CULTURA / ESPECTáCULOS › ALREDEDOR DE ESA ESPECIE DE ROAD MOVIE LITERARIA QUE ES "FOLK"
"Folk" fue editada por el sello de la municipalidad luego de un concurso. La poesía de Bernardo Orge hereda lo mejor del estilo realista objetivista o lo que se dio en llamar "Poesía de los '90". Esas intuiciones súbitas anotadas a vuelapluma.
› Por Beatriz Vignoli
Folk (EMR, 2014), de Bernardo Orge, "es tal vez de los más particulares poemarios surgidos en Rosario en los últimos años", según la opinión de Pablo Makovsky, quien no tiene sino elogios para Mirta Rosenberg, Laura Wittner y Mario Ortiz. Ellos tres integraban el jurado que en 2013 decidió otorgar al libro el segundo premio en la categoría mayores de 21 años (el primero fue compartido por Daiana Henderson y José Sainz) del concurso municipal de poesía Felipe Aldana que convoca y cuyos premios publica la Editorial Municipal de Rosario.
Bernardo Orge (Rosario, 1988) cursa el Profesorado en Letras de la Universidad Nacional de Rosario. Participó en clínicas de poesía con Verónica Viola Fisher y con Daniel García Helder y actualmente es quien coordina el taller de poesía, organizado también por la EMR, al que asisten los autores que recibieron menciones en la categoría menores de 21 años en el mismo Premio Aldana donde su libro fue galardonado. En 2013 también fue poeta invitado al Festival Internacional de Poesía de Rosario, siendo uno de los 30 autores argentinos menores de 30 años de la antología 30.30, poesía argentina del siglo XXI, que se presentó en el Festival ese año. Forma parte (y esto es un dato importante para explicar el título de su libro) de Sonará Paraná, proyecto que recibió un subsidio provincial para recopilar registros audiovisuales de la música del sur de Santa Fe.
Además de hacerse cargo de las muchas fichas que le pone a su obra presente y futura la escuela poética dominante que tiene sus espacios oficiales de decisión en el Festival de Poesía y la Editorial Municipal de Rosario (y que encarna en firmas como las de Helder, Makovsky y Oscar Taborda, quien dirige dicha Editorial), Orge solito se labró un espacio en el mundillo indie. Junto con Andrés Almasio y Ernesto Intuye, editó en el año 2006 los pequeños libros de Ediciones ESO. Escribió la novela corta Censo, que circula en autoediciones artesanales. Publicó junto con Agustín Alzari, Ernesto Inouye y Matías Piccolo, 40 esquinas de Rosario (Pulpo ediciones, Rosario, 2013): un libro ilustrado de crónicas breves que funciona como una adivinanza.
El universo de las ediciones independientes santafesinas (donde las iniciativas municipales y provinciales entraman armoniosamente un hilo más) constituye desde hace varios años un rizoma muy activo de viajeros, ferias y redes sociales. Es posible que se parezca a lo que debe haber sido durante la Edad Media europea la clase marginal de pequeños comerciantes y artesanos que era por entonces la burguesía, antes de que la modernidad la encaramara en el poder. Grupos errantes, ajenos al vasallaje, tenían sus puestos de feria afuera del castillo. Circulaban en los intersticios del sistema feudal. Convivían con la medicina artesanal, vegetal y mágica de las brujas. Una forma de arte correspondiente a aquella clase social era la balada, la canción narrativa de los trovadores nómades que llevaban y traían, cantando, historias desde otros lugares: entretenimiento y medio informativo.
Folk es la abreviatura de folklore, palabra formada por una frase que en inglés significa "acervo popular" (folk lore). El trabajo de los folkloristas que en todo el continente americano recopilaron las canciones populares (Leda Valladares, en Argentina) es continuado por el proyecto Sonará Paraná; pero Orge no dice folklore, dice Folk.
Folk es una palabra potente: nombra un siglo de intentos por recobrar culturas populares no industriales, para lo cual fue preciso invocar el imaginario preindustrial del que se viene hablando en esta nota. El lector que tenga la edad de la generación que hoy maneja los hilos no podrá, llegado a este punto, dejar de recordar aquella balada neomedieval de los '60 por Simon & Garfunkel: Scarborough Fair. En los años '60, en Estados Unidos, llegó a la industria discográfica global toda una movida de cantautores folk inspirados en sus pares de los años '30, quienes, impulsados por ideales de izquierda (comunistas, anarquistas), sufrieron y cantaron la miseria de la Gran Depresión; los precursores fueron aquellos trovadores de la Edad Media. Y un eslabón perdido (pero más individualista) entre los polvorientos caminos de los años '30 y el folk de Bob Dylan fueron los beatniks, cuya Biblia secular es el libro On the Road, de Jack Kerouac: un canto en prosa a los azares del camino que pudo servir de modelo para Folk.
Para la generación joven de Bernardo Orge, todos esos músicos son sus contemporáneos. Incluso los menos masivos y tardíamente conocidos, como Townes van Zandt con su inspirador "White Freight Liner Blues". Décadas de registros en audio están hoy a un clic de distancia a través de videoclips de archivo y películas de época que son accesibles en Internet y constituyen, como le escribió Orge a Makovsky en una entrevista por ese medio, "la banda sonora del libro".
Uno de cuyos poemas, "Camino a Alem", reproduce fielmente la estructura de repeticiones y estribillos de cierta forma de canción: "A dónde vas a dedo, loco/ mal dormido y durmiendo poco, / a dónde vas a dedo, loco" / Voy al oeste a verlo al Chino", dice. Es imposible no pensar en una balada country folklórica de los Apalaches, la anónima y misógina "Blue Steel .44", que Tim Rose popularizó en una dramática interpretación con guitarra acústica y Jimi Hendrix inmortalizó como himno eléctrico antibélico bajo el título de "Hey Joe": "Hey Joe, ¿a dónde vas con un arma en la mano"/ Hey Joe, ¿a dónde vas con un arma en la mano"/ Voy a matar a mi mujer, la encontré boludeando con otro".
Orge y sus coetáneos nacieron entre las ruinas de un proyecto de cultura popular revolucionaria cuya decadencia fueron los hippies, hoy en decadencia, según una de sus viñetas urbanas sobre "la multitud de artesanos y mercachifles/ que parchan hoy en la peatonal/ como siempre que la guardia urbana está de paro". ("Paro de municipales"). La conciencia que tiene el poeta de la fragilidad social que abruma a su generación se expresa en varios de los poemas del libro. "Me dice: pensé en algo. / Viste que perdí al nene. / Bueno, vos y el Chino no tienen mamá. / No, no tenemos, digo/ y mientras tanto vamos entrando al caserón. / Bueno, yo los adopto". ("Los bares"). El tono coloquial y oral del poema es seco, pero el dolor no deja de transmitirse.
"Folk, me parece ahora, es de esos libros increíbles, casi milagrosos, en los que el poema nos alcanza porque creemos escuchar en él la canción que creíamos olvidada y perdida", se entusiasma Makovsky en su blog. Palabras que esta cronista hace suyas porque tuvo una experiencia similar al leer esta road movie literaria que es Folk, que seduce gracias a ese eco de sus poemas en una tradición de la canción, aun sabiendo lo artificioso del imaginario que evoca en su aparente inmediatez: "Sí, conozco la felicidad de la ruta/ mirada desde la banquina", comienza un poema de título toponímico, "Villada", donde luego se reafirma: "ese sentimiento que extrañabas/ sigue acá nomás, en los caminos". Y la industria musical como ilusión relumbra en una imagen: "Un recodo de la ruta 40 dejó la chata cara al cielo. / La bola blanca como un gargajo demoraba/ su caída y vos visto por la ventanita de la caja/ eras la tapa de aquel disco que no grabarías nunca". ("Camino a Angastaco"). Incluso remeda el formato discográfico la decisión de construir el libro como si fuese un álbum conceptual: un magro puñado de poemas que van narrando el recorrido del trovador protagonista en torno al amor que se desgasta y la muerte de un amigo.
La poesía de Bernardo Orge hereda lo mejor y lo peor del estilo realista objetivista hoy hegemónico, o lo que se dio en llamar "Poesía de los '90", aunque el rótulo ya atrasa casi dos décadas. Lo mejor de su poesía son esas intuiciones súbitas y directas que parecen anotadas a vuelapluma en el instante exacto en que se vive la experiencia. Y como en todo camino, lo peor es el ripio: los tramos extensos de tediosas enumeraciones, de descripciones cargadas de detalles irrelevantes, adornadas con lugares comunes ("el pueblo dormido al sol") y filosofía cursi ("todo está ahí por algo"). Lo mejor es cuando asume una especie de voz generacional: "En la pira de hechura india/ cada ramita se sostiene/ apoyándose en otra ramita/ para arder en equilibrio. / Ustedes, en cambio, / emergen de las carpas/ separados, uno a uno: / no nos protege el amor/ ni una larga vida de orden/ nítido, a nosotros nos protege/ la distancia" ("La Cumbrecita"). Que un poeta de veintisiete años se haga cargo de la precariedad material de los vivos y de la memoria de los muertos de su edad no es poco. Y que lo haga sin dramatismo ni excesos de sentido es digno de elogio. A pesar de las imperfecciones que puedan tener estos versos, si algo no les sobra es retórica vacía, cuya saludable ausencia se celebra.
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