Domingo, 27 de enero de 2013 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › MUSICA. UNA BIOGRAFíA POSIBLE DEL MúSICO HORACIO FUMERO, QUE ACTUARá EL PRóXIMO SáBADO EN ROSARIO
Nacido en Cañada Rosquín, donde junto a León Gieco tuvo su primer banda, a los 19 años viajó a Buenos Aires. Conoció al Gato Barbieri y, luego, al mundo. Radicado en Barcelona, hoy es un contrabajista de renombre que goza como acompañante.
Por Horacio Vargas
A Horacio Fumero le gusta definirse como un nómade. Por circunstancias de la vida, él también recorrió un largo camino, desde el día que con 19 años dejó su pueblo natal, Cañada Rosquín, para ser lo que es hoy, a los 63 años: un contrabajista de jazz de renombre internacional. En su biografía deberá constar que no duda en asumirse como un sideman, un músico acompañante, ese que atesora un pequeño poder, ser el guía del músico solista, del líder.
Cañada Rosquín está ubicada en el centro oeste santafesino, a la vera de la RN34. Dista de Capital Federal 449km, de Rosario 148km y de la ciudad capital de la provincia, 128km. Población: 5103 habitantes. Allí nació Fumero.
La relación con la música está directamente ligada a la tradición familar. Su abuelo tocaba la guitarra. Al igual que unos tíos, incluso uno de ellos se atrevía con el violín de manera amateur. Su hermano Hugo, el mayor, también era guitarrista, le enseñó los primeros acordes, las primeras enseñanzas. A los 12 años, Horacio se inclinó por el bajo eléctrico en su pueblo natal. El siguiente paso fue armar la primera banda. Se llamaban Los Moscos y uno de sus integrantes era León Gieco. Hacían temas de los Rolling Stones, los Beatles, Spencer Davis Group.
En Cañada había un peluquero, de apellido Petrone, era el único habitante del pueblo que tenía un contrabajo. Horacio se enteró y fue a visitarlo a su casa. Quería saber cómo funcionaba ese instrumento que tanto lo intrigaba en su adolescencia. Lo primero que le enseñó el peluquero de Cañada fue cómo tomar al contrabajo. "Se agarra así", le dijo, y extendía el brazo izquierdo sobre el puente del contra. "¿Y las notas, cómo son?", preguntó el joven Fumero. "Pibe, ¿pa'qué querés las notas? Tocalo como el bombo... Pum...Pum...", le respondió Petrone.
Algunos meses después, alguien se equivocó y llevó al quinteto de Astor Piazzolla a El Trébol, un pueblo cercano a Cañada. El contrabajista era Quicho Díaz. Después de verlo tocar, el pibe Fumero exclamó: "Ah, ¡sí que tiene notas!". Quicho le hizo entender además que el problema no era el instrumento sino el tipo que lo toca.
Descubrió el jazz a través de la radio. En los años sesenta, en el medio de la pampa argentina escuchaba un programa de radio semanal que emitía Radio Universidad del Litoral. Los textos de esos programas, lo sabría mucho tiempo después, los escribía Juan José Saer. Saer, dice, es la persona que mejor explica su infancia, su primera juventud. "Aunque ya no esté entre nosotros, para mí sigue siendo uno de los más grandes escritores argentinos", lo recuerda el lector Fumero.
A los 19 años fue su primera partida. Dejó Cañada y se instaló -con su "hermano" León Gieco- en Buenos Aires. El objetivo era claro: dedicarse a la música, estudiar (en el Conservatorio Manuel De Falla) y trabajar en una empresa privada. En esa ciudad descubrió el jazz a través del saxofonista John Coltrane. El disco Crescent fue muy fuerte para él. Se volvió loco con el free jazz. Como el Che Guevara y el Mayo Francés, esa música también era una bandera para muchos jóvenes de los sesenta.
"Yo navegué el río para atrás, a través de Coltrane llegué a Miles Davis y de ahí para atrás", explica. Hubo, claro, otros referentes musicales en su vida. Cita al grupo Quinteplus, un quinteto de su maestro el pianista Santiago Giacobbe y a otro pianista, Gustavo Kerestezachi, "muy bueno, que falleció joven".
La banda sonora original de la película de Bernardo Bertolucci Ultimo Tango en Paris (1972) le dio al saxofonista argentino Gato Barbieri un reconocimiento internacional y lo convirtió en una auténtica estrella. El paso siguiente era la grabación de Chapter One: Latin America. Y para eso decidió viajar a la Argentina con el deseo de grabar con músicos del Cono Sur. El Gato le encargó al percusionista Domingo Cura la tarea de armar una banda con elementos folklóricos. Cura recolectó lo mejor del momento, sólo faltaba conseguir un músico que tocara el charango. Y Cura le trasladó el pedido a Kerestezachi. Y éste le trasladó la inquietud a Fumero.
El Gato está buscando un charanguista para que toque en su nuevo disco, ¿conocés alguno? le preguntó su amigo Gustavo.
Sí, yo respondió, ni lerdo ni perezoso, Horacio.
Al otro día tenía cita con el Gato en su suite del Alvear Palace. Fumero llegó con el charango, nervioso a dar la audición. El Gato lo recibió con cortesía. "A ver tocá algo, pibe", le ordenó Barbieri. Y el pibe tocó algunos minutos. "Ya está, dale para adelante", le respondió el Gato. Y le abrió las puertas del mundo.
Horacio toca el charango en un par de temas con el nombre de Isoca (su seudónimo, que remitía a una plaga de campo) en ese disco precursor de latin jazz y world music, que fue un éxito de ventas para el sello Impulse, con producción de Ed Michel, nada menos que el productor de Coltrane. También participa en Chapter Two. "El Gato era un adelantado. Ese grupo de entonces, con esa mezcla de folklore, jazz coltreneano, sonidos que venían del rock, percusiones increíbles, hoy sería increíblemente moderno. Tendría tanta vigencia ahora como entonces", lo recuerda.
En 1973, Fumero quería partir, dejar la Buenos Aires de los malos aires políticos. Y le llegó la invitación del Gato para tocar en el festival de jazz de Montreux, en Suiza. No lo dudó y se subió al avión. "¡Aquello fue una lotería! La verdad es que me considero un hombre con suerte, a quien le ha tocado varias veces la lotería. Pero no aquella a la que la gente le vuelve loca, la del dinero, sino que me ha tocado la lotería musical, la del conocimiento. Y, desde luego, el hecho de poder actuar con Gato en ese festival fue una de esas loterías a las que me he referido", contó alguna vez.
Tres años después de partir, Argentina estaba bajo control de la dictadura militar. Era riesgoso volver al país, se convenció y no volvió: decidió hacer el examen de ingreso al Conservatorio de Música de Ginebra, entró y se quedó seis años, estudiando muy en serio el instrumento, colaborando con la Orquestre a' Cordes de Lausanne y diversos grupos de jazz de Suiza, y dando clases particulares de guitarra. Además realizó giras por los principales festivales de jazz de Europa (Varsovia, Roma, Paris, Estocolmo, Madrid, Zagreb, Copenhague).
Hasta que se cansó o se aburrió y volvió a partir. Su próximo destino sería Barcelona. "Cuando llegué en 1980 había algunos músicos excepcionales, como (el pianista ciego) Tète Montoliú, pero en el escalón siguiente había muy poca gente", dice sobre el pasado. "Actualmente no hay una figura de la talla del Tète, aunque muchos apuntan..., hay una mediana cantidad de músicos de muy buen nivel", señala sobre el presente del jazz en España, que como en Barcelona, Buenos Aires o Rosario, sigue siendo una música minoritaria y con lugares para tocar, no siempre, en condiciones civilizadas.
El Tète lo convocó a su casa para tomarle una audición. No sólo entró al trío: se quedó 17 años. Fueron 17 años de conciertos, festivales, programas de televisión y grabaciones hasta el fallecimiento en 1997 del pianista. "El Tète era un gran tipo, especial, muy culto, con un humor muy ácido", lo define. Se toca con el corazón: le enseñó. Nunca hablaban de dinero por actuaciones, en la medida que Tète más ganaba, más pagaba. Hablaban más de escritores argentinos, Cortázar o Borges, que de música.
Fumero tardó mucho tiempo en grabar su primer disco. Lo hizo, dice, más por propia iniciativa del productor del sello discográfico. Si hubiese sido por él, no lo habría sacado nunca. Entonces pensó en su amigo y lo llamó. Se encontraron directamente en el estudio de grabación. Hicieron "Cinco siglos igual", León Gieco en voz, casi a capella y detrás la línea del contrabajo. "Fue un gustazo", recuerda Fumero con ese tono campechano. Hubo otros encuentros. Con actuales pianistas de jazz de Argentina: Adrián Iaies ("tenemos mucha conexión"), Ernesto Jodos ("un gran pianista"), Francisco Lo Vuolo ("a los 16 años, ya tocaba muy bien").
Su trabajo, mayoritariamente, ha sido el de músico acompañante. Le gusta ser un sideman. "Es un lugar maravilloso, crear la base, guiar al solista; el instrumento más poderoso de la orquesta está en tus manos", dice, convencido. Y enumera con qué grandes leyendas del jazz tocó: Freddie Hubbard, Cedar Walton, George Cables, Bobby Hutcherson, Danilo Pérez, Chano Domínguez, Horace Parlan, Johnny Griffin, Joe Newman, Harry "Sweets" Edison, Philip Catherine, Idris Muhammad, Sal Nistico, Jerome Richardson, Oliver Jones, Woody Shaw, James Moody y Benny Golson.
El suyo "es un lugar maravilloso" en el escenario, desde allí se guía rítmicamente y armónicamente al solista hacia donde uno quiere. "Que puede ser hacia el precipicio, según qué bajista te toca", aclara y ríe. Su residencia en Barcelona le ha permitido colaborar con la Orquestra de Cambra del Teatre Lliure de Barcelona, Orquesta Sinfónica de Granada, con músicos de jazz como Lluis Vidal y Albert Bover, Lalo Schiffrin con la Orquesta Ciudad de Barcelona, los argentinos Iaies y Jodos y el uruguayo José Reinoso, además de liderar su propio Jazz Trío.
Desde 1999 viene actuado anualmente en las galas que organiza la Sociedad General de Autores Españoles para actuar en los sucesivos conciertos en memoria de Montoliú. En 2003 el diario El Mundo de España le otorgó un premio en reconocimiento a su trayectoria profesional. Ha colaborado en la grabación de más de cincuenta discos con diferentes músicos y es profesor de la Escuela Superior de Música de Catalunya.
- ¿Has tenido alguna vez el sentimiento de desarraigo? -le preguntó una vez un periodista español.
- Lo tengo desde que me fui de mi pueblo a Buenos Aires. Creo que todo lo posterior fue menos doloroso contestó.
Tiene un amigo en Barcelona, que nació cerca de la frontera entre Argentina y Bolivia. "Al hablar de él mismo, dice: 'Indio entre los europeos y europeo entre los indios'. Creo que esto me define perfectamente", remarcó.
El año pasado estuvo tres veces en Argentina. Y este 2013 lo encontró de vuelta en el país, tocando (ver aparte).
- ¿Tenés ganas de volver definitivamente? -le preguntó este cronista.
- Aunque allá tengo mis trabajos, me gustaría... mis hijos ya están grandes... La puerta nunca la cerré -concluye el hombre que ya lleva 40 años partiendo.
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