CULTURA / ESPECTáCULOS › CóDIGO SOMBRA: JACK RYAN, UN CATáLOGO DE LUGARES COMUNES EN ACCIóN
La presencia de Kenneth Branagh, como realizador y actor, hacía prever algo mejor para el periplo deslucido del agente Jack Ryan. Obediente, héroe ejemplar, sumiso y buen marido. Nada de ironía para una trama de espionaje insípido.
› Por Leandro Arteaga
Código Sombra: Jack Ryan
(Jack Ryan: Shadow Recruit)
EE.UU./Rusia, 20140129
Dirección: Kenneth Branagh.
Guión: Adam Cozad, David Koepp, basado en personajes de Tom Clancy.
Fotografía: Haris Zambarloukos.
Música: Patrick Doyle.
Montaje: Martin Walsh.
Reparto: Chris Pine, Kevin Costner, Keira Knightley, Kenneth Branagh.
Duración: 105 minutos.
Salas: Monumental, Showcase, Sunstar, Village.
5 (cinco) puntos
Otra película con Jack Ryan como personaje, y otro actor para sobrellevarlo: Chris Pine, quien suma su nombre a la lista que incluye a Harrison Ford, Ben Affleck, Alec Baldwin. De entre todas estas películas, el cronista elige La caza del Octubre Rojo, de John McTiernan, con una sensibilidad fría justa, submarino de por medio, Sean Connery al mando, y Jack Ryan de manera secundaria. Como dato de color, recordar que de Juego de patriotas, con Ford, Quentin Tarantino supo decir que a su director --Phillip Noyce- mejor sería encerrarlo en una isla para que no volviese a filmar.
Ahora bien, qué decir de Jack Ryan? Que es un personaje cuanto menos aburridísimo, poseedor de todos los elementos que hacen a la imaginería más reaccionaria: agente de la CIA, marido ejemplar, cumplidor de los deberes, etc. Por lo menos, señalar que la pluma serial de Tom Clancy --creador literario del personaje- se manifestó de manera crítica hacia la invasión a Irak en el libro Battle Ready, con asesoría militar incluida. Nada novedoso, todo muy políticamente correcto, y con palabras públicas nada malévolas hacia la figura del entonces presidente George Bush.
Es decir, hay un abismo entre Clancy y la literatura de alguien como John le Carré, cuyos juegos de espionaje son un prisma laberíntico, capaz de una mirada de referencia para el abordaje de la Guerra Fría así como de los mecanismos espías en general. Para la herencia fílmica, hay un árbol de familia que enhebra la tranquilidad vieja de George Smiley con la adrenalina de Jason Bourne pasando por el nuevo Bond hasta llegar a un remozado Jack Ryan. Que no se pueden hacer buenas películas con un personaje tan maniqueo como Ryan? Como botón de muestra, uno ejemplar: Kiss Me Deadly (1955), de Robert Aldrich, a partir del Mike Hammer de Mickey Spillane, a quien Aldrich --perseguido por el macarthismo- aborrecía.
Todo esto porque se trata, en última instancia, de una película de Kenneth Branagh, quien refiere, por asociación, transposiciones de Shakespeare (Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet), así como al Frankenstein de Mary Shelley, más un recordado thriller como Volver a morir (1991) o la notable Los amigos de Peter (1992). Es cierto, también filmó Thor y ahora está en el medio de una versión de Cenicienta. También es verdad que encarnó a un Kurt Wallander magnífico para la televisión. Pero lo de Jack Ryan es patético.
El gesto cinematográfico, que es mandato, parece que lo impuso el premio Oscar a la película Argo, otorgado de manera literal --con emisión televisiva mundial- por la Casa Blanca. Mismo síndrome genuflexo que asume el Ryan de Branagh. La justificación no es el personaje, sino que la prueba que acusa es la película en sí misma. Su resolución argumental, de hecho, es orgullosamente lamentable, explícita, de adorador que mira y toca, por fin, a la materialización de sus amores: a acomodarse el nudo de la corbata porque, ahora sí, lo que espera es el apretón de manos presiencial. Ningún nervio mayor que éste.
Lo que el espectador aguarda, mientras tanto y por lo menos, es algo de ironía. Más aún cuando los primeros treinta minutos predisponen con este ánimo y la mano de Branagh asoma. Ryan es joven --y reinicia de paso la franquicia, sin libro de Clancy como fuente y, parece, sin secuela prevista-, asiste impávido al 11S, se alista como marine, salva compañeros, y será vuelto al ruedo a partir de la manipulación entre sombras con que le vigila Kevin Costner, un militar que sabe cómo, por ejemplo, robar un perro como falso señuelo. Ryan, entonces, será elegido como agente secreto.
Sus habilidades atenderán al juego numérico de las oscilaciones entre valores y cotizaciones. Hasta que aparece algo raro, el niño precoz lo detecta, y la pesquisa lo lleva hasta Rusia, para dar con el paradero del malo mayor. Resulta que un nuevo ruso (Branagh) quiere hacer de las suyas y devaluar la moneda norteamericana. La manera que elige Branagh para introducirse a sí mismo es mediante el escorzo, drogadicto, irascible y asesino con el enfermero. Como todo villano lo debe ser. Hasta acá, todo bien. Más todavía con la visita guiada que a Ryan le espera en Moscú, con pelea asesina en la habitación de hotel.
Pero en medio de ello, el agente debe lidiar con su insulsa prometida (Keira Knightley), tan insoportable como para irse hasta la habitación del hotel ruso a exigir explicaciones sobre tardanzas, cambio de planes y qué es lo que me estás ocultando. Una vez allí, Ryan no sólo le confiesa quién es, sino que acontece uno de los momentos más idiotas de todo el cine: -Soy agente de la CIA (cabizbajo, arrodillado). --Gracias! Pensé que me estabas engañando! (sonriendo, lo abraza).
Ojo que lo predicho ya no tiene nada de ironía, sino que a partir de allí el film de Branagh atraviesa todas las tonterías mayores, asume lo que predica, con un montaje paralelo que es refrito de cualquier otra película mejor, procurando una convergencia de acciones que es todavía más ridícula que la propuesta por el desenlace de Argo.
Por ejemplo: mientras la cena sucede, y la Knightley entretiene a Cherevin, el ruso loco, Ryan se mete en sus dependencias para hurtar los secretos guardados en la laptop que descansa bajo quinientas llaves electrónicas. El desarrollo de la acción es tan inverosímil que bien habría hecho el film en asumirse desde este lugar, bien lejos de la solemnidad. Desde luego que aquí no hay nada parecido a esa puesta en peligro, perversa, a la que Cary Grant sometía a su amor, Ingrid Bergman, en Tuyo es mi corazón, de Hitchcock (o James Stewart a Grace Kelly, en La ventana indiscreta). Mientras el suspense hitchcockiano es puesta en escena, el peligro vivido por la mujer de Ryan es el de la noviecita atada a las vías del tren. Quién llega primero al rescate?
La interpretación misma de Chris Pine (el nuevo Jim Kirk de Star Trek) es la de un armario en movimiento, inexpresivo y sumiso. Tan obvio como para hacer temblar sus manos de miedo y, adiestramiento marine mediante, reaccionar después con los nervios del mejor acero: a los gritos y alertando: es decir, cuidado, no te metas con mi mujer porque te voy a matar, etc. A todo esto, la mujer es la Knightley, quien cuando sonríe la nariz se le arruga raro. Ni eso.
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