Sáb 26.05.2012
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › MUSICA. UTE LEMPER, CON ULTIMO TANGO EN BERLíN, DIO UN ESPECTáCULO INOLVIDABLE

Cabaret berlinés y tango de Piazzolla

La artista alemana desplegó toda su presencia escénica y virtuosismo como cantante con un repertorio cosmopolita, que incluyó temas de un proyecto embrionario sobre poemas de Neruda. Kurt Weill, Bertold Brecht y Bob Fosse revisitados.

› Por Emilio A. Bellon

Durante más de dos meses los afiches que poblaban diferentes ámbitos de la ciudad la promocionaban como una diva. Y efectivamente, su imagen subrayaba una pose que nos devolvía una figura estelar de proyección olímpica, que se ubicaba junto a tantos nombres de la escena teatral y del mundo del cine. Su luminoso rostro, su expresión abierta y el gesto desmedido alcanzaba, junto a su nombre que nos hace escuchar el eco de algunas de las más trascendentales y míticas figuras de la canción de los años de entreguerra, nos permitieron recrear un espacio que abría a variados horizontes.

En la tan esperada noche de este jueves 24 de mayo, en la que la cantante Ute Lemper, de origen alemán, llegó por primera vez a Rosario y actuó frente a nosotros, junto a dos músicos en el escenario del Teatro Astengo, algo fue desmentido, luego de casi dos horas de un recorrido que nos llevó de los cafés de Berlín a Buenos Aires, pasando por París y Nueva York; sí, la misma Nueva York, desde donde días atrás el periodista de Rosario/12, Edgardo Pérez Castillo había logrado entrevistarla telefónicamente, antes de su viaje en la Argentina. Sí, y lo que se confirmaba además de su entrega y de ese tránsito que su propia modulación dibujaba sobre un monocromático concepto de puesta en escena, es que el vocablo, el epíteto de diva no es pertinente para una señora del mundo del arte como lo es Ute Lemper.

Y no lo es por su manera, de comunicarse con sus compañeros, los músicos: con el pianista Vana Gierig y el bandoneonista argentino, Marcelo Nisinman, con quien retrabajó algunos de los Veinte poemas de amor... de Pablo Neruda. E igualmente por esa mirada directa que invita a dialogar con el público, a quien invita a ser su interlocutor; en algunos momentos, confidente y cómplice en nombre del amor y del enamorado, vocablo con el que juega en diferentes idiomas. Ute Lemper destaca su amor por el cosmopolitismo y el recorrido de este programa, Ultimo tango en Berlín da fe de ello.

En un escenario despojado, que lleva a evocar algunas canciones del film Cabaret, de Bob Fosse, particularmente, Mein Herr, en la que Liza Minelli vestida de negro, usa un bombín y sólo se vale de una silla, aquí como huella y reminiscencia; en ese mismo escenario sólo contados elementos funcionan como figuras de anclaje en la memoria.

El talento en su expresión máxima estaba allí. Por momentos recordaba cuando en esa misma sala, veintincinco años atrás una siempre sorprendente Ornella Vanoni quien había sido censurada en los años de la dictadura, junto a cuatro músicos, y todo un cambio de variados sombreros, de diferentes formas y colores, presentaba los temas de su último CD: Uomini, Uomini. Y luego, al pasar por Mitre y Córdoba, me vinieron a la mente aquellas actuaciones de Cipe Lincovski y de Marikena Monti, quienes a principios de los 70 cantaban las melodías de los viejos cabarets, en ese lugar que entonces se llamaba El Gallo Azul y que poco tiempo después pasaría a ser la primera casa de la Escuela Nacional de Teatro y de Títeres.

En más de un reportaje Ute Lemper ha declarado amar el tango. Y particularmente los temas de Piazzolla son sus favoritos. Al igual que la cantante italiana Milva, mayor que ella, por igual han llevado a la escena del espectáculo del cabaret, cada una a su manera, y las dos desde una sensibilidad que las identifica desde tradiciones diferentes, tanto a las canciones de Bertolt Brecht y Kurt Weill como de Horacio Ferrer y Astor Piazzola. Su modo de ser en la música, de transmitir, pasa por la recreación, por esas variaciones que le imprime a esos temas que ya son clásicos, como el que despliega y proyecta hacia el público, abriendo los brazos, mirando en todas direcciones, cuando comienza a cantar Moritat.

Si en un tema anterior su voz había animado una canción desde los sonidos de una trompeta, ahora desde esta composición de los años 20 que forma parte de La ópera de dos centavos y que se conoce igualmente como Mack the knife, canción con la que se presentaba habitualmente en los 60 el hoy olvidado Bobby Darin, la cantante junto a sus músicos abren un extenso capítulo en el que público no sólo sigue con las palmas, sino también silbando y cantando, mientras ella gozosa y sonriente alentando a esa participación colectiva.

En variados reportajes, esta cuestión de lo coral y de los grandes temas sociales aparecen imbricados: la señora Ute Lemper no permanece ajena a los grandes problemas que vive el mundo de hoy, el de la globalización, del neothatcherismo, de la política antinmigratoria.

En diferentes lenguas, y en ese tránsito por el mundo de la música, por esos escenarios que parten tal vez del film El angel azul y de la mítica Marlene Dietrich, pasando por los cafés de París, de Edith Piaf a Jacques Brel, hasta llegar a escuchar la voces de Mario Trejo, recientemente fallecido, cuando Ute canta Pájaros Perdidos. Y algunas imágenes que asoman del cine de Fassbinder, que permiten ver la silueta de su musa Hannah Schygulla como Lili Marleen o a Barbara Sukowa, como a la reencarnación de Lola.

En Ute Lemper, quien estuvo en nuestra ciudad hace sólo algunas horas, estaba el movimiento coreográfico de su maestro Maurice Bejart y la gran lección de su admirada Pina Bausch. Mujer de manifiesta sensibilidad, en la que cada gesto en la escena revela su dimensión creativa, permitió acceder no sólo a un espectáculo, sino a su propio territorio, en el que desde su más luminosa intimidad va modelando artesanalmente, junto a los suyos, una variada manera de comprender la experiencia estética.

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