Cuál es el límite de la locura? Aunque ya transitada, la búsqueda de respuestas a ese interrogante sigue alimentando al arte. Es, cuanto menos, el caso de "Los D-Opados", la obra de Adrián Almaraz que esta noche a las 22 tendrá su estreno en El Rayo (Salta 2991), y donde el director logra plasmar ideas desarrolladas a lo largo del tiempo, tomando nuevamente al humor como sostén para focalizar la mirada en los márgenes. "Hay algunas cosas de mi personalidad que me llevan a interesarme por algunas historias medio veladas. En este caso con historias que parecerían estar recluidas hasta en los sistemas hospitalarios, por tratarse de gente que al estar depositada ahí, pasan a ser como NN, sin historias ni nada que contar", apunta en ese sentido el director.

Después de trabajar en obras como "Utero", "Las Benefactoras" o "Parece Joda" (con su grupo de humor La Jalada), en 2011 Almaraz decidió darle finalmente forma a un texto que abordara el tema de la locura, tomando como motivación adicional la de participar en un concurso de nueva dramaturgia del Centro Cultural Rojas. "La locura no es nada alegre, y menos en los sistemas hospitalarios -aclara-. Pero esta obra no habla sobre la locura cruel, real, sobre las vejaciones que sufren los cuerpos de los internos, sino que es una alegoría de la locura".

De hecho, ya desde la adolescencia Almaraz tenía cercanía con personajes como Cachilo o "El loco Calesita", del Parque Alem. Con el tiempo, otras circunstancias lo irían aproximando también a algunos internos del Hospital Psiquiátrico Agudo Avila. "Mi intención fue cambiar un poco la visión, quizás a partir de esa frase casi común que plantea quién está loco, si los que están adentro o los que estamos afuera. Es un tema que vengo acarreando desde muy joven. Fui generando un cierto acervo de interés por lo marginal y esas historias un poco veladas", explica.

Encarnados por Julio Cejas, Flavio Elías Soso y Juan Pablo Cabral, los tres personajes de la obra "son un poco idealistas, y por su visión normalizadora del afuera son recluidos en el neuropsiquiátrico". "Pero en cierto punto uno los ve y piensa que más que locos son soñadores -indica el director-. La sociedad muchas veces ha catalogado de locos a los soñadores. Ese rescate es el que me interesa, y hay una crítica en dos tendencias. Por un lado al sistema hospitalario como un lugar deteriorado, donde se van a recluir estas almas y son tratadas casi inhumanamente; y la crítica a la sociedad en sí, al afuera real. En realidad es una crítica a la construcción humana de estos lugares y a las civilizaciones como lugares alienantes. La apariencia de que la realidad es lo que consumimos a cotidiano, si uno se pone a pensarlo finamente, es una locura. Estos personajes logran poner la mirada crítica ahí. Dicen que de sabios y de locos todos tenemos un poco. Ellos tienen las dos cosas".

En ese contexto, Almaraz reconoce la labor del trío de actores como una de las claves para la construcción de la obra tal y como se pondrá en escena: "Siempre digo que los actores te van poniendo límites y se va gestando algo que es como un Frankenstein de intenciones que se muestra cuando uno tiene la obra terminada. Yo no tenía una obra en la cabeza, sino imágenes. Luego del trabajo de los actores ha superado todo lo que tenía pensado. Es más, creía que iba a ser una obra de dos horas y terminó siendo de una, porque realmente los actores pueden llegar a procesar marcaciones, texto y velocidades con una cuestión corpórea. Lo ponen en el cuerpo y ese procesamiento de acciones hace que la obra sea ágil, planteando la temática e imágenes que yo tenía".

Así, y en medio de un proceso de trabajo extenso, el humor se fue sosteniendo como eje. Aunque, para Almaraz, los rótulos siguen resultando algo imprecisos. "Es muy difícil encontrar un nombre para el género que hago. Pero para mí el humor es todo. Si no hay humor no puedo construir nada, porque realmente creo que se puede acceder a lugares más trágicos con el humor que con la tragedia", reflexiona el director.