CULTURA / ESPECTáCULOS
El lunes pasado, en el marco de la Feria del Libro, el Negro Fontanarrosa dio una sensacional charla abierta. Rosario/12 reproduce los fragmentos más brillantes e hilarantes.
› Por Edgardo Pérez Castillo
Como los grandes comediantes, Roberto Fontanarrosa es capaz de brindar una charla orientada hacia la nada misma. Aunque, al mismo tiempo, esa gran elipsis a la que se lanza se transforma en un relato soberbio en el que se ven contemplados aspectos tan diversos como aquellos que hacen a los acontecimientos cotidianos o bien a cuestiones de un profundo carácter cultural. Todo ello unificado, claro, por el humor certero, hilarante, de un cuentista fantástico, capaz de asumir el rol de orador de café sin verse intimidado por la multitud. Porque es ésa la definición que mejor describe la concurrencia lograda por el Negro en la charla abierta al público que el pasado lunes compartiera en el marco de la Feria del Libro.
Con el mismo tono casual con que sorprendió a unos cuantos durante su "histórico discurso" como él mismo lo (des)calificara irónicamente- durante el Congreso de la Lengua Española, Fontanarrosa se prestó sin condicionamientos a un intercambio que él mismo propuso luego de una extensa introducción en la que evitó temáticas puntuales para dejarse llevar por un relato amplio y, en apariencia, difuso. Amparado por la sensación de confort que, confesó, le genera la ciudad, el Negro discurrió acerca de las tensiones de los viajes y, desde allí, del deber de tener que sostener la concentración frente a una charla como la que él mismo, en menos de diez minutos, había convertido en un ejemplo de construcción de relato.
Porque el encadenamiento de sucesos (enriquecidos siempre por sus insólitas ejemplificaciones) en Fontanarrosa es admirable. Sus discursos en el Senado o en el propio Congreso de la Lengua (minimizados por su reconocida humildad) fueron también el disparador para que, por primera vez, navegara por sobre su obra: "Será posible que he publicado unos cuantos libros, pero que el día de mañana me van a recordar por cuatro puteadas que dije en el teatro El Círculo, qué pobreza de espíritu la mía".
Con el público ya cautivo, el Negro se permitió algunas referencias a los amigos ("es placentero y descansado encontrarse a las ocho de la tarde con los amigos en El Cairo o en algún boliche, porque a los amigos, a los verdaderos amigos, no hay por qué darles pelota. Si un amigo te dice: 'fui a ver una película iraní', yo le digo: 'dejáme de romper las pelotas'"), a su madre Rosita, a su mujer, su hijo y a Daniel Divinsky, su editor. Y hasta plantó bandera por aquéllos que se ven sometidos a la tiranía de los estudios matutinos. "Yo desde mi ignorancia me hago una pregunta: ¿por qué los chicos se tienen que levantar tan temprano para ir a la escuela? Gardel se levantaba a las ocho de la noche. Y fue Gardel"). Incluso tuvo conceptos para quienes sufren el flagelo de las ciencias exactas. "Les voy a contar que estuve en Córdoba, donde me dieron el Doctor Honoris Causa, lo que indica lo mal que está la educación argentina. Imagino la desolación de los estudiantes que estudian ocho horas diarias y ven que a un tipo como yo le dan el Doctor Honoris Causa. Yo no terminé el tercer año de la escuela secundaria. Y no levanto como bandera el ser un 'salvaje ilustrado'; digo que no terminé la escuela porque desde el comienzo sostuve una batalla desigual contra las matemáticas. Desigual por la simple condición de superioridad numérica de ellas. Los números son millones, y yo era uno solo. Yo fui a lo que era el Politécnico y me acuerdo de aquellas épocas de estudiantes, con todas las expectativas..., ¡qué horrible que era eso! Para mí era un espanto, similar a lo que me ocurrió no hace mucho, que tuve que hacer una dieta ayurveda de vegetales", disparó.
Pero más allá del humor, inherente a la presencia del Negro, también hubo espacio para hablar de literatura, en una charla que, ante la feliz complicidad del público, de repente se había transformado en un desopilante monólogo: "Siempre he ligado la lectura con el placer. Siempre he sido un lector vago. Y repito otra consideración que pasará al mármol: creo que casi todos los grandes logros y avances de la civilización se debieron a la vagancia. O sea, el tipo que inventó la rueda es porque no quería caminar más. Y después de la rueda, el otro invento maravilloso, que ha hecho dar un salto cualitativo y cuantitativo a la humanidad es el cambiador del televisor. Volviendo a la literatura, no entiendo el esfuerzo por leer, cuando uno se encuentra con tantos libros que los empieza y no los puede dejar, se siente atrapado por los libros, quiere terminarlos y está feliz mientras los lee".
Instalada en un punto de difícil conexión con el comienzo mismo del encuentro, el hilo conductor de la charla fue el propio Fontanarrosa, quien ya asumiendo un innegable rol de director de orquesta permitió que el público se sumara al juego. A partir de ese momento, el desfile de preguntas fue una prueba clara de la heterogeneidad del público seguidor del Negro. Una increíble amplitud etárea permitió declaraciones como las de una mujer que con 83 años, no dudó en lanzar: "Yo te veía en la cancha de Central" --primer alusión futbolera que, sin embargo, movió al humorista a lanzar un honesto: "una de mis mayores ambiciones señora, es volver a verla en la cancha de Central"--.
Porque si bien nunca llegó a hacerse explícita, la enfermedad que obliga a Fontanarrosa a trasladarse en un sillón de ruedas, tuvo alusiones indirectas a lo largo de su encuentro con un auditorio que, como es habitual, esperó demasiado tiempo para rendir tributos multitudinarios a una de las plumas más brillantes de la ciudad. Más explícita en el fervor de corte paparazzi de los medios, que se abalanzaron sobre el escritor en el momento de su aparición en el salón central del Patio de la Madera, esa suerte de compasión nunca encontró un correlato en las palabras del Negro que, en cambio, volvió a apelar al humor para sobrevolar el asunto: "Me sentía en algún momento como el Gauchito Gil, porque hay señoras que se me acercan y me piden la bendición, otras me dan su bendición, otras me dan estampitas, rosarios, ramitas de laurel, otras me dan tomillo, pimiento, clavo de olor".
La historieta y sus posibilidades educativas (con celebrada mención a Oesterheld), fue una nueva demostración de su habilidad narrativa para desviar la atención al asunto tribunero. "Si entramos en eso no salimos más. Puedo hablar de fútbol pero que sea donde estemos todos de acuerdo, acá no". Y dice de la relación autorpersonaje: "Sé que algo mío hay dentro de Boggie e Inodoro Pereyra; es más parecido a mí y a cualquiera, porque es un antihéroe que a veces reacciona bien, a veces reacciona mal, es temeroso. Más temeroso es Mendieta. Pero hay algunas cosas mías en esos personajes. Incluso en Eulogia, pero eso lo vamos a hablar en otro momento".
Las reflexiones fueron desgranándose a partir de las inquisiciones de un público en el que se mezclaban fanáticos confesos llegados desde distintos puntos del país --e incluso del exterior--, pero también de aquellos que, en su propia ciudad, eran capaces de detallar una devoción histórica por su obra o de confesar un reciente encantamiento. O bien de aquellos que optaron por disparar más directamente, apuntándole a cuestiones que fueron desde la sexualidad de Mendieta hasta la problemática de los nuevos mecanismos de comunicación. Aunque, por supuesto, nada de eso pareciera resultar dramático para Fontanarrosa. "Con los mensajes de texto estamos muy susceptibles. Yo me acuerdo de los telegramas. A nadie se le ocurrió decir que ese invento estaba arruinando el lenguaje. Está la gente que dice enfadada que no le gustan los shoppings. Y, no vayas querido, cuál es el problema. Si no, es muy fácil pegarle a la televisión, que a mi juicio es un invento maravilloso. Y repito, si solamente hubiera sido creado para transmitir fútbol ya estaría largamente justificado. Ahora, como todas estas cosas, como la historieta, es un instrumento. Si alguien me escucha a mí tocar el piano, dirá que el piano es un instrumento nefasto. Ahora, si lo escucha a Richard Clayderman, por ejemplo, dirán que es un instrumento sublime. Con la televisión pasa lo mismo. Ahora, estoy de acuerdo con que se usa un vocabulario bastante pequeño, y en ese aspecto la lectura te da más posibilidades de expresarte. Para mí la lectura siempre ha sido un placer. Hay muchísima información, e imperceptiblemente uno va ganando una vastedad de lenguaje, y aparte es una compañía formidable. Se puede vivir perfectamente sin leer un libro. Creo que más de las tres cuartas partes de la población mundial jamás ha leído un libro. Pero, entre una cosa y otra, prefiero leerlos".
Y así, como de la nada, el Negro volvió a los libros, cerrando esa enorme elipsis en la que el humor fue la autopista por la que transitaron juntos la Biblia y el calefón, en una noche que descubrió su último aplauso, quizás el más sentido, luego de que Fontanarrosa se disculpara, gentilmente, por no poder prestarse a la ceremonia de la firma de ejemplares.
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