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Lunes, 22 de octubre de 2012

CULTURA / ESPECTáCULOS › MUSICA. NICOLA DI BARI ACTUó EN EL CITY CENTER, EN UN SHOW LLENO DE MAGIA Y DE EVOCACIóN

Noche gozosa con el último romántico

El repertorio, dominado más por la melancolía que por el optimismo, encontró en las veladuras de las luces violetas una particular manera de dialogar con lo que el artista enfatiza: "No siempre lo que soñamos en la vida se puede alcanzar".

 Por Emilio A. Bellon

A sala llena, con un público expectante que en su mayoría cruzaba el umbral de los cincuenta años, frente a una multitud que se muestra risueña, con la mirada puesta, tal vez, en los días del pasado. De esta manera, una vaguedad me asalta a medida que evoco, tarareo, La prima cosa bella, tal como nos la volvió a ofrecer, desde los recuerdos, el personaje que componía Valerio Mastandrea en el film homónimo de Paolo Virzi, saliendo al encuentro de la conflictiva figura de su madre, desde los días de su infancia, en su ciudad, la del mismo realizador, Livorno; donde en sus jóvenes años, la misma actriz, Stefania Sandrelli, había filmado Io la conoscevo bene de Antonio Pietrangeli.

Ya a las 21.05, y en un clima de euforia, y aún con parte del público que seguirá ingresando al City Center hasta las 22, tiene lugar el comienzo, un prólogo, en el que una joven cantante española, Lola Mazzei. Ella dice tener a Nicola Di Bari por padrino musical y es ella misma quien, con agradecimiento, tras interpretar varios temas y dedicarle La suerte de vivir, da lugar a su llegada.

De pie, aplausos. Y el nombre de él se escucha en varios sectores de la platea. Vestido de negro, como los músicos que lo acompañan, a quienes siempre tendrá presentes, destacando sus nombres y subrayando algunas notas de humor; sí, vestido así, luciendo un sombrero de un western spaghetti musicalizado por Ennio Morricone; sí, así, y tras agradecer y mirar hacia todos, detrás de sus anteojos oscuros; Nico, como algunos lo voceaban, vibró en el aire con su "voz, ronca y rara" interpretando pasajes de El corazón es un gitano y Trotamundos. En forma inmediata, recuerda aquella primera noche en la que estuvo en nuestra ciudad en un estadio deportivo, lo que lleva a vítores y aplausos y a silbidos por parte de los opositores (claro, es por esto del fútbol). Y su anecdotario, que no deja de circular a lo largo de todo su tan esperado recital, lleva al encuentro con la mujer de su vida, Agnese, y al nacimiento de su primera hija, tras lo cual, hace llegar, ahora, en un clima de regocijo y silencio, La prima cosa bella, en esta oportunidad, en castellano.

Desde su tan abierta humildad, Nicola Di Bari se encarga en manifestar que la mayor parte de sus más exitosos temas no son de su autoría. Y esto lo mueve a seguir con su periplo errático, al citar a George Moustaki al interpretar su propia versión de El extranjero. Sí, en castellano, como gran parte de las canciones que ofrece, mientras que sus parlamentos, tan afectuosos, tan plenos de reconocimientos, oscilan, pendulan, entre la sonoridad de ambas lenguas. Como lo logra, con el bolero Solamente una vez, de Agustín Lara, para Nicola, uno de los más bellos temas jamás escuchado.

Rodeados de varias gigantescas pantallas, su figura y la de sus cuatro músicos parecen proyectarse en un juego de espejos que van diseñando desde un calibrado juego cromático, que activan una dinámica puesta en escena, abriendo espacio a lo que en pocos minutos más sería la interpretación I giorni dell'arcobaleno. Su repertorio, dominado ciertamente más por la melancolía que por el optimismo, encuentra en las veladuras de las luces violetas una particular manera de dialogar íntimamente con aquello que Nicola di Bari, en más de una oportunidad, trata de hacernos llegar: "No siempre lo que soñamos en la vida se puede alcanzar..."

Su agradecimiento hacia nosotros es permanente y casi, como un acto de confesión, remarca que es en este país donde, según sus propias palabras, "me realizo, me reconozco". Del fondo de la platea, y desde diversos ángulos algunas manos en alto, le solicitan que interprete Zíngara y a su término será otro de los favoritos de quien suscribe esta nota, Un grande amore e niente piú. Ambas, nuevamente, en castellano.

Son particularmente las mujeres de mediana edad, y aún mayores, las que acompañan con sus manos a las canciones, quienes, en algunos momentos se acercan para fotografiarlo, para estar cerca de él. En su mayoría; pero, afortunadamente, los admiradores, también estaban allí.

Ya en el último tramo, su tan esperado tema El último romántico se hace presente, en una atmósfera de embriaguez. Esta canción compuesta por Donaggio-Pallaviccini forma parte de su más distintiva discografía, de todas sus presentaciones y más aún, lo identifica. Tal vez por esa tan singular manera de ser él, que está ajena a modelos y arquetipos; más antihéroe que figura del glamour artístico, más reservado que exhibicionista.

Este Vagabondo, que recreó el itinerario de sus mayores, de tantos inmigrantes, de la letra de D'Amici se dispone a cerrar el tan inolvidable encuentro con la primera canción que compuso, haciendo suya las palabras de su madre, cuando él era muy jovencito: "Caro, torna a casa..." Como en tantas canciones de su repertorio, en el origen de las de su autoría, hay una historia: junto a su mujer, de frente al mar, esa calma. Y entonces, "cómo expresar aquella noche, cómo transmitir aquella noche a los demás en una melodía". "Me gustaría cantar esta noche". Y así nació Il cuore e uno zíngaro.

Las luces de Candilejas se animanon en la noche del viernes desde su interpretación de Smile, haciendo surgir en el telón de fondo de cada uno de nosotros, tal vez, la silueta de Chaplin.

Deja, por un instante, con el recuerdo de aquella noche y el corazón que asume su propia naturaleza de gitano. Y se hace un silencio entre vítores, un mutis por el foro y un cierto desconcierto.

Y llega nuevamente. Y despierta la música. El, ingresando al palcoscenico, trotando, cantando ese bis, junto a las voces, aplausos, manos en altos y esos grazie. Y el tan sentido adiós y un tan sincero, ¡hasta pronto!

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Con un público predominantemente mayor de 50 años, Di Bari recorrió los hitos de su repertorio.
 
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