Mié 27.11.2013
rosario

CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. POSTALES DE PICHINCHA. BARRIO Y FúTBOL DE HéCTOR HUGO CARDOZO

El fútbol como escuela de vida

Entre la memoir, la viñeta urbana de época, la novela de aprendizaje y la picaresca, el libro del reconocido periodista deportivo reconstruye un mítico pasado popular, compartido por muchos, narrando así la épica del potrero.

› Por Beatriz Vignoli

"El Rubio". Así iba a llamarse el libro que Héctor Hugo Cardozo, "El Negro" para los amigos, presentó el miércoles pasado en el Centro de Estudios Latinoamericanos Ernesto Che Guevara (CELChe) de Rosario, muy cerca de los lugares donde transcurre la acción de esta saga de relatos que contagian pasión futbolera. Editado por Homo Sapiens este año, finalmente tuvo un título y un subtítulo algo más (con perdón de la expresión) explícitos. Y así, Postales de Pichincha. Barrio y fútbol, alentado por los presentadores y prologuistas Horacio Pagani y José Vázquez, marcó el ingreso con gloria a la literatura de un destacado periodista deportivo. Cronista en LT2 desde 1966, fogueado como relator en LT8 y Radio Rosario, Cardozo fue corresponsal desde 1971 del diario Clarín, adonde llegó como redactor de la sección Deportes en 1979, iniciando una prestigiosa carrera. Experto en fútbol, cubrió varias finales de Copa Libertadores y Copa América.

Pero nunca se olvidó de su Pichincha natal, territorio en común con otro Negro. Y señala en el epílogo que justo el bar temático dedicado al Negro Olmedo, en Callao y Brown, es donde estuvo el bar de Doña Kika, uno de los ámbitos recordados por Cardozo. Entre la memoir, la viñeta urbana de época, la novela de aprendizaje y la picaresca, su libro reconstruye un mítico pasado popular, compartido por muchos.

Entre finales de los años 50 y comienzos de los 60, el tango todavía le ganaba al rock y la Coca Cola sólo se conseguía en Buenos Aires. Viajar en tranvía era un lujo y colarse en el tren a ver jugar a Central de visitante, una aventura. La estación Rosario Norte se llamaba Sunchales y era el epicentro de una trama viva de cafés, cabarutes y lugares de triste fama. Cardozo no idealiza el submundo prostibulario. Pero con su prosa digresiva de relator, como siguiendo a un nueve impredecible en cada una de las gambetas creativas con que elude a todos los marcadores, el autor sigue por esas calles a su antihéroe, el Rubio: pintor de brocha gorda, promesa incumplida de arquero, hermano y doble oscuro de su contracara laburante (el Negro), versión atorrante del "rico en ardides" Odiseo y capaz de unas avivadas que sus amigotes le festejan y el barrio le perdona.

"Transitar empedrados, hacerse un lugar en las veredas, tener calle. Teniendo calle se podía tener vida", recuerda Cardozo. Su memoria recupera legendarias formaciones de Central. Las palabras de la calle recobran vida: flor y flor, grilo. Y reviven lugares como el Villamil, de los que se conservan y se dan las coordenadas precisas.

En un mundo de "purretes", donde la mujer casi siempre distante encarna el exceso, ya sea de belleza y placer o de sentimentalismo (o también de materia, como aquella proxeneta alias la Gorda Montaña), de las pibas ingenuas y las madres abnegadas el Rubio pasa a las minas deseadas y a la audacia de saltar esa línea divisoria bien definida. Audacias que no siempre salen bien, pero tampoco hay mucho que perder. Salvo el honor, tesoro preciado que el más pobre de los pobres siempre cuida en este barrio de antes. El fútbol, para el Rubio y sus amigos, es escuela de vida. El valor y la lealtad se aprenden en el potrero.

Postales de Pichincha, contra lo que indica su título, no ofrece viñetas estáticas sino un universo en acción, animado por una épica: la de las esperanzas que se forjaban pateando una pelota de trapo.

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