CULTURA / ESPECTáCULOS › ARTE. NUEVA EDICIóN DE LA EXPOSICIóN CULTURA PASAJERA
El espacio gestado por Gab Gabelich y Román Rivoire incorporó la Feria Cuchipanda, que promueve la adquisición de obras originales a precios accesibles. Como siempre, pueden recorrerse muestras de diversos artistas en distintos formatos.
› Por Beatriz Vignoli
"Cuchipanda es una palabra caída un poco en desuso; quiere decir feria, fiesta, kermese, todo eso, y a mí me gustan las palabras que tienen un sonido alegre", cuenta Gab Gabelich, gestora junto a Román Rivoire del espacio Cultura Pasajera que funciona desde 2005 en el Pasaje Pam (Córdoba 954). Donde puede visitarse esta semana y desde el 17 de este mes la Feria Cuchipanda, una iniciativa de Cultura Pasajera y sus artistas que ofrece obras de arte en la trastienda del espacio El Cubo a precios que no superan los 250 pesos. "El objetivo es implantar el virus: siempre que uno compra su primera obra original, quiere más", afirma Gabelich, decidida a "desterrar ese prejuicio" de que la obra original vale más que una reproducción. "Y sí, se vendió bastante", concluye.
Con pareja calidad y gran diversidad de estilos, se exponen, en pintura, los introspectivos retratos de Belén Bulgueroni, las acuarelas abstractas casi florales de Florencia Laorden, y los MDF de síntesis animalista de Ariel Torti. También pueden adquirirse dibujos de Gab Gabelich, Luciana Ponte, Rocío Somenzini, Mariana de Matteis, Gastón Herrera, Laura Echenique, Florencia Caterina, Carlos Aguirre, Noelle Lieber, Hernán Camoletto, y Sebastián Schvarztman; fotos de Héctor de Benedictis, Maximiliano Rossini, Lisandro Arévalo y Martín Kaissa, los collages de Pato Spessot y de Carla Colombo, y las serigrafías sobre hojas de diario de xoxu, artista de San Pablo. Las imágenes de las obras se pueden ver (en 3 páginas) en www.flickr.com/photos/trastienda_cultura_pasajera.
En la trastienda pueden verse fotos de Héctor de Benedictis y Gustavo Goñi, pinturas de Daniel García y Luis Rodríguez, objetos de Virginia Negri, dibujos de Silvia Lenardón, Leandro Yadanza, Hernán Camoletto y Pauline Fondevile, y collages de Marcelo Villegas, Carlos Herrera y Carolina Grimblat.
Además están las muestras que cierran el 7 de enero, donde se entrecruzan los temas del tiempo, la niñez, los mundos imaginarios, los estereotipos de género (masculino y femenino), la mentira y la verdad, los límites de la representación. "Juego con el estereotipo de la chica rosa", escribe Rocío Somenzini, cuya instalación "Proyecto Pony" en la Vitrina combina pintura y objetos para evocar el juguete favorito de la niñez y recrear "el escaparate de una juguetería ideal": "Ponys, gemas, cuentas, caireles que cuelgan por doquier, ositos, envases bellos de perfumes, guardas de corazones y flores enmarcan este gran cuadro caja convertido en mi vitrina soñada".
La idea del simulacro es una constante en esta obra, en el monoambiente de Georgina Ieraci (una ficción de envío postal de la vitrina misma, embalada) y en la instalación en El Cubo, "Es imposible pero podría mentirte", de esta cronista y un equipo integrado por Gustavo Goñi, Martín Kaissa y Agustina Alvez, con tipografía de Silvia González; la del transcurso del tiempo atraviesa las otras propuestas.
En la galería Llavero, Javiera Marín muestra un efímero patito azul de jabón titulado Ave María. Integrante del colectivo Pia Michelle, radicada en Valparaíso (Chile), Marín dedica su producción estética a la creación de "bioescenas" como esta: la de la espuma disolviendo los límites entre realidad y representación. En el Minilab (online), Ophir Kutiel (alias Kutiman) empalma fragmentos de videos musicales amateur, mientras Mariana de Matteis temporaliza sus dibujos en el video de la vitrina XS.
En el espacio Ribuar tres fotos analógicas en 35 mm del investigador, docente y artista Gonzalo Casadidio (Rosario, 1968) forman el documental titulado Asistencia, donde retrata a un joven en dos momentos de su vida. En blanco y negro, en 1999, Lucas es un niño confundido, con un bigote, y un adolescente sereno que mira hacia adelante con orgullo, antes y después de la primera afeitada; en color, la mirada sufrida de Lucas registra los embates del tiempo 12 años después. "Ver cómo una persona cambia a medida que pasa el tiempo me llega al corazón. Yo que tengo 15 años y siento intriga del mañana", escribe Solene Crepin en el texto de catálogo: "Ya en la fotografía de 2011, vemos a Lucas como un hombre, que no le importa estar afeitado, sólo vive". Más en http://culturapasajera.com.ar.
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