CULTURA / ESPECTáCULOS › CON "MATCH POINT" EL REALIZADOR LOGRA MOSTRAR TODA SU MADUREZ
Fuera de Manhattan y de las ambientaciones de Gershwin, Allen compone
un film explícito que profundiza las cuestiones que van poniendo en crisis la razón de la existencia.
› Por Emilio A. Bellon
"Match Point"
Gran Bretaña, 2005.
Guión y dirección: Woody Allen
Fotografía: Remi Aderafasin
Intérpretes: Scarlett Johansson, Jonathan Rhys, Emily Mortimer, Matthew Goode, Brian Cox.
Duración: 123 minutos
Salas de estreno: El Cairo, Showcase y Village.
Puntos: 10 (diez)
A sus setenta años, y tras una extensa filmografía que alcanza ya casi cuatro décadas, Woody Allen nos ofrece su primer film declaradamente europeo, rodada enteramente en Londres y con una problemática de proyección universal. Alejado ya, geográficamente, del radio de Manhattan y de su tan celebrada New York que siempre convoca a la música de George Gershwin, y ocasionalmente de otros escenarios del viejo Continente, "Match Point" parte, desde su título, a la definición de toda una
metáfora que, partiendo de la jerga del tenis, se instala en el orden de los vínculos humanos.
En Londres, y con la presencia de un Támesis que se transformará en el espacio de una confesión silenciada, "Match Point" recupera aquel tono de comedia dramática que se sostiene en un discurso sobre la moral vigente y que empuja a la escena de tantos filósofos y narradores que han hecho girar su obra en torno a ella. No es ocioso, entonces, que en los primeros minutos del film, el personaje de Christ Wilton abre las páginas de la obra canónica de Fiodor Dostoievsky, "Crimen y Castigo" y en este
sentido, el lector podrá recordar otro de sus films "Crímenes y pecados", estrenado a principios de los noventa.
Desde uno de los temas que caracterizó al nuevo cine inglés, el free cinema, el del arribismo social, Allen nos plantea en "Match Point" las estrategias y obsesión por la victoria que este joven irlandés, profesor del deporte citado (pasatiempo ahora de una aristocracia en los tiempos de Isabel II) diseña para salir de su estado medio, con el fin de alcanzar, mediante un golpe de suerte, el status soñado. En el casi vagar insomne de los miembros de una familia, que sólo aspira a que nazcan los nuevos herederos, Allen recorta el inescrupuloso accionar de un sujeto que, movido por aquellos intereses, se presta a seducir a un consagrado apellido.
Pero, el mismo transcurrir de la acción nos va a ir instalando en otro terreno, el de la intriga policial y aquí los ecos de tantos crímenes e indicios, movidos por el azar y la suerte en su resolución, transitan esa atmósfera que nos ha llevado a cruzar el Atlántico. De esta manera podemos pensar en este imperdible relato, obra clave de la madurez autoral, como un deslizamiento por distintos géneros que exhiben diferentes tonos y que, desde un personaje marcadamente amoral se va desocultando todo el
comportamiento de una clase. Y como en algunos films de Alfred Hitchcok, aún presente en "Misterioso asesinato en Manhattan" aquí también, el espectador, desde una enmascarada complicidad, experimentara sobresaltos.
De manera inusual, y con momentos que causan gran asombro, Woody Allen
explicita en este film una fuerte alianza con el cine mas clásico de la historia de los cines de géneros, con sello autoral, y también, de manera poco reconocible hace estallar las escenas íntimas con absoluto despojo, en las que la sexualidad y el desnudo se adueñan de la escena. Los sentimientos se arremolinan según diferentes intereses y por ello se pueden pensar que esa selección (no ya de motivos jazzísticos que pautan toda su obra) de temas operísticos actúan como un eco de esas extrañas jugadas pasiones.
Como en la mayor parte de sus films, Woody Allen saluda al cine y a la
literatura. Y en este caso, independientemente de que el autor lo afirme o no, uno puede encontrar un diálogo entre este film y dos producciones de fines de los 40 y principios de los 50, que tenían como protagonista a un especulador personaje de clase social inferior que desea escalar los peldaños del triunfo. Y en ambos casos esos personajes eran
interpretados por Monty Clift en los films "La heredera" de William Wyler sobre novela de Harry James y "Ambiciones que matan" de George Stevens, partir de esa obra que es "Una tragedia americana" de Theodore Dreiser.
Un hilo de intriga, que se patentiza en las miradas, en función de lo que secretamente se conoce y llevará a actuar coloca a este film en el universo de los personajes chabrolianos que, sigilosamente, van teniendo una coartada, van abriendo las puertas de una trampa. En "Match point" la falta de principios no arroja a lo clandestino y es allí donde frente a una declarada verdad, se arremete para callarla. El amor se vuelve declamación y la próxima cita solo forma parte del plan.
Igualmente, Allen desde el guión nos va planteando un cruce de mentalidades entre personajes de diferentes latitudes y algunas notas de un muy contado humor, que se dan cita entre la espontaneidad y la ironía, traducen formas de vida. Y cierto es que el film, tras un texto en off que cristalizara en el espectador cuando una alhaja golpee sobre una de las barandillas que dan al Támesis, se lanzara hacia nosotros como un
boomerang, desde una inocente partida de tenis inicial.
Y volvemos a Raskolnikov. Aquel personaje de "Crimen y castigo" que, en su afán de burlar y trascender a la miseria tanto de el como su familia, decide matar. Frente a ello, los planteos del autor en búsqueda de una ley y de una verdad van poniendo en crisis la razón de la existencia. Y Woody Allen, ya en algunos puntos anteriores de su filmografía, a través de parlamentos dichos como al pasar, fue dejando esos indicios que
llevan a enfrentarnos con la propia voz de cada conciencia.
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