Domingo, 23 de octubre de 2011 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › UNA TRAGEDIA ARGENTINA, EN LA PARTICULAR VERSIóN DE ALDO PRICCO.
La obra de Daniel Dalmaroni tiene algo de perturbador en su humor cáustico. Todo está soterrado hasta que un día estalla la tormenta.
Por Julio Cejas
Estrenada en abril de este año, "Una tragedia argentina" del prestigioso dramaturgo platense Daniel Dalmaroni, en la particular versión del director Aldo Pricco; sigue manteniéndose en cartelera los viernes a las 21 en el Cultural de Abajo (Entre Ríos 599). Más allá de las distintas versiones de esta obra, Dalmaroni ha sido elegido en los últimos años por grupos rosarinos para llevar adelante varios trabajos escritos por este reconocido creador.
El director Walter Operto, estrenó el año pasado "Maté a un tipo", escrita en el 2007 por el escritor platense y este año en un trabajo de codirección con el propio autor puso en escena la polémica "El secuestro de Isabelita".
Hay algo de perturbador en el humor cáustico y casi siempre revelador de este autor nacional que indaga en "Una tragedia argentina", algo soterrado que permanece oculto durante mucho tiempo, hasta que algún día ante un mínimo detalle, una pregunta ingenua desata la tormenta que arrasa con todo los cimientos familiares.
El director Aldo Pricco va a tomar este material ya tantas veces aggiornado o simplemente versionado según los propios canones del autor, y lo va adaptar en un registro que conoce y que maneja con destreza, a la manera de aquella recordada puesta de "Telarañas" de Tato Pavlovsky, estrenada en 1989 al frente de su grupo La Compañía.
Uniformados por un vestuario que pareciera desde su rigurosa blancura proclamar la supuesta pureza siempre proclamada de la familia argentina, también evocada desde la foto que ilustra el programa, los personajes comenzarán a trazar un siniestro descenso a los infiernos en donde todos tendrán algo que aportar para que la escena se tiña precisamente de negro.
Una pregunta aparentemente ingenua de Hugo, el padre de esta familia "muy normal", va a desencadenar una interminable serie de interrogantes que tratarán de desandar un complejo rompecabezas en donde se juega el origen y la identidad de cada uno de los componentes de la "célula básica de la sociedad".
Hasta el momento pareciera ser que aquel recordado lema de los Campanelli: "No hay nada más lindo que la familia unida", ha tratado de acallar en esa rígida unidad, los verdaderos roles y los alcances de cada uno de los integrantes de esta oscura asociación familiar.
Por eso el viraje hacia un expresionismo que por momentos satura la escena, y una puesta minimalista dominada por una mesa y unos banquitos pintados del color de la tragedia, serán el cuadrilátero perfecto en el que se medirán las fuerzas de estos esperpénticos seres que se irán despojando de toda familiaridad, hasta mostrarse tal cual son.
Ese color de la tragedia es precisamente el mismo color que ritualiza el tan mentado lazo sanguíneo que une a toda familia y la diferencia de las demás, por eso cuando más sangre corra entre sus integrantes, más familiar será la escena.
A la manera de aquellas maldiciones que pesaban sobre los integrantes de aquellas castas históricas de las tragedias griegas, en Dalmaroni la sangre evoca antiguas heridas mucho más desgarradoras que las que se provocan estos seres casi "sin querer".
Nada de lo tan temido por pertenecer al mundo de los "de afuera", dejará de aparecer, sorprendiendo a todos, la inmensa cantidad de basura escondida minuciosamente debajo de la alfombra, saldrá a la luz para mostrar las miserias que sostenían la armonía familiar.
El cáncer, la homosexualidad, la violación, la discriminación, todos los flagelos que siempre sirven para acusar a los otros, se adueña de esta familia donde el tema de la identidad irá desdibujándose hasta el extremo de no reconocerse, más allá del apellido, más allá de una misma sangre que ahora se derrama para ahogar cualquier respuesta.
Pricco vuelve a demostrar una vez más su solvencia en el difícil rubro de la dirección de actores, aquí al frente de un grupo con diferentes experiencias y formaciones que se equilibra y da lo mejor de cada uno, frente al desafío de una versión que potencia los aspectos del absurdo.
Ofelia Castillo, Mariano Raimondi, Juan Manuel Raimondi, Ana Laura Carrafiello, Dannae Abdalla de Sá y Bernardo Vitta, integran un elenco en donde se pueden destacar los registros alcanzados por Castillo en una madre tan perturbadora, como los silencios y los gestos de Roy, el hijo interpretado por Bernardo Vitta.
Acertada también la elección de un equipo técnico que contó con el aporte de Paola Fernández, en vestuario, Mariano Braun en la música y Lucrecia Moras que tuvo a su cargo la asistencia de dirección, trabajo que contó además con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro.
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