Escuela de la Universidad. El docente leía, los docentes estaban al día, y los chicos respondían. A los muchachos les cuento lo que fue la década del 60 en Argentina, fue una década creativa, muy importante, una juventud nueva luchando por un mundo nuevo, inquieta por aprender. El golpe de Estado del 66 a algo obedece, a cortar ese proceso que los jóvenes vivían".

"La Escuela de Letras ha cometido serias equivocaciones (NdR: En referencia al prólogo que Gladys Onega escribió para Los cuentistas de Rosario de editorial La Cachimba --y que minutos antes había citado Osvaldo Aguirre, quien participó de la mesa junto a Riestra y Gorodischer--, donde indica que Riestra, Rubens Bonifacio, Elvio Gandolfo, Angélica Gorodischer, Juan Carlos Martini, Alberto Lagunas Riestra y Rogelio Ramos Signes a pesar de su obra tan valiosa "no integran sin embargo la literatura argentina"). Porque esa voz de Gladys Onega no era individual, era la expresión del concepto que la Escuela de Letras tenía acerca de nuestra literatura de la ciudad. Por eso nunca nos dieron, por eso nunca nos dieron... Las chicas llegaban a casa por una entrevista, o para conversar conmigo, y me decían: 'Escucheme señor Riestra usted no existe para nosotros, nunca lo vimos, nunca lo leímos'. Eso es lo que llama el político una bajada de línea. Y, además, una falta de estímulo a algo que es fundamental que la Universidad apoye y que es la curiosidad de los estudiantes. La apertura al mundo de los estudiantes. No hay nada más horrible que cuando una universidad establece un principio dogmático. Es matar la espontaneidad y el aflore espiritual de la gente. Esto lo he conversado alguna vez, y se lo he dicho a algunos docentes de Letras. La verdad que ahora que tengo 85 años, y casi 70 años de escritor, estoy en la Escuela de Letras. En fin... También se lo dije una vez a unos docentes: yo hice vida de escritor sin el apoyo de la Escuela de Letras. No me fue mal a mí, fui muy leído, mi obra va quedando. O sea que si llevo 60 años sin el apoyo de la Escuela de Letras, llevaré 80 sin la Escuela de Letras. A mí no me ha hecho falta. Me hubiera gustado este contacto con los jóvenes. Conozco a algunos, los veo inquietos, lindo, me recuerda un poco a los muchachos de los 60. Eso es importante, y ojalá nosotros le sirvamos a los jóvenes para abrir el horizonte".

"¿Qué es la literatura rosarina? Y, está hecha por nosotros. Todo lindo, escrito por rosarinos. Algo tiene de rosarinos. Pero no hay una identidad de la ciudad, tenemos la inmigración, somos hijos de la inmigración. ¿Y cuánto hace de la inmigración? 70 años. ¿Qué son 70 años en la historia del mundo, cuando uno lee que la casa donde nació Kafka, en Praga, era del 1600? Ahí está la historia, nosotros tenemos que hacerla todavía. Quizás los nietos y los bisnietos, lo consigan, si el mundo lo permite. Porque el mundo actual ha mandado como arcaismos a conceptos muy importantes, como identidad. Está todo globalizado, los chicos toman las mismas bebidas, las mismas danzas, el mismo tipo de amor o de amistad, el mismo afán de dinero, de negocios fáciles. Ese es el mundo de hoy".

"Yo voy a decir que los escritores de la ciudad, o de la Argentina, y hablo de autores valiosísimos como Antonio Di Benedetto, Haroldo Conti, de quien fui muy amigo, trabajamos la misma materia. La importancia que tenía para Haroldo el lenguaje. Estoy convencido de que somos lenguaje. Hace mucho no leo tramas, sólo lenguaje. Yo expuse en el Opus, cuando dice: 'Con un pie en la orilla de la lengua, y el otro pie en la del habla, el escritor argentino avanza arriesgando el pellejo'. Yo lo siento así, con la noción clara de que escribir sin aventura y riesgo no vale la pena. Correr el riesgo del fracaso. Si hay talento no hay fracaso. La aventura lleva al riesgo y, si no, para qué escribir, ¿para hacer oficio? ¿Qué es el puro oficio? ¿Cómo se puede definir el puro oficio? Yo tengo un tremendo oficio. Escribo desde hace 65 años, más bien que tengo un oficio enorme, pero no se me nota. El puro oficio lo comparo siempre con un esqueleto sin carne, estéril. Por eso no me gusta Flaubert, porque trabajó con una tremenda tenacidad pero hizo oficio. La última obra de Flaubert, es la que vale, excepcional la obra, porque se suelta, porque se libera. Escribir es un acto de libertad, un acto eminentemente espiritual. Cuando el espíritu declina, muere el creador. ¿Cómo se hace para mantener vivo el espíritu en un mundo como éste y no decir 'basta para mí'? Bueno, hace falta el carácter, el amor. Una palabra clave en el campo del arte: la cantidad es secundaria, lo que importa en arte es el cómo, más que el qué. Cómo se hace. Ahí está el artista, en el cómo".

* Parte de la exposición de Riestra es la que se publica aquí pot gentileza de los organizadores del encuentro.

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Imagen: Alberto Gentilcore
 
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