CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. EL PASADO VIERNES MURIó EL ROSARINO DELFO LOCATELLI
Memoria viva de su tiempo, alguien definió alguna vez a Locatelli como "un Schiavoni contemporáneo". Implacablemente lúcido y locuaz, hablaba de su arte con conceptos precisos, y vivía dedicado al arte con compromiso firme.
› Por Beatriz Vignoli
El viernes pasado falleció Delfo Locatelli, un artista casi secreto y memoria viva de su tiempo. Había nacido en Rosario en 1949. Alguien lo definió alguna vez como "un Schiavoni contemporáneo". Las similitudes con Augusto Schiavoni se pueden pensar desde el moderno primitivismo de su obra y desde el paradójico y gradual aislamiento de un hombre que fue implacablemente lúcido y locuaz. Hablaba de su arte con conceptos precisos; vivía dedicado al arte con compromiso firme.
La ciudad lo fue arrinconando. Hacia 1984, con la democracia que renacía desparramando charlas en los bares aledaños a la Facultad de Humanidades y Artes, todavía era posible conversar con él (escucharlo, más bien) en alguna mesa del Saudades de Santa Fe y Entre Ríos. Su conversación daba cátedra apasionada de un pensamiento solitario sobre su quehacer, pensamiento que Delfo (nombrado por aquel singularísimo nombre de pila antes que por ese apellido que sonaba a ironía) fue volcando en breves ensayos. Tres inéditos fechados en 1983 (La pintura, La forma y El dibujo) fueron publicados en el número 6 de Unión y Amistad. En el primer número de la misma revista se publicó una conversación de Delfo con Claudia del Río, ilustrada con sus dibujos. La edición fue contemporánea de dos muestras de sus dibujos recientes: una en lo del librero Armando Vites en diciembre de 2011 y otra en abril de 2012 en el local de arte y libros de Maxi Masuelli y Ana Wandzik desde donde se edita la revista. Del Río lo acompañó hasta el final, con afecto, una escucha atenta y el cuidado por su obra.
Delfo Locatelli empezó a pintar en 1970, emulando a su tío Enio. Luego estudió con Julián Usandizaga y pasó fugazmente por el taller de Esperanza Esplugas y Liliana Castellani. Con una reseña elogiosa de Luján Carranza en el diario La Tribuna, en 1976 hizo su primera muestra en la galería y taller Van Dyck, en Maipú y Santa Fe, donde se "presentaba lo más interesante de finales de los 70 en Rosario", como recuerda Claudia del Río. "Le digo a Esperanza Esplugas, para cuándo una vuelta por la memoria de ese lugar... Si la Universidad en ese momento representaba el academicismo, Van Dyck era lo moderno", evoca la artista y docente, quien por los '80 recibía a Delfo en sus clases de arte de la Facultad: "Cuando llegaba yo, deseaba ceder mi palabra y presentárselo a los estudiantes, y que disfruten su fluidez, su humor y su precisión en los conceptos. ¡Su mesa de calor me gustaba mucho! Allí fundía las ceritas. Era el óleo de los pobres, bromeábamos".
Medios precarios como crayones y fotocopias se transmutaban alquímicamente en materiales nobles para la plástica y la gráfica, gracias a la astucia y a la invención de Delfo. Además de su "mesa de calor" (mesa de vidrio que absorbía y transmitía el calor proveniente de una lámpara), Delfo en sus dibujos tenía un trazo crudo y decidido que resistía el fotocopiado, procedimiento de multiplicación que aplicaba cuando podía, creando series que regalaba con generosidad.
Entre 1976 y 1994 expuso más de 30 veces, además de videos y ediciones gráficas. En los '80, le preocupaban las mismas cuestiones que a sus contemporáneos, abrumados por sus predecesores modernistas del Grupo Litoral, quienes discutían aún sobre la antítesis "arte figurativo versus arte abstracto". La vanguardia no salía del silencio y los artistas jóvenes adoptaban como ley las directivas del maestro Juan Grela, ex integrante de aquel grupo. Más aún que a Grela, la espiritualidad de Delfo lo situaba en un lugar extraño en ese medio.
La solución hallada por Delfo a la vieja dicotomía estética del siglo veinte fue tan económica y genial como mucho de lo que él hacía. Simplemente redujo el paisaje a su mínima expresión, trabajando en bandas horizontales similares a los campos de color del expresionismo abstracto tardío, sólo que en formanto apaisado. El color evocaba la pampa y el río, o las nubes de un húmedo atardecer, mientras que el espacio podía leerse indistintamente como abstracción o como paisaje.
Un dibujo a color en papel fechado en 1985, rescatado y reproducido por Masuelli y Wandzik, mantiene el esquema compositivo de aquellas experiencias más radicales de Aufhebung o síntesis hegeliana entre lo figurativo y lo abstracto, aunque con íconos gráficos que la llevan hacia el lado de la figuración. La figura, más que el paisaje, comenzó a interesarle en los '90. Son de comienzos de esa década dos Crucifixiones (una en crayones y otra en acrílico) que se mostraron en 2009 en la sala Amigos del Arte. El autor, que estuvo presente en la muestra, explicó la iconología y el simbolismo de ambas piezas. La figura central no tenía rostro porque "a Cristo no le puedo poner ningún rostro", y el crucificado de la izquierda colgaba invertido ya que "es uno de los dos ladrones, el que no se arrepiente", aclaró.
A Claudia del Río le dijo que del Grupo Litoral "no queda nada; [Raúl] Domínguez lo hizo todo". En su ensayo poema "El dibujo", de abril de 2012, Delfo escribió: "El dibujo configura una imagen/ develando un secreto sabido/ Se dibuja algo/ hay que lograr cubrir un espacio/ Hay que lograr descubrir un espacio/ En un momento el plano blanco sugiere una interrogación/ Un trazo rompe el equilibrio para hablarnos/ para decir/ Para ser en la contradicción de otra cosa/ La búsqueda comienza en el olvido/ recordando atrapamos el tiempo/ Los trazos definen la idea que no es sólo una abstracción". Fin cita.
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