Un título alternativo posible para Los errantes, de Germán Padinger (Rosario, 1986), publicada en la editorial de la Universidad Nacional de Rosario, era "Cuarteto para el fin de los tiempos". La obra musical de Messiaen marca el ritmo y el tono de una solvente primera novela polifónica sobre un tema del que, pese a su singularidad y su potencial literario, pocos autores rosarinos se han ocupado: las clases altas locales. El relato, en lenguaje coloquial, construido en múltiples voces y ambientado en parte en una ciudad reconocible como Rosario y en parte en un campo de la provincia de Santa Fe, ofrece un contrapunto de historias de vida entre dos amigos de la misma edad aproximada (veintipico largos): Tomás y Claudio. Tomás pertenece a una clase "rica y abúlica, en decadencia", según contó a Rosario/12 el autor, que estudia Ciencias Políticas en la UAI y está escribiendo una novela breve. Por otra parte, y como paradójicas paralelas que se cruzaran, Claudio proviene de burgueses de origen inmigrante en franco ascenso, de donde se desclasa para acceder a una identidad. Solo, entregado a sus pensamientos, aislado entre vecinos que enloquecen de soledad, Tomás consume la música apocalíptica de Messiaen. Ser de una aristocracia rural le permite ese ocio; Faulkner aquí es una referencia explícita, mucho más obvio que en Onetti o en Saer.

El mundo que habita Claudio es despiadadamente competitivo. Sus padres son dueños de una fábrica de cerveza muy exitosa. Pero el brazo derecho de este padre padrone implacable, Alejandro, no es su hijo sino un arribista, Ricardo, que desprecia al "acomodado" y lo desplaza, ya que es Ricardo y no Claudio quien es capaz de echar a cincuenta obreros sin lástima. Esta pulseada permanente está simbolizada, al comienzo del libro, por un partido de pool; al final, por la mención a un legendario pelotón de partisanos argentinos que combatieron del lado republicano en la Guerra Civil Española, quienes se hacían llamar "Los errantes" y que tenían la extraña costumbre de fusilarse entre ellos; de ahí, obviamente, proviene el título del libro.

Entre una escena y otra, Padinger pasea al lector por un escenario poco indagado: el de los códigos no escritos que rigen la manera en que el poder de los amos económicos del capitalismo esclaviza a quienes lo ejercen. Es un universo masculino que, con sus pactos de silencio y sus lealtades incondicionales, evoca un poco al del film The Hangover, aunque en clave dramática; Germán Padinger se mueve allí con el aplomo de quien sabe de qué está hablando.

El desafío, para este autor novel, fue sacar de su letargo narrativo inicial a estos dos protagonistas tan apáticos y con tan poco espacio por delante hacia donde avanzar. Para esto se valió de otros personajes. Lucas y Alfredo van en busca de Tomás y de Claudio, respectivamente, operando en alguna medida como los donantes en el cuento de hadas. Discos, libros, abrazos, conversaciones, todo apela a lo que hay en ellos de singular, tirando de las líneas de fuga que los distinguen de la prisión monolítica de la clase. La ciudad hace el resto y, al final, tal vez hay algo así como una redención.

Antes, Claudio comparte con Alfredo un cuento de ciencia ficción dentro de la novela. En la ficción, es un cuento que él ha traducido del francés. Se titula "Le cas" y él lo traduce como "El abogado". Se trata de una demanda judicial que llega desde un universo paralelo. Ni la ciencia ficción, parece decir (e insistir) Padinger en esta primera novela, está libre de ser atravesada por el orden social.

Además de su labor como autor de ficción, Padinger colabora en la revista de opinión online Molok (molokrevista.wordpress.com) donde aborda temáticas diversas. Allí están a disposición sus ensayos sobre "Medios de comunicación y Estado", "La religión burocracia" o "Rebeldía y consumo", como así también un link hacia la página informativa sobre su novela: http://loserrantes.blogspot.com.