CULTURA / ESPECTáCULOS › DOMINIC, DE MARCELO DE LA FUENTE, EN EL MACRO
La perversión es solitaria. El fotógrafo se vuelve invisible y un puro voyeur. Pero su mirada (y la foto) lo inscriben.
Hoy es el último día en que puede visitarse la muestra fotográfica Dominic, de Marcelo De la Fuente (Buenos Aires, 1962) en el primer piso del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Oroño y el río). Son fotos deliberadamente incorrectas en muchos sentidos. La textura granulosa de sus fotografías, fuertemente reveladora del medio y muy lejos de la ilusión convencional de una transparencia sobre la realidad, responde, según contó el autor a esta cronista, a una intención de revelar los orígenes de la fotografía en el arte gráfico, evocando la época en que la fotografía no se distinguía demasiado de la litografía o el grabado. El título de la muestra remite a la nacionalidad de la modelo, una de las muchas mujeres prostituidas que a través de las redes de trata llegaron a la Argentina provenientes de la República Dominicana. Además de que esto pueda leerse como denuncia o bien como usufructo culposo y culpable, hay una toda una tradición moderna de la prostituta como modelo desde la Olympia de Manet.
Pero De La Fuente, conocedor tanto de revistas olvidadas en el formato pulp (fotonovelas eróticas, relatos visuales de crímenes) como del subgénero "amateur" de la pornografía soft en Internet, afirma en una entrevista que "mi mayor referente no proviene del circuito artístico tradicional sino que lo constituye la fotografía erótica". Hay una suculenta cantera popular desde donde drena el arte apropiacionista de este integrante y co-fundador del grupo El Plan, quien desde 2002 sustituye el estudio por sórdidas habitaciones de hotel alojamiento sin más recursos de iluminación que los provistos allí: tenues luces rojas, espejos. Cual Virgilio en los márgenes de lo visible y lo mirable, De La Fuente comparte links e introduce a quien se interese por su obra en el fantástico mundo de los seres anónimos que desnudan su intimidad como "aficionados". Cuenta el artista que un código del género es ocultar las caras y las manos (donde unos anillos podrían delatar información sensible) para resguardar la identidad; "pero sin embargo lo más seductor es precisamente la mirada".
Un breve recorrido por páginas web de esta forma, a la vez secreta y pública, del arte fotográfico popular (todo está a la vista, pero no debe saberse de quién es) enseña que tanto o más fascinantes que los cuerpos son los detalles del interior que los rodea: la habitación o el baño de un hotel, el cuarto de un campus universitario, tal vez el cuarto propio. La persona está sola, como también lo está la modelo en las fotos de De La Fuente. No se trata de montar una escena que remede o ponga en acto una relación entre dos (o más). La perversión es solitaria. El fotógrafo se vuelve invisible y un puro voyeur. Pero su mirada (y la foto) lo inscriben: ¿son tres, sumando la del espectador, o cuatro si se incluye ese Otro invisible ante el cual se sacó la foto, como sugirió un filósofo en la inauguración de la muestra?
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