CULTURA / ESPECTáCULOS › LITERATURA. EL VIERNES SE PRESENTA LUIS OUVRARD: PINTURAS Y DIBUJOS 19161986
Ilustrado con fotos color de las obras y material del archivo
del artista, coeditado entre Iván Rosado y la EMR, el libro
tendrá "brindis lanzamiento" en el Club Editorial Río Paraná.
› Por Beatriz Vignoli
La pintura de Luis Ouvrard era un milagro secreto. Se concretaba cuando Gilberto Krass encendía un foco en su galería y allí estaba todo ese espacio: la pampa infinita metida en un cartón, tendida como una mesa, todo junto como en un sueño, camotes monumentales y vaquitas como hormigas, el paisaje pampeano y la naturaleza muerta fundidos en una luz que desde entonces uno acecha en cada atardecer del mundo.
Al fin, la pintura de Luis Ouvrard tiene libro. Ilustrado con fotos color de sus obras y material de su archivo, coeditado entre Iván Rosado y la Editorial Municipal de Rosario con prólogo de Mónica Castagnotto, Luis Ouvrard: pinturas y dibujos 1916-1986 tendrá su "brindis lanzamiento" este viernes 4 de marzo a las 19 en el Club Editorial Río Paraná (Galería Dominicis, Catamarca 1427, local 9).
En mayo, la edición se acompañará de una retrospectiva de su obra en el Museo Castagnino. Ayer Maximiliano Masuelli contó que hace un par de años propuso el proyecto del libro a la Editorial Municipal de Rosario. "Les encantó. Ouvrard es un artista fundamental para la ciudad", opina Masuelli, quien colaboró con Castagnotto y con la EMR en la elaboración de una cronología basada en el archivo que les abrieron a los investigadores los nietos del artista nacido en Rosario en 1899. Los nietos de Ouvrard son los hijos de Luis David, su único hijo, ya fallecido, nacido del matrimonio del pintor con Esther Vidal. Castagnotto por su parte lleva casi 20 años investigando a Ouvrard.
Al sensible y excelente prólogo de Castagnotto (artista plástica contemporánea y docente en la Universidad Nacional de Rosario) le sigue una cronología donde se hacen presentes la voz del pintor y las opiniones de sus contemporáneos, en recortes de textos y entrevistas.
Con decenas de ilustraciones, Luis Ouvrard: pinturas y dibujos 19161986 es un libro apasionante. Fotografías color de obras nunca antes registradas, tomadas por las fotógrafas rosarinas Andrea Ostera y Laura Glusman, comparten página con reproducciones de dibujos inéditos (por el mismo equipo, que es parte de la producción por la EMR) mientras el texto va regalando sorpresas a cada vuelta de página.
Palabras de su tiempo resurgen en el relato del anciano artista recordando su juventud, compartida con otros colegas fundacionales que dejan su rastro en textos y fotos del libro, como Herminio Blotta o Antonio Berni: "Yo participaba de la bohemia de la época, de la jarana, la garufa y los entretelones del momento", dice Ouvrard en una nota. Por sus relatos sabemos que pintaba al comienzo con iluminación a querosén, que en 1944 no vendía un cuadro desde 1935, y que las clases de Teoría del color y el arte religioso lo mantuvieron mientras su verdadera obra tenía lugar los domingos. Esto fue así hasta que se jubiló, en los años 50. El siglo veinte queda así partido en dos en la biografía de Ouvrard, quien parece haber hallado su lenguaje propio cuando se aisló un poco de sus pares: "En la primera mitad, estuvo en todos los grupos, mandó a todos los salones", resumió ayer Masuelli. "Pero la obra más psicodélica la pinta después de jubilarse", señaló.
Detalle impensable hoy, Ouvrard (que vivió hasta los 88) tenía 70 años y 50 de pintura cuando realizó su primera muestra individual. Fue en la galería Renom, en octubre de 1979. No sólo se reproducen tramos de los dos discursos de presentación, que fueron conservados (aquí aportó lo suyo el legado del pintor Gustavo Cochet), sino que la foto de la inauguración ofrece un retrato colectivo del arte local.
Hijo de inmigrantes del Périgord, una provincia del sudoeste de Francia, Ouvrard dedica a esa marca de origen una pintura que ilustra el libro con lo que parece un guiño cinematográfico: una moderna naturaleza muerta cuya composición integra un cuchillo en cuyo mango se lee Périgord, como el "Rosebud" al final de El Ciudadano de Welles. Pero el pintor fue fiel a la campiña mítica, que mezcla con el campo en contrapuntos de infinitud y detalle, protagonizados a menudo por elementos de un herbario que fue juntando y que también tiene su foto.
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