CULTURA / ESPECTáCULOS › EL ARTISTA QUE SE ALIMENTABA DE LA HISTORIA DEL ARTE Y DEL CINE.
A quienes se les ocurra mirar para arriba en la parada de calle San Luis esquina San Martín, verán pintada en la medianera de un edificio la reproducción (ampliada a mural) de la obra de un rosarino que no debe ser olvidado: Rubén Baldemar.
› Por Beatriz Vignoli
La ciudad tiene hermosos secretos que están a la vista de todos. Por ejemplo, quienes se paren o se sienten a esperar el colectivo en Plaza Montenegro, en la parada de calle San Luis esquina San Martín, si se les ocurre mirar hacia arriba y a la izquierda, verán pintada en la medianera de un edificio la reproducción (ampliada a mural) de la obra de un rosarino que no debe ser olvidado. Exactamente en la esquina de San Luis con la cortada Barón de Mauá, se reproduce La Anunciación de Cristo (circa 1988), de Rubén Baldemar (1958-2005), quien este año cumpliría 57 años y de cuyo fallecimiento se cumplirá una década. Si se considera que con su última exposición individual, realizada en 2004 en el pasaje Pan (que alojó la primera en 1987), Baldemar rompía un silencio expositivo de diez años, hay que calcular que su ausencia lleva veinte. Pero el año pasado pasaron solo cinco desde su muestra homenaje: feliz reunión de un corpus de obra erudito y humorístico, cuyo espíritu se resume muy bien en La Anunciación.
La obra original se expuso en 1992 y (restaurada) en 2009 en el Museo Castagnino. Es un biombo de madera plegable de tres paños unidos con bisagras, con una cuarta pieza que va colgada en la pared y representa al arcángel Gabriel, gritando desde el cielo. El tema religioso está tratado con fino humor: algo delicado de hacer en estos tiempos, sobre todo porque la incorrección política es doble.
A la Virgen María la representa Baldemar sentada sobre un interior ajedrezado y sobre un fondo arquitectónico que se abre a un paisaje inventado al estilo del Quattrocento florentino, junto al clásico lirio que simboliza la pureza de la Inmaculada Concepción: una exótica azucena anaranjada, en esta versión. Y si bien a su lado hay un manso leopardo chita (lo que no deja de ser extraño), hasta ahí la tradición se mantiene. Lo que desata la sonrisa es que la Virgen sea o esté un poco sorda: se acerca la palma abierta a la oreja, poniendo cara de no entender lo que el ángel le grita. La escena más conmovedoramente devocional del Nuevo Testamento cae así bajo las mismas leyes del malentendido que cualquier otro diálogo amoroso.
La reproducción mural (que no hace mucho fue restaurada) fue inaugurada en 2009 como parte del proyecto Museo Urbano Arte a la Vista, resultado de la colaboración entre el estado municipal y capitales privados impulsado por la Dirección de Diseño e Imagen Urbana a cargo de Dante Taparelli (Dirección que pertenece a la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario). En la versión pintada se respetó la distribución de la obra original, con la parte celestial y la terrena haciéndose mutuamente un eco compositivo como si fueran dos piezas de un rompecabezas que están por unirse, o dos continentes separados navegando a la deriva tectónica.
Ese mismo año, 2009, durante abril y mayo, en el Museo Municipal de Bellas Artes "Juan B. Castagnino", se expusieron 47 de sus obras en una muestra retrospectiva homenaje que se tituló Rubén Baldemar, constructor de artificios. Con la colaboración de la madre del artista, la curaduría estuvo a cargo de Carolina Landoni y de Norma Rojas, amiga y colega del artista. Norma Rojas además restauró las obras junto con Mario Godoy, quien fue alumno del taller de Baldemar.
En su reseña de la muestra para la revista Ramona, señala Xil Buffone que "queda pendiente también dar a conocer a nivel nacional la producción de Rubén Baldemar". Buffone era amiga y visitante asidua del taller de Rubén. En su nota menciona que con su autorretrato a la manera de Andy Warhol, que funcionaba como apertura de la muestra, Baldemar elaboró su tesis de licenciatura en la especialidad Pintura para la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, donde se recibió de Profesor Nacional de Artes Visuales en 1984. Tema de tesis: "el autorretrato". También se formó en los talleres de Mele Bruniard (en 1980) y de Julián Usandizaga (en 1983).
Cabe agregar que en 1984 participó con un dibujo, titulado "La mentira tiene patas cortas", en la Muestra de Plásticos Rosarinos en apoyo a la Lucha por la Defensa de los Derechos Humanos, en la sala D del hoy Centro Cultural Fontanarrosa (entonces Bernardino Rivadavia).
Cuesta imaginar hoy el impacto que tuvo entre los estudiantes de arte y los artistas jóvenes de entonces su exposición de 1992 en el Museo Castagnino: una maravillosa orgía de parodias posmodernas donde se mezclaban y subvertían las vacas sagradas del arte moderno, desde el rococó francés hasta el neodadaísta Jasper Johns, pasando por Gustav Klimt que estaba en todos los posters con su tinta dorada. Su audacia artesanal para idear los más increíbles soportes (volvía locos a los carpinteros, atestigua Buffone) transformaba los sacrosantos íconos del arte europeo en cosas cotidianas como una mesa de planchar, un biombo y hasta una cremallera gigante de pantalón. El interlocutor de Baldemar era el relato central de la historia del arte moderno. Fue gracias al amor y al tesón de sus seres queridos y de la gente del Museo que esas obras pudieron verse de nuevo hace ya casi seis años.
"Rubén Baldemar se alimentaba de la historia del arte, de la literatura, del cine, de los viajes", recuerda Buffone en una nota que escribió en 2005 para el sitio web Rosariarte, la revista electrónica de arte nacida al calor de la crisis. Esa crisis arrastró la resaca de los años 90, cuyos desechos no dejaba de aprovechar nuestro artista. "El bastidor que Rubén encontró tirado y le inspiró un escudo", según Buffone, marcó la forma oval recurrente de Heráldica, su última muestra, donde se animó a pintar una cucaracha vista desde abajo que resumía con negro humor el sentir general de la post crisis: estábamos peor que Kafka. "Tropicaliza los íconos patrios", resumía Buffone, quien recordó con afecto sus diversas casas taller en Rosario y su estadía en la Casa Argentina en París, donde la artista plástica rosarina Gladys Nistor tenía su taller. La "foto final" de Xil es un atardecer en Venecia hacia 1991: "Un retrato sobre el agua", dijo él.
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