"Yo voy a afinar cantándole Naranjo en flor a Susú", dijo el Polaco Goyeneche durante el rodaje de Sur; "en el momento en que me tenía agarradas las manos y me cantaba yo me decía '¿por qué me tocó a mí esta suerte?'" dice Susú Pecoraro, a la vez que no quiere contener lágrimas que asoman. "El sabía que yo lo amaba", dice a Rosario/12. Bella manera de iniciar un diálogo, signado por el recuerdo de alguien querido, así como conocido gracias a la virtud de la profesión. La actriz estuvo ayer en la ciudad durante el Festival de Cine Una mirada mayor, organizado por Centro Audiovisual Rosario, para dar compañía a las películas Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar (1992) y Verdades verdaderas, la vida de Estela, sobre la historia de Estela de Carlotto y Abuelas de Plaza de Mayo, estrenada comercialmente el año pasado.

"No es una foto posada, lo que se ve es real", señala Pecoraro a este cronista, mientras ambos miran el abrazo de afecto entre la actriz y el cantor. "En esta profesión, lo fuerte son los grandes vínculos que uno tiene que crear con personas con las que se llega a convivir durante mucho tiempo". "Escucharlo cantar al Polaco, verlo todos los días. Son cosas muy íntimas. Recuerdo que él me decía que no era actor, que estaba extrañado, pero yo le decía que sí lo era. Me respondía que él a las pasiones no las actuaba, sino que las sentía. ¡Pero es que eso es ser actor!, le decía yo. El actor no miente, tiene que sentir como propio lo que está pasando. El Polaco agregaba 'bueno, esta piba me da ánimos'".

-Es difícil explicar la tarea del actor, más aún en el cine.

-Quizás solo los actores lo sepamos. Si sos sensible, hay momentos en donde te entregás y las cosas suceden. El trabajo del actor es dejar que de a poquito entre en uno el mundo en el que hay que habitar. Para hacer a Estela (de Carlotto) el trabajo fue muy particular. Una cosa era el guión y otra cosa era lo que me pasaba a mí. Ella es una persona muy especial, su manera de expresarse no es la de ponerse en un lugar de víctima; ella no actúa, ella es, dice las cosas como son. Es una persona luminosa, con mucha verdad cuando habla. Al conocerla tuve la suerte de tener como una empatía. Ella vio que en mí había algo que la iba a cuidar, y eso tiene que ver con amor. Yo le decía: "Mirá Estela, yo voy a ser yo, no te voy a imitar, no voy a hacer tu manera de hablar o de mover las manos, no voy a hacer nada de eso porque sería un trabajo exterior, me voy a meter en este libro con vos, pero va a ser una mezcla con lo que yo tengo en mi ser", ella me respondía "pero tranquila, yo soy feliz de que seas vos". Me estaba dando libertad, y eso también tiene que ver con el amor.

-Tu construcción del personaje me resulta, de hecho, bellísima. Por fuera de la mímesis, plena de sensibilidad.

-Ese fue el trabajo, y no salió fácil. Hay que confiar en que todo lo que uno va absorbiendo va a salir en el momento justo. No hay que tener miedo, en ese sentido soy muy valiente. En un principio estaba muy feliz por el hecho de que me hubiera tocado hacer el personaje. Cuando después comencé a conectarme con el material, con el libro, sentí que tenía que equilibrar. Yo me emociono fácil, lloro enseguida, pero Estela no. Ella me decía "yo no tengo el lagrimal flojo pero eso no quiere decir que no me emocione, a mí se me eriza la piel". Te diría que Estela está casi entera en ese momento. Apunto al conocimiento del ser, y a partir de ahí voy equilibrando. El objetivo, para mí, era que a Estela le gustase, que se sintiera expresada; la película era para ella, para que la pudiera llevar a donde quisiera. Me decía Nicolás (Gil Lavedra, el realizador) que hace unos días Estela le comentaba: "cada vez que veo la película, ya no sé si es Susú o si soy yo". ¿Qué más puedo pedir?