Martes, 15 de marzo de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. HE TENIDO UN SUEñO EXTRAVAGANTE Y HORROROSO
Curada por Fabiana Imola, la muestra reúne obra reciente de Aníbal Brizuela, un artista que cada día batalla en secreto con sus pesadillas, armado básicamente de biromes, una Biblia, unas Selecciones del Reader's Digest y una radio portátil.
Por Beatriz Vignoli
"Miren la luz", dijo Aníbal Brizuela el viernes en la inauguración de su muestra de dibujos, señalando la lámpara que iluminaba la sala de arte del café y librería Mal de Archivo (Moreno 477). La curadora y la cronista miraron hacia arriba, siguiendo el dedo. "Miren la luz. Ustedes no ven. Yo veo", afirmó el dibujante.
Con curaduría de la escultora y tallerista Fabiana Imola, la muestra titulada He tenido un sueño extravagante y horroroso reúne obra reciente de Brizuela: un artista que cada día batalla en secreto con sus pesadillas, armado básicamente de cuatro biromes trazo grueso, una Biblia, unas Selecciones del Reader's Digest y una radio portátil. El título sale de un cuaderno del autor que también se expone allí.
Entrar a la muestra, que estará en exposición un mes y medio, equivale a la inmersión en un fascinante santuario, u oráculo: todas las paredes de la sala están empapeladas desde el piso hasta el techo con una proliferación interminable de hojas, cubiertas de innumerables palabras sueltas y frases dibujadas en una personalísima y reconocible caligrafía. Estas alternan con esquemáticos domos, columnas, cipreses, armas, o con formas abstractas. Cada composición tiende a la simetría. Prevalece un hieratismo de la forma, evocador de un arte arcaico.
"Ella te viene siguiendo", comentó el viernes la curadora al artista. "Vengo siguiendo su obra", corrigió la cronista, dirigiéndose al artista, quien le dirigió a su vez una breve mirada y señaló en el muro su respuesta, que ya estaba escrita: "Me buscarán y no me encontrarán. Y allí donde yo estoy ustedes no pueden venir". (La frase es una cita del Evangelio según San Juan, capítulo 26, versículo 34).
"Siento en mi alma una tristeza de muerte/ Padre"; "Ruta/ cofre/ túnel"; "Dónde estás/ Amia/ Fiscal"; "Rescate de una Diosa"; "El peligro de rechazar la voz de Dios"; "Signos escritos/ Etnóloga/ Descifrar"; "Este maravilloso descubrimiento/ Madre": las palabras y frases proceden de libros que Brizuela lee y subraya, de la radio que escucha constantemente, y a veces quizá de su memoria; las inscribe con solemnidad primitiva, como si fueran tatuajes o talismanes, signos cargados de un mágico poder. Haciendo propias esas palabras ajenas, Brizuela construye su escritura sagrada, su liturgia o texto personal: diseña su propio orden, su propio tesoro de significantes a medida.
También hay referencias a la guerra de Malvinas, algo que le ha ganado admiración entre los ex combatientes. Otras de sus palabras huelen a conspiranoia o aluden a aterradoras prácticas abusivas de las instituciones totales; años atrás, estas predominaban. Las palabras en sus dibujos han cambiado: "remiten más a los afectos", apunta Imola.
"Estas caritas son nuevas", comentaba Imola el viernes ante los numerosos concurrentes a la inauguración, mientras señalaba unos rostros diminutos, semejantes a máscaras de luchador mexicano o a calaveras de azúcar, puestos algunos en elementales ataúdes, como evidente y universal símbolo de la muerte. También son nuevos (y repetidos) ciertos nombres propios: el de Fabiana Imola y el de Claudia Del Río, poeta y artista plástica, autora de un hermoso texto de sala. Otro nombre conocido es el de Silvia Pérez Simondini, directora del museo Visión Ovni, que una vez el artista visitó. La cronista recurre a Wikipedia para enterarse de que uno de los nombres repetidos, "Jeane Dixon", es el de una vidente y profetisa moderna.
La historia detrás de esta obra es conocida y tiene documental propio: Tanke Papi (2011), del realizador rosarino Rubén Plataneo. Cuenta Imola que Aníbal Brizuela ingresó siendo adolescente en el Hospital Colonia Psiquiátrica de Oliveros "Dr. Abelardo Irigoyen Freyre", donde permaneció internado 50 años. No tenía familia ni recursos económicos. Pero dibujaba sin parar. Estas producciones se acumulaban y cada tanto el personal las tiraba. Hace 17 años se fundó en el interior de la Colonia el Centro Cultural "Macedonio Fernández", la historia de cuyos talleres es una aventura genial que está todavía por contarse. Imola, una de las talleristas, "descubrió" la obra de Aníbal, le encontró indudable valor artístico y empezó una labor de valoración de estos dibujos, empoderamiento de su autor, defensa, difusión y tramado de lazo social. Hoy Aníbal Brizuela es un artista reconocido por sus pares y por coleccionistas de arte contemporáneo, en Rosario y en Buenos Aires. Empezó a salir con sus obras, de la mano de Fabiana, a exposiciones y ferias de arte. El estigma de la locura se transmutó en identidad de artista. Es como si su propia escritura (su propio arte) fuese el paraguas que lo protege del rechazo, en la intemperie que es aún hoy la sociedad para alguien en su condición.
Nada de esto hubiera sido posible sin otro amparo esencial: el marco jurídico de la Ley de Salud Mental 26.657, cuya implementación exige crear dispositivos de externación y de acompañamiento para los usuarios de servicios en salud mental. La institución que lo alojaba puso fin a la "condena" del inocente artista hace tres años, cuando un enfermero con el que se llevaba especialmente bien, en sociedad con otro enfermero de la Colonia, instaló un geriátrico en el pueblo de Oliveros. Dentro del geriátrico hay una casita y allí vive Brizuela. Ya es libre. Su amigo enfermero lo cuida. Tiene 74 años y una obra de una vitalidad que muchos colegas meramente "neuróticos" envidiarían.
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