Mar 02.05.2006
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › EL ESTRENO DE "EL DESPERTAR DEL DIABLO"

Lugar digno para una remake

› Por Leandro Arteaga

El despertar del diablo 7 puntos

Dirección: Alexandre Aja.

Guión: Alexandre Aja, Gregory Lavasseur, sobre el guión de 1977 de Wes Craven.

Fotografía: Maxime Alexandre.

Intérpretes: Maxime Giffard, Michael Bailey Smith, Tom Bower, Ted Levine, Kathleen Quinlan, Dan Byrd, Emilie de Ravin.

Duración: 107 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Showcase, Village.

Inscripta en el marco de un cine de terror renovado, con realizadores atrevidos y desconocidos, Las colinas tienen ojos (1977) fue uno de los mejores títulos de Wes Craven (Pesadilla, Scream). Desde la atención puesta en los recursos narrativos, merced también al presupuesto escaso, films como éste y otros, tales como La noche de los muertos vivos (1968, George Romero), La masacre de Texas (1974, Tobe Hooper) o Noche de brujas (1978, John Carpenter), no sólo redefinieron al cine de horror, sino que, dado el paso del tiempo, se han vuelto nuevos clásicos.

La suerte de las remakes es, por lo general, desfavorable. Las recientes pésimas versiones de La masacre de Texas o de La niebla bastan para corroborarlo. Pero, tal vez, sea la voluntad de plasmarse desde una propuesta coherente lo que hace que esta remake de Las colinas tienen ojos -cuyo título aquí es, incomprensiblemente, El despertar del diablo- ocupe un lugar digno. Tal coherencia, decíamos, se sostiene desde la elaboración narrativa y discursiva de una Norteamérica que evoca el lado oscuro de sus dorados años 50 y 60. El escenario es el desierto de New Mexico, cuya aridez guarda los residuos de un pueblo sometido a pruebas nucleares. Los habitantes sobrevivientes, a la manera de recuerdos monstruosos, incomodan las vacaciones de una familia tipo que, dadas las circunstancias, quedará aislada en el medio de esta nada que ya nadie visita.

Esta familia perdida sintetizará las distintas variantes ideológicas de la moral conservadora, sea esta demócrata o republicana. El uso de armas, excusado en la profesión del padre ex policía, tiene una interesante vuelta de tuerca respecto de la relación de éste con su yerno. Finalmente, las diferencias no serán más que un velo que cubre una esencia compartida, reaccionaria e, incluso, asesina.

Sabemos que en las fábulas son los monstruos quienes deben portar con nuestros miedos. Será irónico, por esto, escuchar de boca de uno de ellos las estrofas desafinadas del Himno Nacional de EEUU. Mientras tanto, hay una banderita que recorre la película y que, cuando sea necesario, servirá también como arma letal.

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