CULTURA / ESPECTáCULOS › "ESTA VEZ SI", LOS OBJETOS PERDIDOS DE LA HISTORIA
El grupo "A la vejez viruela", a bordo de la iconografía del
peronismo, repasa capítulos de la historia tras la muerte del
líder. Se puede ver los sábados a las 22 en San Martín 473.
› Por Julio Cejas
El imaginario peronista pareciera ser una fuente inagotable de la que abreva en los últimos años una franja importante de teatristas argentinos. En Rosario esta tendencia alcanza diferentes grados de abordajes estéticos entre los cuales pueden citarse trabajos de creación colectiva como A la gran masa argentina (Grupo Esse Est Percippi), o más precisamente dentro de la dramaturgia de autores como Leonel Giacometto y Patricia Suárez que han ahondado el tema en varias obras entre las cuales podemos citar Santa Eulalia (La Sombra del General), propuesta representada por el Grupo Fe de Ratas o De nuevo la furia, donde Giacometto cruza su escritura bajo la supervisión de la actriz Claudia Cantero. El reciente estreno de la obra Esta vez sí del grupo A La vejez viruela, dirigido por Gonzalo Ponzio, se suma a esta fascinación por la iconografía peronista, más allá de la continuidad del proyecto iniciado por el grupo en Aún no (1999).
Retomando de esa propuesta el espacio estigmatizado de una oficina pública devenida ahora en oficina de "Objetos perdidos", el director responsable también de la dramaturgia instala una historia atravesada por la problemática del peronismo después de la muerte de su líder. La pareja conformada por Lita y José regentean este espacio que cuenta además con la colaboración de Coquito, todos típicos engranajes oxidados de un sistema burocrático que pareciera estar al "servicio del pueblo" a pesar de su ineficiencia. Todos esperan ansiosos el retorno de Andrés, una especie de líder que fue el encargado de manejar la oficina en tiempos donde la maquinaria parecía funcionar aceitadamente.
Hace su aparición en escena el misterioso Dr. Elektrikus, un viejo actor de películas de terror que llega sorpresivamente a la oficina para reclamar una valija perdida. Más allá del pedido, este actor muy a la manera de Bela Lugossi quedó atrapado en uno de sus personajes y pareciera buscar rastros de su identidad perdida, fragmentos de su vida artística, que aparecen cuando los demás lo reconocen.
Lita se lima las uñas desde su entallado traje al estilo Eva; José preso de continuos ataques de alucinación, desestabiliza la corriente eléctrica, amenazando con un inminente apagón, que es sofocado por el diligente Coquito, que alterna sus actos de arrojo con una obsesiva tendencia a los chistes pesados. Las voces del más allá llaman a Chabela y Lita corre presurosa a abrir un misterioso balcón que la conecta con el pasado; un General se asoma por el balcón, Lita extasiada intenta asirlo de las manos y se queda con ellas.
Las misteriosas manos del General; objetos perdidos que muestran los soles de "un día peronista", la plaza llena de "bosta de paloma", las frases oprobiosas de la oposición: "viva el cáncer", los descamisados, todo llena el vacío de sentido. Todo pareciera teñirse de los colores de una película vieja, un blanco y negro que no admite colores salvo los de los objetos perdidos que el siniestro José revuelve en su bolsa negra.
Un sector del público estalla ante lo que considera un gesto gracioso del actor que interpreta a Coquito; otro sector se anima frente a lo que considera una obra con mucho de absurdo y una dosis de cuota de humor negro; algunos memoriosos intentan un paralelismo con el pasado que siempre nos condena.
A todos interpela el espectáculo, pero pocos pueden percibir la gravedad de los asuntos que se pretende abordar; en todo caso desde la misma propuesta no se pretende ir más allá de lo que los símbolos mismos están sugiriendo. Hasta Isabelita y López Rega pueden resultar máscaras del horror si se piensa en una escena plagada por el recuerdo de la Triple A, o el inminente desembarco de una de las dictaduras más sangrientas de la historia. La obra corre esos riesgos, si bien pareciera por momentos amagar a un grotesco o a un absurdo con intenciones de parodiar el pasado; conecta más con el espectador en su arista más débil: la de la risa catártica.
En el programa de mano se hace referencia a una de las tantas anécdotas del peronismo: en ella López Rega pretende revivir a Perón, al grito de "¡Despierta Faraón, no pasó nada!". Esto también podría provocar la risa, aún de alguien que no conociera la trayectoria histórica de los protagonistas, pero el teatro tiene la posibilidad de ir más allá de lo anecdótico para conectar al espectador con una vivencia perturbadora. Nada tan necesario como la perturbación para poder dar cuenta de lo intrincado y ambiguo de un fenómeno político que todavía sigue dando muestras de su capacidad para reciclar antiguos rituales.
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