CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. ERRATA, óPERA PRIMA DE IVáN VESCOVO
› Por Leandro Arteaga
Errata: 5 puntos
(Argentina, 2013)
Dirección: Iván Vescovo
Guión: Fernando Regueira e Iván Vescovo
Reparto: Nicolás Woller, Guadalupe Docampo, Claudio Tolcachir, Arturo Goetz, Vanesa González, Federico D'Elía, Boy Olmi y Martín Piroyansky
Sala: Cine El Cairo
No debiera importar demasiado el qué sino, antes bien, el cómo. Porque allí cuando Errata (se) explica, se desmorona. Comprensión argumental que acude en beneficio de una claridad sin falta, que da cuenta de la imposibilidad de sostener el desafío primero. Por ejemplo, los falsos raccords entre Alma (Guadalupe Docampo) y Ulises (Nicolás Woller) son sutiles; para luego alcanzar un rango explícito, subrayado de materia onírica. Que culminará por hacer despertar al personaje.
Antes de llegar a tal instancia, el film de Iván Vescovo urde una trama de paranoia: Alma es la dama fantasma, aparecida de una casualidad que la lleva, invariablemente, a desaparecer. Se cuelan personajes y situaciones al filo de lo verosímil, entre el aula de Letras y la librería, donde mora paciente una primera edición de El jardín de senderos que se bifurcan. El título del libro explicita tanto como el plano que lo detalla. Son esos momentos, cada vez más pronunciados, los que culminarán por hacer de Errata una película entendible, de trama criminal resuelta.
Por eso, antes que saber quién hizo qué, mejor prorrogar la cordura frágil de Ulises, la belleza lábil de Alma: cuando ella se desdoble, no será tanto un guiño hitchcockiano sino un forzamiento formal paradójico: ya no habrá paranoia, sino suspensión forzada de la incredulidad. Lo corroborará el comportamiento del propio Ulises. Será momento de comenzar a reunir los cabos sueltos, de reiterar lo sucedido para entenderlo. Vale decir, Errata se desdice cuando se busca en el diccionario, cuando dice qué significa su título y cómo encastra entre buscadores de libros, amores perdidos, casualidades mentidas. Algunos momentos, gestos, son voluntariamente forzados. Sea desde la actuación, como así también desde la elección fotográfica.
En este sentido, el blanco y negro le acerca al espíritu del cine negro, como así también a otras damas de la noche, fatales, inasibles: Rebecca y Vertigo en Hitchcock, La dama fantasma de Siodmak, La mujer del cuadro de Lang. Con ellas comparte una filiación, que sabe sobre todo cómo sostener --a pesar de tanta explicación-- la belleza última de Guadalupe Docampo. Los puntos suspensivos del film, le corresponden sólo a ella.
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