Martes, 24 de mayo de 2016 | Hoy
CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. EXPOSICIóN COLECTIVA EL PROCEDIMIENTO SILENCIO, EN OSDE
Con curaduría de Clarisa Appendino la muestra reúne obras de 21 artistas, jóvenes representativos de una cohorte mayoritariamente formada en la Universidad
Nacional de Rosario, desde donde vienen armando rizomas sociales y estéticos.
Por Beatriz Vignoli
La exposición colectiva El procedimiento silencio, que puede visitarse hasta el 26 de junio en los pisos 5 y 4 (en ese orden) del espacio de arte de la Fundación Osde (Boulevard Oroño 973), es como una de esas buenas antologías que ganan aún más valor con el tiempo. Además del claro texto y del impecable montaje que articulan obras en las más diversas disciplinas por 21 autores rosarinos, otro mérito de la curadora Clarisa Appendino es reunir por primera vez, en una importante muestra para un público amplio, algo que cabe denominar una generación. Carlos Aguirre, Eliana Bianchi, Joaquín Boz, Manuel Brandazza, Victoria Bueno, Federico Cantini, Romina Casile, Virginia Chouhy, María Crosetti, Clara Esborraz, Ernestina Fabbri, Fepi Farina, Yuyo Gardiol, Federico Gloriani, Carolina Grimblat, Juan Hernández, Gastón Herrera, Mimí Laquidara, Gastón Miranda, Virginia Negri, Ximena Pereyra, Georgina Ricci y Patricia Spessot son jóvenes representativos de una cohorte mayoritariamente formada en la Universidad Nacional de Rosario, y desde allí vienen armando rizomas sociales y estéticos. La muestra los alcanza en un momento de maduración, con sus obras más contundentes. Appendino los reúne de forma que se contaminan, sus ecos visuales y sonoros se cruzan, y lo "en común" se hace perceptible.
Todos llevan años exponiendo, aprendiendo y enseñando en los efímeros espacios que ellos mismos crean y gestionan. Además de algún premio o inclusión en salones, sus públicos hasta ahora fueron la élite porteña de entendidos en arte contemporáneo y la escena local de amigos. Por eso quizás el sentido de las obras pueda desglosarse en dos zonas de alusiones y guiños. Una es erudita, en relación con la técnica y la historia del arte; la otra es íntima, secreta y opaca. La palabra "silencio", en el título de la muestra, suena como un reclamo de privacidad en este último sentido. Y "procedimiento" hace hincapié en las técnicas idiosincráticas, que dan a algunas de las obras una fragilidad rayana en la destrucción: dibujar con birome sobre una toalla de papel (Clara Esborraz) o en grafito sobre arcilla cruda.
Toda buena muestra (y esta, por más extraña que le resulte al público general, es excelente) contiene en alguna de sus obras el código desde donde leerlas y dar una interpretación posible del conjunto. Ese punto clave es aquí una obra de Mimí Laquidara. Proyecto iniciado en 2012 y finalista en 2013 del Premio Itaú de Artes Visuales, Memorias retoma la técnica del vaciado de yeso (algo así como una foto 3D anterior a la invención de la fotografía) y lo aplica a banales e intrascendentes bolsas de plástico. Hay que mirar bien para sucumbir a la ilusión de que cada una de las piezas escultóricas de la instalación continúa bajo la superficie del prisma de base. Lo que se ve, parece decírsenos, es la punta del iceberg. Y, para verlo, hay que mirar donde menos se pensaba que podía estar. Esta lógica es trasladable a los dos pisos de Osde. La generación de El procedimiento silencio les encuentra nuevos procedimientos, antiacadémicos y hasta disfuncionales, a las técnicas más tradicionales del arte; esto sirve para hacer emerger y existir el sentido en la coyuntura menos pensada.
Pero cuando busca más allá de la forma artística, el espectador ajeno choca contra el silencio. La obra nada confiesa, aunque sus elementos (los platos rajados de Carolina Grinblat, la foto rasguñada por Ximena Pereyra, la repisa inestable de Patricia Spessot, las tazas intervenidas con fino arte de luthier por Romina Casile) parezcan estar a punto de narrar una anécdota personal. Algo se sugiere en los intrigantes títulos: lo mínimo como para hacer saber que algo no se dice, algo se calla. A lo que se muestra en la superficie lo entiende cualquier crítico, pero del backstage y del making of sólo gozan los íntimos. La significación arroja un velo sobre el significado.
Esta generación multimedia también es la que teme el devastador efecto de un dato biográfico de más. Pero, en tiempos de egocentrismo en red, es justamente ese dato impublicable el que da sentido a sus prácticas. Y no ayuda el que las obras anteriores hayan estado dispersas en salones nacionales o en salitas autogestionadas.
Para entender la relación entre los magníficos dibujos de Carlos Aguirre y las leyendas aborígenes que recopilaba su abuelo poeta, Luis, hay que conocerlos a los dos. Para apreciar mejor las prótesis que Colo Chouhy adjunta a piezas de cerámica popular habría que haber visto sus obras previas, y muy pocos las vieron. Todo un sustrato de experiencias nutre el bello mural en seda del dúo Crudo (Fepi Farina y Yuyo Gardiol), que alguna vez fue un trío (con Yazmin Weli). Chouhy viene de la moda, lo mismo que Brandazza; los Crudo van hacia ella. El colectivo La Magdalena de Hoy (Fabbri y Bianchi; se fue Franca Di Dorio) presenta una imponente pieza (textil y texto) que evoca las banderas de Florencia Caterina. Quien solamente vea la foto que expone Virginia Negri no sospecha que la misma es un registro de performance detrás de lo cual hay una "constelación infinita" de textos tejidos entre el teléfono celular, el muro de Facebook, dos libros de poesía, uno de fotos y una banda de cumbia: Guerrilla Espiritual. Que integra Negri, cuyo álter ego Virgen Negra es DJ... al igual que Ricci (autora aquí de una parodia seria al Arte Concreto Invención). Hay una prehistoria detrás de esta muestra, y sucedió hace apenas tres años.
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